Illuminati
La iluminación ornamental de la ciudad, sea del color que sea, es un debate interminable
No describiré a ninguna sociedad secreta ni paramasónica que se supone fraguan las guerras y tuercen la gran política universal, como quisieran los operadores políticos de esta ciudad. Me referiré a otros iluminados: a los edificios públicos alumbrados de noche.
Es costumbre universal iluminar los principales edificios públicos. Las ciudades lo hacen para destacar su patrimonio o para animar de noche la vida urbana. También se iluminan para rememorar acontecimientos importantes, como en Brasilia, las obras de Niumeyer de azul por el Día Internacional del Agua; en Córdova, Argentina, con los colores del Vaticano por el papa Francisco; en México de azul por el Día del Autismo y de color rosa por el cáncer de mama.
La iluminación ornamental de la ciudad, sea del color que sea, es un debate interminable. Se discute hasta qué punto es legítimo alegrar la vista con un gasto oneroso en la instalación de luminarias y, sobre todo, en su mantenimiento diario. Aparte del costo que todos pagamos, está la conciencia medioambiental tan presumida en estos tiempos posmodernos.
Para que quede clara mi postura en este debate, me gusta pasear por el centro paceño y ver los edificios iluminados. Me encanta y mucho. Ello destaca su valor patrimonial y arquitectónico, además de crear sentimientos de pertenencia a una sociedad urbana que, a pesar de todo, tiene sus instituciones. Con esa piel nocturna “pintada” con luz artificial, las edificaciones evocan nuestra historia cargada de tantas iras y ternuras.
Con ello en mente, fui a la inauguración de los puentes Trillizos Illuminati. Como no podía ser de otra manera, se organizó en tiempo récord una fiesta urbana con todos los ganchos: aglomeraciones, escenarios, proyecciones, morenadas, cebras, bandas, anticucheras, fuegos artificiales, chelas, rones y, para remate, concierto de rock gratis. Y ni modo, aceptemos que nos embruja la fiesta. El motivo no interesa mucho pero, si nos convocan a la joda, nos presentamos al toque, y de pronto somos multitudes.
Al final de una cuenta regresiva se prendieron los puentes seguidos por un bullicioso ¡uuuuhhhh oooohhhh! de aprobación. El puente Independencia estaba a reventar. Espectadores y bailarines probamos que no se cae a pesar de sus culebreos. Acepto hidalgamente que los Trillizos iluminados alegran esta ciudad que tantos motivos tiene para el lloriqueo; pero, confundir las ganas de jarana con un posible éxito político es demasiada ilusión de Illuminati criollo.
Que esta experiencia no se vuelva una epidemia de “campañitis” y emprendamos a iluminar todo para probar quién es más macho y hace más obras. Nos quedaríamos metafórica y literalmente a oscuras.