No pasar… y pasar
El mundo es de propiedad común; habitarlo, trasladarse por él es un derecho de todos
El mundo es de propiedad común; habitarlo, trasladarse por él es un derecho de todos. Sin embargo, se ha empleado mucho dinero, tiempo y esfuerzo para levantar muros y puestos fronterizos que impiden el ejercicio de la libre circulación. Una muestra de esa desazón son los 12 kilómetros de valla entre Marruecos y la ciudad española de Melilla en el norte de África. Costó $us 43 millones, es de alambre de acero, tiene seis metros de alto, es tridimensional y cuenta con cuchillas que producen profundos cortes en los subsaharianos que desesperados por su situación de pobreza, falta de alimentos, falta de trabajo, persecución política, prefieren colgarse de la valla, cortarse las manos y pies, desangrarse. Esa valla fue construida para que sea impenetrable, pero no contaron con la desesperación de los que la desafían y la atraviesan como las 200 personas que solo en agosto de este año lo lograron.
En el siglo XVI los traficantes de esclavos llevaron a la fuerza a cientos de miles de subsaharianos para que trabajen en Europa y el continente americano. Los encadenaron y los tatuaron. Hoy en la valla de Melilla les prohíben el paso, y los que consiguen cruzarla, llegan marcados para trabajar como esclavos por ser indocumentados.
Más cerca nuestro, en El Progreso, una ciudad al norte de Honduras, las abuelas, madres y familiares de migrantes se han unido en un comité para buscar a sus parientes desaparecidos en la ruta migratoria hacia Estados Unidos, la que desde Honduras sigue por Guatemala y concluye en el norte de México. Los inmigrantes que hacen ese recorrido suelen desaparecer, muchos mueren en el camino o caen en redes de trata de personas y no se vuelve a saber de ellos. Las madres y familiares del comité hacen el recorrido de la caravana, mostrando fotografías de los desaparecidos, pasan mensajes de la situación en la que se encuentra el migrante, los atienden, les llevan alimentos. Una voluntaria del comité relata lo que vio y sintió al caminar junto a la caravana: “Cada vez que oía a La Bestia (el tren mexicano de carga que usan los migrantes), me daba escalofríos, porque allí descubrí lo peligroso de la ruta del migrante. Para ellos los rieles del tren son su almohada, duermen en las vías, y cuando están en el lomo (techo de los vagones) del tren, esperan que arranque, pero unos se duermen del cansancio y caen cuando lo hace”.
Cuando logran pasar la frontera, se convierten en indocumentados, una situación que los coloca peligrosamente frente a frente con los traficantes de personas. A los hombres los esclavizan y a las mujeres las introducen en las redes de prostitución. Se le niega el paso a quienes buscan mejorar su vida. Sin compasión, los puestos fronterizos los devuelven o los devoran.