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Monday 13 May 2024 | Actualizado a 20:33 PM

¿Renta Dignidad a las mujeres?

/ 9 de septiembre de 2013 / 05:42

Se han divulgado los resultados de una evaluación de la Renta Dignidad. Son tan positivos que vale la pena plantearse la ampliación de este bono. Una opción sería eliminar los subsidios a los hidrocarburos y entregar el dinero a las mujeres mayores de 30 años.

El informe de UDAPE dice que la Renta Dignidad ha contribuido a reducir la pobreza en 13 puntos porcentuales, y ha aumentado el ingreso y el consumo en por lo menos un 15%. Alcanza a poco más de la cuarta parte de los hogares bolivianos, no plantea ninguna condición a los beneficiarios, salvo la de ser ciudadanos, y tiene un costo promedio anual inferior a los $us 300 millones. Los subsidios a los hidrocarburos representan más de $us 600 millones al año.

Con ellos se paga a otros países por diésel, gasolina y gas licuado, distribuyéndose mediante precios bajos a la gente, pero en proporción directa a su consumo, con lo que se agrava la inequidad social.

Para 2012 se estimaba que en el país había 1,6 millones de mujeres comprendidas entre los 30 y los 59 años. Si a todas ellas se las incluyera en la Renta Dignidad (o póngale otro nombre si desea), se necesitaría entre 366 y $us 405 millones  al año para tal fin. Mucho menos que el subsidio a los hidrocarburos. Ese grupo de población crecerá en los próximos años, pero también lo hará el subsidio, pues nada hace prever una caída en los precios internacionales de los hidrocarburos. Por tanto, este programa es financiable.

La eliminación de los subsidios afectaría a empresarios agrícolas, transportistas, propietarios de vehículos y familias que consumen gas. Con costos más altos, deberían adaptarse a la nueva situación, reduciendo el despilfarro y malgasto de combustibles. A cambio, tendríamos la ventaja de una economía más transparente con precios y costos más realistas. Eso ya es bueno para la economía, el empleo, el consumo y para el medio ambiente, pues es más fácil quemar el combustible cuando es barato.   

Ese dinero llegaría directamente a los hogares. De las mujeres que tienen entre 30 y 60 años de edad, aproximadamente un 23% son jefas de hogar, y el restante 77% tiene un rol clave, administrando la alimentación, la educación, la salud y el bienestar general de la familia. El destino del bono que reciban reflejará las prioridades de ese bienestar, y su gasto será mucho más eficiente y preciso que si lo hace un pequeño grupo de tecnócratas, por buenos y bien intencionados que sean. Muchos estudios comprueban que las transferencias en efectivo tienen mejores impactos de bienestar cuando llegan a través de las mujeres; y muchos estudios prueban que a similares niveles de ingreso logran mejor calidad de vida los hogares administrados por mujeres.  Los hogares serían netos ganadores.

Finalmente, el consumo de los hogares tiene un efecto multiplicador de 2.19, lo que quiere decir que esos $us 405 millones en manos de las familias representarían un movimiento económico de $us 887 millones. El PIB crecería 3 puntos porcentuales al año como efecto de la dinamización de la actividad económica provocada por la demanda de las familias. Si sabemos bien que es la gente la que genera desarrollo, no el Estado ni la cooperación, ¿no es lógico que pongamos el dinero en manos de la gente?

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Los perjuicios del salario mínimo

/ 11 de mayo de 2024 / 08:17

El 1 de mayo volvió a celebrarse el ritual que renueva el prebendalismo estatal: el Gobierno “regaló” un aumento salarial. Con dinero ajeno, claro. Es un rito anual cuyos efectos son ignorados. En los diálogos al café Marcos Escudero se los ha evaluado.

Rodolfo Eróstegui, conocido columnista en temas laborales, destacó que estos aumentos transgreden las normas del código del trabajo. Éste sugiere la determinación periódica de un salario mínimo, pero no una intervención tan profunda en el mercado, como para determinar cambios en el salario básico o eliminar la negociación obrero patronal.

La especialista Beatriz Muriel, del Inesad, destacó que la política salarial boliviana ha sido excluyente y discriminatoria, debido a que trata la situación de los trabajadores con empleos regulares, que representan apenas el 15 % de la fuerza laboral. La gran mayoría, que trabaja por cuenta propia o en pequeños negocios, no recibe la atención del Gobierno. Peor aún, esta política alienta el crecimiento del sector informal y aumenta el desempleo encubierto.

