Representaciones periféricas
Un proyecto impulsado desde el Gobierno requiere consolidarse en función de un ‘otro’
Formado una vez en las acostumbradas filas que desde muy temprano se hacen en las puertas de la Sala Murillo, oí espetar a un ciudadano: “¡Cuál Estado Plurinacional, carajo! ¡Vamos a volver a ser república! ¡Aquí ningún Estado Plurinacional!”. Expresiones como esas no eran extrañas hace algún tiempo, pues muchas personas opuestas al cambio fueron asumiendo tal tendencia reclamándose como “ciudadanos de la República de Bolivia”.
Pero esa tendencia reaccionaria, en la actualidad, parece declinar, lo que supondría una buena noticia para los defensores del proceso de cambio. Sin embargo, ello no es necesariamente deseable, pues un proyecto impulsado desde el Gobierno requiere consolidarse en función de un “otro” o un tercer excluido, cuya ausencia podría considerarse grave, cuando el lugar de la oposición aparece, como ahora, como un lugar vacío.
Esas que podríamos llamar representaciones periféricas son, por tanto, funcionales a la imposición de un proyecto político, a pesar de que esas opciones representen a una microminoría. Esta característica no supone además su intrascendencia, pues importantes partidos surgieron con esa condición, aunque no todos llegaron a tener la misma fuerza, como los que podríamos llamar partidos renovadores: Alianza Republicana Nacionalista, Acción Humanista Revolucionaria, Fuerza Nacional Progresista y Acción Cívica Popular, que en 1985 desajustaron el clivaje económico que opuso a la izquierda popular con la derecha neoliberal. Una vez sentada esta hegemonía frente a la cual la izquierda se reclamó como “opción humanizante” del modelo, en 1989 apareció Condepa, generando un nuevo clivaje social frente al clivaje económico, del cual después se sirvió el MAS.
Junto a Condepa estaban los partidos Kataristas, cuya creciente fuerza impulsó en 1993 el retorno de opciones renovadoras, como Alianza Renovadora Boliviana; el surgimiento de la nueva izquierda, como Alternativa al Socialismo Democrático; el anticondepismo de UCS; el partido de los Independientes, como síntoma de la corrupción de la clase política; es más, frente al alumbramiento indígeno-mestizo surgió el Movimiento Federalista Democrático. En 1997 las representaciones periféricas dieron cuenta de una nueva izquierda y de ahí en adelante fueron apareciendo opciones más sincréticas, cuya versión acabada fue el MAS, pero cuya presencia permitió el surgimiento del MIP como opción fundamentalista.
Por tanto, las representaciones periféricas no sólo tendrían la virtud de darle sentido a los extremos, sino de ser antecedentes políticos fundamentales frente a la convergencia de los partidos importantes como los ahora existentes, nacientes y en vías de revivir, que van posicionándose, por obvia estrategia, en torno al votante mediano. El Frente Amplio, el Movimiento Sin Miedo (MSM) y el Movimiento Demócrata Social (MDS) tienden así a diferenciarse sólo por temas, siendo clave la práctica democrática, tanto que el MSM presume un proceso de democratización interna, a pesar de que Juan del Granado no tiene rival. El Frente Amplio se asume como una institución para la democracia, alimentándose de íconos de una izquierda longeva desencantada por el autoritarismo del Gobierno; y el MDS tiene en Rubén Costas a su paladín de una democracia de usanza regionalista.
Por eso los resultados del proceso electoral venidero parecen predecibles. Y para algunos la existencia de menos partidos sería lo deseable, ya que supone menos volatilidad y menos voto dividido, cuando la existencia de muchos partidos encuentra su argumento en el ya desgastado principio zabaletano de la “sociedad abigarrada”, que interpretado en clave representativa supondría una fragmentación necesaria para la lucha por la hegemonía.