Está creciendo grandemente la percepción de que la República de Irak ha llegado a un punto de inflexión. Las fuerzas armadas hostiles al Gobierno iraquí se han hecho más fuertes, mejor equipadas y más organizadas. Y teniendo ahora garantizadas las armas, municiones y cientos de millones de dólares en efectivo gracias a la toma de la ciudad de Mosul —la segunda más importante de Irak— los insurgentes se cimentarán con esas fortalezas. La pregunta de ¿quién perdió a Irak? ha salido inevitablemente a la luz pública en Washington.

Ahora que en Estados Unidos se han planteado esta interrogante —como lo hicieron con China en los años 50 o con Vietnam en los 70— el punto más importante a recordar es el siguiente: los gobernantes locales fueron los responsables. Los chinos nacionalistas y el gobierno de Vietnam del Sur fueron ambos corruptos, ineficientes y débiles, incapaces de llevar a cabo acciones inclusivas y poco dispuestos a luchar con la dedicación de sus oponentes. Ocurre la misma historia con Irak, pero a un mayor grado. La primera respuesta a dicha interrogante es: Nouri al-Maliki perdió a Irak.

El Primer Ministro iraquí y su partido gobernante se comportaron como unos gansters. No solamente excluyeron a los suníes del poder, sino que además utilizaron armas, fuerzas policiales y milicias para atemorizar a sus oponentes. La insurrección que hoy en día enfrenta el gobierno de Maliki fue altamente predecible, de hecho ya ha sucedido algo similar en el pasado reciente. En 2003, Irak se enfrentó a una insurrección protagonizada por los suníes, que finalmente fue detenida por el general David Patreaus, quien dijo explícitamente en ese momento que el elemento central de su estrategia era político, conduciendo a las tribus suníes y milicias al redil. Señaló con frecuencia que el éxito del levantamiento permitió ganar tiempo para un auténtico pacto para compartir el poder en Irak, que incorpore a los suníes en la estructura del gobierno.

Un alto funcionario, estrechamente involucrado con Irak en la administración de Bush, me dijo: “Maliki no solamente no intentó ampliar el reparto del poder, sino que faltó a su palabra en todos los pactos que realizó, dejó de pagar a las tribus suníes y milicias y comenzó a perseguir a los oficiales suníes”. Entre los damnificados se encontraban el Vicepresidente de Irak y su Ministro de Finanzas.

Pero, ¿cómo se convirtió Maliki en el primer ministro de Irak? Él fue el producto de una serie de decisiones clave realizadas en la administración de Bush. Luego de invadir Irak con una pequeña fuerza, intervención que el experto Tom Ricks denota como “el peor plan de guerra en la historia de Estados Unidos”, la administración Bush necesitaba encontrar aliados locales.

Se decidió rápidamente destruir a la élite gobernante suní y empoderar a la línea dura de los religiosos chiítas que se oponían a Saddam Hussein. Esto significó la caída de la estructura de poder de los suníes que había permanecido por siglos en la zona. Posiblemente dichas acciones, tales como disolver la armada, desmantelar la burocracia y purgar a los suníes en general, han traído más consecuencias que la invasión en sí misma.

El desorden en el Oriente Medio se califica generalmente como una guerra sectaria. Pero en realidad es mejor describirla como “la rebelión de los suníes”. Se puede observar a lo largo de la región, desde Irak hasta Siria, cómo las bandas suníes armadas han decidido enfrentarse a las fuerzas no suníes que, según ellos, los oprimen. A menudo, la administración de Bush justifica sus acciones señalando que los chiítas son la mayoría en Irak y, por tanto, deben gobernar.

Sin embargo, lo cierto es que las fronteras de estas tierras son porosas, y mientras los chiítas son numerosos en Irak (el partido de Maliki en realidad no obtuvo una mayoría absoluta, sino una pluralidad), son en conjunto una pequeña minoría en Oriente Medio. El apoyo externo de lugares tan variados como Arabia Saudita y Turquía sostiene la rebelión de los suníes.

Si la administración de Bush merece una gran porción de la torta por “perder a Irak”, ¿qué se puede decir de la administración de Obama y su decisión de retirar a las fuerzas estadounidenses del país a fines de 2011? Personalmente hubiese preferido ver una pequeña fuerza estadounidenses en Irak para tratar de prevenir la caída del país. Pero recordemos la razón por la cual esta fuerza no está presente allí. Maliki, primer ministro, se rehusó a proveer garantías que ofrece cualquier otro país que apoya a las fuerzas estadounidenses. Algunos comentaristas culpan a la administración de Obama de negociar erróneamente y con poco entusiasmo. Tal vez esto sea cierto. Un político iraquí de alto rango  me dijo lo siguiente en los días en los que se discutía la retirada estadounidense: “No sucederá. Maliki no puede autorizar a las tropas estadounidenses a permanecer allí. Irán ha puesto en claro a Maliki que su principal demanda consiste en que no haya ninguna tropa norteamericana en Irak. Y Maliki les debe”. Al respecto, me recordó que el Primer Ministro iraquí pasó 24 años en exilio, la mayoría de ellos en Teherán y en Damasco, y que su partido se había establecido gracias a Irán durante la mayor parte de su existencia. De hecho, el gobierno de Maliki apoyó políticas proiraníes y pro-sirias.

Washington está debatiendo cuáles de las opciones que tiene a la mano (ataques aéreos o el envío de fuerzas especiales de inteligencia para que apoyen al Ejército iraquí) sería la más efectiva. Sin embargo, su problema real es mayor y ha estado en cuestión por más de una década. En Irak, consiste en defender lo indefendible.