Este proceso fue corroborado por José Luis Barroso, quien estudia el mercado laboral. Él destacó que la demanda laboral manifestada, fundamentalmente, a través de avisos de prensa, se ha ido reduciendo a tal punto que en 2022 la cantidad de puestos de trabajo que se ofrecen por avisos de prensa es menor a la que se ofrecía hace 14 años.

En el Instituto Nacional de Estadística (INE) encontramos uno de los datos favoritos del Gobierno: la evolución del salario mínimo en Bolivia cuyo crecimiento ha sido significativo, pasando de Bs 440 en 2004 a casi Bs 2.500 en 2022.

Sin embargo, lejos de haber mejorado la situación de los trabajadores, esta política la ha perjudicado. Y no solo a los trabajadores, sino también a los inversionistas y, por tanto, a todos los bolivianos.

El salario mínimo se ha convertido en el salario de acceso al mercado de trabajo. Su paulatino aumento encarece la contratación de trabajadores no calificados o principiantes, y eso los deja fuera.

Lo importante, en todo caso, es observar la capacidad adquisitiva o el poder de compra de los salarios, y no del mínimo sino del promedio, que es más representativo. Los datos del INE muestran que el salario promedio real en el sector privado se ha mantenido estancado y con leve tendencia declinante en los últimos 20 años. El crecimiento económico no ha mejorado la situación de los trabajadores. En 2004, el salario medio real en el sector privado era de Bs 1.600, medido a precios de 1995. En 2022, con los mismos criterios de medición, el salario medio real de los trabajadores del sector privado era de Bs 1.560. La bonanza solo fue aprovechada por el sector público, donde sí crecieron los salarios reales.

Los salarios reales bajaron a pesar del aumento del mínimo, porque los salarios más altos se contrajeron. Las desigualdades salariales se han reducido, lo que implica que se ha eliminado el premio a la capacidad o a la mayor formación. Es decir, no hay incentivos para mejorar la productividad laboral. Hay más igualdad, pero menos justicia.

En suma, el estancamiento del salario real en el sector privado, la contracción del sector formal y la disminución de las diferencias, indican que los trabajadores que han sufrido mayor deterioro en su posición en el mercado laboral han sido los más productivos, los más experimentados, los mejor calificados. Con mayores costos y menor productividad, las inversiones son menos rentables, y la economía ha terminado perjudicada.

Roberto Laserna es investigador de CERES.

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Censo y representatividad política

Por disposición constitucional, el Censo da parámetros de referencia para asignar recursos y de diputados, ajustando la distribución a los cambios poblacionales. Las proporciones de población cambian y mientras algunas zonas declinan, otras se expanden.

/ 16 de diciembre de 2023 / 06:53

Estamos a meses del Censo Nacional de Población y Vivienda, tema de movilizaciones y conflictos. Es que los datos censales son claves para la distribución de recursos económicos a gobernaciones y municipios, y pueden influir en la configuración de la Asamblea Legislativa.

Por disposición constitucional, el Censo da parámetros de referencia para asignar recursos y de diputados, ajustando la distribución a los cambios poblacionales. Las proporciones de población cambian y mientras algunas zonas declinan, otras se expanden. Lo sabemos, pero cuando llega el momento unos se sentirán perdedores y otros ganadores, alentando situaciones conflictivas. Hay que evitarlo explicando que los cambios afectan a las categorías territoriales (departamentos o municipios), pero no a la gente, que es el nivel que verdaderamente importa.

Utilizar categorías territoriales en la asignación de recursos es inevitable, pues ellas son jurisdicciones de gobernaciones y municipalidades. El problema está en su utilización como circunscripciones electorales, pues ello distorsiona la representación política creando conflictos imposibles de resolver en los marcos de la actual Constitución.

En efecto, en la Constitución de 2009 se mantiene un sistema bicameral, pero confuso en forma y fondo. En el origen, se concibe al Senado como un nivel de representación que facilita la concertación en temas de largo plazo, más institucionales, ya que tiene pocos integrantes y representan a los departamentos más que a los partidos o la población. Son en cantidad igual por cada departamento, independientemente de su tamaño geográfico, económico o poblacional. Antes eran tres y asumían dos por mayoría y uno por la primera minoría en cada departamento. Desde 2009 se amplió a cuatro y se los elige en proporción al apoyo político, es decir, se lo ha “politizado” un poco más, además de otorgarle también atribuciones coyunturales. En todo caso, mantiene la igualdad territorial.

