El Evo que viene
El Evo que viene tiene que ser menos político y más real, más humilde y modesto, más humano...
Evo Morales Ayma… el Evo que viene. El Evo que viene lo hace por un tercer mandato, uno en la era de la República y dos en la era del Estado Plurinacional. Es el resultado de consecutivas votaciones históricas a su favor: 53,7% en 2005, 64,2% en 2009 y 61,3% en 2014.
El Evo que viene es producto de una encarnizada lucha política frente a sus acérrimos contrincantes: de cocalero bloqueador, “enemigo de Dios”, “macaco menor”, “narcotraficante”, “indio” y falso profeta del socialismo del siglo XXI a “autoritario” y “dictador”.
El Evo que viene es airoso sobreviviente de todos los prejuicios en su contra, paradójicamente: que intervendrá la Asamblea Constituyente (Jorge Quiroga entre 2006 y 2008), que expropiará la propiedad privada de los ciudadanos, que dictará un/otro gasolinazo (Samuel Doria Medina en la campaña electoral de este año), que llega para “eternizarse” (el discurso actual de la oposición y de algunos analistas y periodistas).
El Evo que viene es fruto de un ya usual respaldo popular mayoritario, que lee la realidad del país con los mismos ojos y sentimientos que antes de 2005, cuando ganó por primera vez las elecciones presidenciales otrora privilegio de la democracia pactada. El respaldo ciudadano que entiende que el proceso que vive el país es, al menos, distinto o mejor que aquél que desahució a los tildados de neoliberales.
El Evo que viene es la síntesis de la soberbia del poder, que envalentona hasta el extremo de la irracionalidad a sus aliados (choferes, cooperativistas y hasta campesinos que amenazan con chicotear a quienes piensen diferente), que se nutre de su fuerza política para romper con las normas (la multa por abusar adrede de las reglas electorales o el criterio de que los abogados lo arreglan nomás) o que cree tener toda la candidez para desacreditar y enjuiciar a sus contendores.
El Evo que viene es el mismo Evo que fue en casi nueve años de gobierno, con grandes cambios y enormes pendientes. Que no tiene derecho de hablar de los gobiernos de antes, sino también del suyo; al referirse al pasado, tiene que referirse también a los ocho años —que no son pocos— en los que cometió errores, graves: Chaparina, Mutún, el gasolinazo que fue y no fue, el caso Terrorismo que no termina de explicar y elecciones judiciales, por citar algunos.
El Evo que viene tiene una oportunidad histórica para redimirse en cinco años de lo que no pudo en casi nueve: dejar el pasado como pretexto de los malos resultados de gestión (es su tarea enmendarlos), dejar el discurso inamistoso ante sus rivales políticos, abrir la gestión compartida con algunos gobiernos subnacionales (el teleférico podía hacerse en correspondencia con la Alcaldía), respetar a las mujeres (a pesar de las leyes a favor del segmento poblacional) y cuidarse de sus dislates permanentes.
El Evo que viene tiene tareas pendientes: la industrialización debe ser real, la reforma de la Justicia y la Policía es urgente, la corrupción y el narcotráfico son problemas que requieren soluciones integrales, las políticas públicas sin preservar el medioambiente no son tales, la salud y la educación siguen siendo una preocupación, el desarrollo productivo todavía es insuficiente, porque el país es más importante que los intereses políticos.
En suma, el Evo que viene tiene que ser menos político y más real, más humilde y modesto, más humano y respetuoso… Más del pueblo.