Silencio cómplice
Al igual que otros actores, los militares dispararon contra el Gobierno con su misma arma discursiva
El vertiginoso escenario político del país que últimamente ha visto pasar otro vergonzoso incidente de violencia sexual por parte del mismo político que por su “atrevimiento” ha dejado de ser provincial para convertirse en mundialmente famoso, y el descreimiento hacia la Justicia boliviana por parte de sus injuriados, que han hecho también de conocimiento mundial ese defecto del país, la acometida del Gobierno en contra de la prensa y el avance de los temas electorales que, como una marea avanzan de a poco para ahogar pronto la cotidianidad del país, ha visto pasar también un problema de implicaciones importantes, pero que si bien apareció con imponente paso de parada, pasó muy raudamente.
Se trata de las movilizaciones que protagonizaron los militares de baja graduación, a partir de la publicación, el 3 de abril, de un anteproyecto de ley para descolonizar y eliminar la discriminación en las Fuerzas Armadas. Ese hecho, inusual en el país, fue analizado rápidamente desde los enfoques institucional y de los movimientos sociales, repitiendo, sin embargo, viejos postulados institucionalistas y una idea local arraigada que ve a la presión social como “el” recurso para el logro de objetivos, y que por tal parece ya insustancial. Curiosamente, no obstante, ese suceso no fue tomado por los críticos del cambio, los adversarios del Gobierno y sus intelectuales en su acostumbrada forma de convertir hechos similares en dinamita para socavar al Gobierno.
Ello no sucedió porque la expresión de los militares desnudó aspectos fundamentales de las condiciones en las cuales viene sucediendo un proceso de cambio “no” revolucionario, aspecto que ha sido precisado por los estudiosos de las sociedades modernas, quienes identifican a éstas como compuestas por sistemas abiertos y cerrados u operativamente clausurados en su operación, las cuales determinan un cambio continuo por irritación del entorno, pero de ninguna manera abrupto ni radical.
Las instituciones herméticas y verticales representan incluso una necesidad en ese sentido. En el caso que nos ocupa, las condiciones económicas innegablemente cambiantes han sido fundamentales, pues si bien en torno a ellas las Fuerzas Armadas han sido privilegiadamente beneficiarias de las políticas salariales del Gobierno, la insubordinación de sus estamentos bajos permite ver que la “acción redistributiva”(preferente) no agota las aspiraciones de sus beneficiarios, sino que impulsa su necesidad de ascenso social, tal como el crecimiento de las clases medias supone el crecimiento de expectativas y la realización de éstas, el aseguramiento de su nueva posición y la reducción de su vulnerabilidad.
Pero en ello, y otra vez por el entorno, contribuyó también el impreciso discurso hegemónico que alienta múltiples maniqueísmos. Así, como otros actores ya lo han hecho, los militares dispararon contra el Gobierno con su misma arma discursiva. Pero los que no cuentan con las mismas prerrogativas que un ciudadano deliberante lograron forzar únicamente, a nombre de la descolonización, espacios para expresar sus demandas aspiracionales y no para asegurar la reforma de las instituciones autoritarias que operan con la lógica del castigo.
La ausencia de reacción de los opositores supone en ese sentido un silencio cómplice, que no puede ser atribuido a sus premuras electorales ni a que la descolonización sea un debate perdido, sino a que ese proceso, el de la descolonización, opera necesariamente de arriba hacia abajo y no de abajo hacia arriba, razón por la cual quienes aspiran a la dirección del Estado no pueden cuestionar a sus instituciones verticales fundamentales. Así fue impuesto el nuevo carácter anticolonial, anticapitalista y antiimperialista de las FFAA.