El problema viene en Diputados, donde se reitera la representación territorial al hacer de cada departamento una circunscripción, con lo que la elección mezcla la representación de territorio y de población. Asigna un número mínimo a cada departamento (criterio territorio) y el resto según población. El resultado es que los más poblados pierden representación mientras la ganan los menos poblados. Esto es injusto para quienes viven en los departamentos más poblados y es innecesario, puesto que la “compensación” ya se da en el Senado.

La situación se exacerba con las circunscripciones uninominales, que se organizan en base a una geometría caprichosa con el fin de que cada una contenga una cantidad más o menos uniforme de votantes. Conocemos el resultado: no ha mejorado la representación política, se han debilitado los partidos, se ha alentado la actividad de caudillos locales. En suma, empeoró la calidad de la democracia.

¿Cómo resolver este problema? Es sencillo. Si volvemos al origen el Senado conserva la representación territorial, y Diputados asume la representación política. Eso significa elegir de manera tal que cada departamento sea igual al otro en el Senado, y que todos los votos ciudadanos valgan lo mismo. Esto solo se logrará si superamos circunscripciones subnacionales y se asignan diputados en proporción directa a la votación partidaria nacional. Es decir, evitar la asignación departamental de diputados y evitar el difícil juego de organizar circunscripciones uninominales caprichosas. Todos los votos valdrían lo mismo y se fortalecería la representación política, con partidos más fuertes.

¿Dónde quedaría en ese caso la representación local? En los concejos municipales y en las asambleas departamentales, que es donde corresponde. Habría entonces una razón menos para que el Censo genere conflicto y un espacio más auténtico para procesar las propuestas políticas. Pero no, no se puede. Con la Constitución de 2009 esta opción es imposible, pero sí es posible pensar en cambiarla.

*Roberto Laserna es economista de CERES

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Las huellas de Goni

Estas huellas no son discurso o símbolos; son realidades que todavía alientan modernidad y democracia.

/ 19 de marzo de 2023 / 07:18

DIBUJO LIBRE

El 9 de marzo, la sesión de Diálogos al Café estuvo dedicada al legado histórico del MAS. Magdalena Cajías y Fernando Molina aceptaron el desafío de ubicarse a 20 años de ahora para reflexionar sobre lo que puede quedar para entonces del “proceso de cambio”.

Fernando Molina fue muy contundente al afirmar que solo quedará en la historia el 22 de enero de 2006, cuando un indígena muy pobre, de origen campesino, alcanzó la Presidencia. El resto quedará como parte del péndulo extractivista que nos lleva a dilapidar en un ciclo lo que se genera en otro.

Es una conclusión muy dura, pues implica que el periodo presidido por Evo Morales comenzó en su cúspide y el resto fue poder efímero y desgaste. O destrucción institucional, dirán otros. No discutiré el tema, aunque sí uno secundario que provocó mi atención: Algo similar pasó con Goni, dijo Molina, a cinco años de su partida ya no quedaba nada.

No fui parte del gobierno de Sánchez de Lozada y mantuve una posición crítica y distante con muchas de sus políticas, hasta que pude ver sus resultados. Me parece que, al contrario de lo que dijo Molina, todavía pueden verse las huellas de sus gobiernos a casi 20 años de su exilio y del persistente esfuerzo de todos sus sucesores por desarticular lo que se hizo entonces.

Sin que el orden aluda a su importancia, comienzo mencionando la municipalización del país. No solamente pervive sino que goza de buena salud, tanto en su organización institucional, con pequeños cambios, como en los mecanismos de financiamiento automático, la coparticipación, que permite que el rincón más alejado cuente con un presupuesto de obras.

En el ámbito de la salud fue decisiva la introducción del Seguro Universal Materno Infantil, que no solamente vive, aunque le hayan cambiado el nombre, sino que sigue salvando las vidas de madres y niños en todo el país. La pensión universal no contributiva, que en su inicio se llamó Bonosol y debía financiarse con las utilidades de las empresas capitalizadas, se llama ahora Renta Dignidad y la financia el TGN. También se amplió su cobertura, canalizando a las familias parte de las rentas petroleras, pero sin pensar en que ellas podían agotarse y poner presión sobre el déficit fiscal. En todo caso, vive.

