La muerte de Cinthia Poma…
El castigo institucionalizado llamado jaripeo sigue marcando el ritmo de la (de)formación policial
La reciente muerte en la ciudad de La Paz de la cadete Cinthia Poma nos deja nuevamente consternados. La joven supuestamente fue obligada por sus instructores a excesos en el entrenamiento físico; aunque sus familiares denunciaron que habría sufrido torturas; incluso se acusa a los instructores de racismo, ya que alguno de ellos habría manifestado: “Hay que limpiar de la Academia Nacional de Policía (Anapol) a estudiantes de origen indio”.
Este hecho doloroso reabre nuevamente preguntas sobre el estado de los centros de formación policial, que puede ser extensible a la institución militar. No se puede aceptar que la muerte de jóvenes sea frecuente como consecuencia de las políticas de (de)formación ancladas en la violencia extrema, la prepotencia y los valores coloniales como el machismo, la discriminación social y el desprecio absoluto a la vida de las personas. Sabemos que, fuera de la formalidad curricular, continúa el “currículo oculto”, que sigue apostando por el perfil de que un “buen policía” es macho/macha porque golpea a sus semejantes, o cuanto más violento sea es mucho mejor, incluso existen rasgos cuasi criminales cuando se atenta fácilmente contra la vida de las personas.
A estas alturas de la (de)formación y educación de los jóvenes cadetes en la Academia Nacional de Policías (Anapol), ésta se ha convertido en una vergüenza y descrédito para el país. Habrá algunas excepciones, pero eso se pierde en el enorme cuerpo deformado de la institución que piensan que golpeando, masacrando e incluso asesinando a sus colegas o futuros colegas se ganarán el estatus de ser los mejores ¡qué razonamiento colonial de ideas y prácticas!
La Policía por mandato constitucional está para defender la vida, nuestras vidas, pero en la práctica es la que más desprecia la vida; urge en este sentido el cierre de la Anapol, porque no es posible que con el dinero del pueblo boliviano se permita el funcionamiento de una institución punitiva sin límites. En tiempos del “proceso de cambio” es paradójico que aún se apueste por los valores del culto a lo físico porque supuestamente brinda valentía. El castigo institucionalizado llamado jaripeo —o castigo físico y psicológico— sigue marcando el ritmo de la (de)formación policial, y nadie hasta este momento se anima a extirpar estos espacios de desprecio y discriminación al ser humano.
Es urgente la intervención del Estado en la Anapol para refundar otra academia de policías. Esto supone diseñar un nuevo currículo a partir de los valores de la vida y el respeto a los derechos humanos, que en el futuro cercano puedan garantizarnos el accionar de la nueva Policía. No he escuchado hasta el momento manifestarse al Ministerio de Educación, al Ministerio de Culturas o incluso al Viceministerio de Descolonización sobre un cambio profundo y la extirpación de la raíz colonial de la violencia y el racismo.
La administración judicial lamentablemente no nos brinda casi ninguna garantía de buena investigación y menos que se pueda sancionar a los culpables de semejante
crimen. Nuestras profundas condolencias a la familia de Cinthia, que en este momento simboliza la muerte en circunstancias parecidas de muchos otros casos que hasta ahora no han encontrado justicia.
Uka pallapallanakaxa jan wali thakhiru saranukutawa. Uka pallapallanaxa jaqir nuwjaña, jiwayañak munasipki. Walispawa ist’antaña, yaqha jach’a utwa utt’ayasiñapa, suma jatichawi utjañapataki.