También sobrevive el sistema de pensiones de capitalización individual. Aún maltrecho, ese sistema marca una huella importante: los ahorros previsionales por más de 24.000 millones de dólares, un tercio de los cuales ha financiado parte de los gastos e inversiones del gobierno de Bolivia. Ahora se busca eliminar la competencia a través de una Gestora Pública, que se justifica solamente en la idea de que las utilidades que pueda generar la administración de los fondos sean distribuidas en pensiones solidarias. Pero la idea de jubilaciones basadas en la capitalización individual sigue viva.

En el ámbito institucional todavía existen los diputados por circunscripciones uninominales. En este caso, lamentablemente, y no por los buenos resultados, ya que en general esta reforma no mejoró la representación política y debilitó a los partidos como instrumentos de la democracia. De aquellos años también persisten otras reformas menos asociadas a Goni, pero en las que tuvo influencia, como la reforma constitucional que introdujo el Defensor del Pueblo y el Tribunal Constitucional, aunque tampoco puedan justificarse por sus resultados.

De la capitalización no queda nada, dijo Molina, fue revertida completamente. Pues no tanto, digo yo. Un elemento clave sí fue revertido, el componente social, que se expresó a través del Fondo de Capitalización Colectiva, que hizo a los bolivianos accionistas de las empresas capitalizadas. Esos accionistas fueron expropiados sin que se pagara la indemnización que establece la Constitución, y la propiedad pasó de nuevo al Estado.

En la falsa “nacionalización” de los hidrocarburos no se tocó a las empresas, ofreciéndoles más bien nuevos contratos que les aseguraron la total recuperación de sus costos y, aunque tuvieron menores ganancias, fueron liberadas de riesgo y de la obligación de exploración. El resto de la capitalización se fue disolviendo después de haber cumplido el objetivo de dinamizar inversiones (Entel, Ferrocarriles). Su eficacia fue indudablemente clave para explicar la bonanza exportadora que hizo del proceso de cambio la etapa de mayor dinamismo de expansión del mercado en la historia reciente del país.

Con esas referencias, es absurdo proclamar la muerte del neoliberalismo cuando su institución principal, el mercado competitivo, es el mecanismo predominante en la vida económica del país.

También puede leer: El golpe, Evo y la continuidad del proceso

Donde Molina sí tiene razón es en la eliminación de algunas instituciones que fueron centrales en las reformas de Sánchez de Lozada, como el sistema de superintendencias. Eran árbitros independientes del gobierno que podían proteger al ciudadano, sin obligarlo a buscar influencia política o corporativa, o acudir al sistema penal. Ya no existen, pues las han convertido en dependencias ministeriales, dejando inermes a los ciudadanos. Tampoco queda nada de la reforma educativa, aunque más lógico sería decir que no se desarmó la reforma sino la educación, con improvisaciones sin mejora efectiva. Olvidada está la Ley INRA y desprotegidas las áreas protegidas, pero para muchos campesinos e indígenas siguen siendo referencias.

Las huellas de Sánchez de Lozada no son solamente memoria, discurso o símbolos. Más bien hay poco de ello. Pero sí son realidades que todavía alientan modernidad y democracia y ofrecen señales que pueden orientar un quehacer futuro.

Una de las cosas más interesantes es que todo eso, además, se hizo en 5 años (4+1), teniendo en ambos gobiernos una mayoría reducida y, por tanto, sin control del Congreso, sin bonanza exportadora y sin romper instituciones. La huella histórica más significativa tal vez sea esa, intangible pero real, la demostración de que es posible hacer cambios en democracia, en base a la negociación y el diálogo.

(*)Roberto Laserna es economista

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Crisis del gas… oportunidad del trabajo

/ 21 de octubre de 2022 / 02:06

En un reciente diálogo organizado por el Grupo “Marcos Escudero” se trató la situación de los hidrocarburos en Bolivia y sus perspectivas. Expusieron el tema dos especialistas que, en su momento, tuvieron responsabilidades ministeriales en el rubro: Álvaro Ríos Roca y Mauricio Medinaceli. Ambos coincidieron en definir la situación actual como difícil y las perspectivas como muy críticas.

Hoy nadie menciona más la posibilidad de hacer de Bolivia el corazón energético de América del Sur. Bolivia ya es un importador neto de hidrocarburos.

Los especialistas también coincidieron al identificar la causa de este dramático cambio de situación: la nacionalización. Ésta expropió las acciones que tenían los bolivianos a través del Fondo de Capitalización Colectiva, y obligó a los inversionistas extranjeros a cambiar sus contratos, aceptando una carga tributaria mayor, a cambio de garantizarles rentabilidad al cubrir sus “costos recuperables”. Esto desalentó nuevas inversiones y estimuló la explotación acelerada de los yacimientos ya existentes.

El debate se centró luego en lo que debería hacerse para reactivar la producción, volver a exportar y satisfacer las expectativas de la gente. El escenario más optimista dice que, si se cambia de inmediato y radicalmente la política de hidrocarburos, comenzando por la Constitución, y se consigue que comiencen a llegar nuevas inversiones con alta tecnología, recién cinco años después sabremos si puede ser posible lograr el autoabastecimiento de hidrocarburos o contar con un sector exportador dinámico. Tal vez esto nos dé una oportunidad de desarrollo.

En medio del debate, Medinaceli recordó que varios profesionales firmamos en 2006 una propuesta de distribución directa de las rentas de recursos naturales entre todos los ciudadanos. La idea entonces no era solamente cumplir con la afirmación constitucional de que los recursos naturales son de todos, sino también la de evitar los males del rentismo estatal, una enfermedad que se contagia muy fácilmente hacia la sociedad, como precisamente ocurrió, con secuelas que todavía nos afectan.

El rentismo surge de la concentración de las rentas en el Estado divorciándolo de la vida económica de la sociedad. El Estado resuelve con rentas sus problemas de financiamiento, cobrando a un puñado de empresas, y depende menos de los impuestos, que exigen mayor trabajo de cobranza y que se generan con el trabajo y la producción de miles de personas y empresas. De espaldas a la economía pero con recursos, el Estado se concentra en la gestión política, logrando apoyos mediante el gasto público. Esto, a su vez, incentiva comportamientos corporativos en la sociedad: todos se organizan en grupos que luchan para “arrancar” recursos al Estado: inversiones, servicios, oficinas, subsidios, etc. Así, en vez de que la creatividad y el esfuerzo de la gente se canalicen hacia la producción, lo hacen hacia la “política”, reducida a pugnas por el presupuesto. Las rentas de recursos naturales terminan distribuidas al calor de la presión corporativa, muchas veces en proyectos insostenibles y otras en simple despilfarro.

Sucedió precisamente eso, pues caímos en la trampa del rentismo. Pudimos haberla evitado creando un fondo soberano, como lo hicieron en Noruega, pero no teníamos entonces (y menos ahora) la institucionalidad y fortaleza jurídica para hacerlo. También lo hubiéramos evitado, como propusimos algunos, dándole a la gente su plata, porque sin duda hubiera hecho un uso más prudente de ella que la burocracia, y seguro no se habría distraído en pugnas pseudopolíticas como las que han debilitado nuestra democracia.

Para tener una idea, tomando en cuenta un informe de YPFB que asegura que se recaudaron más de $us 37.000 millones entre 2006 y 2019, su distribución entre la gente hubiera llevado a cada familia cerca de $us 15.000 de libre uso en estos años. Para la mayoría, eso hubiera sido un cambio radical de vida.

Para ambas opciones ya es un poco tarde, ahora nos queda trabajar y producir.

Esa es la oportunidad.

Roberto Laserna es economista de CERES.

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Jubilaciones en riesgo

/ 20 de julio de 2022 / 02:20

El tribunal arbitral internacional ha fallado en favor del principal accionista de la AFP Previsión. La demanda fue interpuesta en 2018 reclamando retrasos indebidos por parte del Gobierno de Bolivia en el proceso de nacionalización del sistema de pensiones. El Estado boliviano tiene ahora la obligación de pagar $us 105 millones al principal accionista de Previsión, que en su demanda insistió en que hizo varias propuestas al Gobierno para transferir la administración de los ahorros previsionales y de las jubilaciones que están a su cargo.

A primera vista, puede resultar extraño que una empresa internacional haya reclamado ante un tribunal por el incumplimiento en la nacionalización, tomando en cuenta que dicha empresa ha seguido operando todo este tiempo, atendiendo a sus clientes, administrando sus ahorros, pagando jubilaciones, generando utilidades, etc. ¿Acaso quería ser estatizada?

La explicación tiene que ver con la naturaleza del negocio.

Las administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) reciben los ahorros de sus clientes y los administran para devolvérselos después en la forma de jubilaciones o pensiones de retiro. “Los administran” quiere decir que deben invertirlos en algo que sea seguro y rentable, a fin de que los clientes tengan un beneficio de largo plazo. Mientras mayor es ese beneficio son mejores las jubilaciones, y más ganan las AFP, pues su remuneración proviene sobre todo de la comisión que obtengan de los réditos de las inversiones.

Esto no es sencillo. Hacer inversiones que sean rentables es difícil, y lo es más que lo sean a largo plazo. Y el plazo es clave en la gestión de las pensiones. En condiciones normales, se supone que una persona ahorra durante su vida laboral, de 25 a 30 años, para retirarse y recibir una pensión hasta su muerte, lo que puede suceder en otros 25 a 30 años. Una AFP, por lo tanto, necesita una perspectiva de largo plazo. Cada cliente se vincula por 50 a 60 años, y con frecuencia más, si sobreviven cónyuges, o derechohabientes, como dice la jerga de los especialistas.

Esto de los plazos y la necesidad de inversiones rentables muchas veces no lo comprenden ni los interesados. ¿Cómo podría uno ahorrar el 10% durante 30 años, que equivale al ingreso de tres años, y esperar una jubilación por otros 30 años? Solamente si ese equivalente de tres años se multiplica con inversiones rentables que se mantengan así por periodos prolongados.

En Bolivia, la licitación internacional que abrió el sistema de pensiones dio lugar a contratos que garantizaban ese largo plazo. Pero la añoranza por un sistema de jubilaciones excluyente y restringido, pero que se financiaba con los ingresos de todos, llevó al MAS a prometer la reforma. Ella se estableció inicialmente en la Constitución de La Calancha y Oruro, y luego en la nueva ley que creó la Gestora Pública. Con ello se introdujo un grave factor de incertidumbre. El Gobierno ha estado fijando y prorrogando plazos desde entonces, sin que se concrete la transferencia de las cuentas previsionales de las AFP a la Gestora Pública. ¿Cómo planificar para 60 o 70 años los ahorros de un cliente si en cualquier momento el proceso se interrumpe?

Al parecer, Previsión demandó el arbitraje para obligar al Gobierno a tomar una definición que resolviera esa incertidumbre.

El Gobierno está ahora obligado a pagar los 105 millones y hacerse cargo de la administración de Previsión y las inversiones que ésta administra (unos $us 12.000 millones, pertenecientes a 1,4 millones de bolivianos).

Pero hay otro camino, que yo aconsejaría si fuera parte del Gobierno: negociar con la empresa un nuevo contrato que le devuelva la perspectiva de largo plazo. No tiene sentido asumir la obligación de pagar 105 millones para hacerse cargo de un problema complicado, como es el de administrar tanto dinero de tanta gente, sin tener la capacidad institucional para hacerlo. Porque, además, lo que se haga con Previsión sienta las bases de lo que se hará con Futuro, con lo que los costos y el problema se multiplican por dos.

No es seguro que, a estas alturas, los accionistas acepten quedarse, pero tampoco es imposible. Son inversionistas y conocen la importancia de negociar. Nuevos contratos y garantías de largo plazo devolverían certidumbre al sistema. Si el país lo necesita, los ahorristas todavía más.

La Gestora Pública podría convertirse en una tercera AFP, desarrollando la tecnología que se necesita para manejar ahorros a largo plazo, y compitiendo con las otras dos, lo que terminaría por fortalecer el sistema.

La obligación ya está clara. El Gobierno sabe lo que le costará de inmediato persistir en una reforma que es riesgosa e innecesaria. Pero puede enderezar el entuerto con una acción política rápida y clara: negociar con los inversionistas y concertar un cambio en la normativa.

 Roberto Laserna es economista de CERES.

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