Mientras que Moscú continúa enviando sus tropas a Ucrania, resulta claro que la Rusia de Vladimir Putin plantea un desafío frontal a Estados Unidos en particular y a los países occidentales en general. Pero, a largo plazo, el mayor desafío no es presentado por el evidente ataque militar ruso, sino por las movidas pacientes, constantes y no militares de China. Rusia es un gran poder en declive. Su economía solamente equivale al 3,4% del PIB mundial. En cambio, de acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, la economía china se estima en casi un 16% y su tasa de crecimiento es casi cuatro veces más que la de Japón y cinco veces más que la de Alemania.

Los presidentes Obama y Xi Jinping merecen los elogios que están recibiendo por su acuerdo histórico sobre el cambio climático, lo que sugiere que Estados Unidos y China avanzan hacia una relación nueva y productiva. Excepto que, incluso mientras este acuerdo se está negociando, el gobierno de Xi ha estado realizando planes para desarrollar una política exterior que busca reemplazar el sistema estadounidense internacional construido luego de 1945. Hay claramente un debate que se está desarrollando en Beijing. Sin embargo, si China continúa por este camino, esto constituiría el cambio más significativo y peligroso en la política internacional que haya tenido lugar en los últimos 25 años.

Se ha informado abiertamente que Xi condujo el aumento de la retórica nacionalista en los años recientes y que en gran parte fue antiestadounidense. A pesar de que esto es cierto, dicha retórica nunca había desaparecido. Incluso en los años mucho más apacibles de Hu Jintao se percibió el incremento de esta política en libros como The China Dream: Great Power Thinking and Strategic Posture in the Post-American Era, que explícitamente apelaba a Beijing a buscar la primacía mundial, reemplazando la de Estados Unidos, y así ofrecer al mundo un liderazgo más inteligente y benevolente.

Mientras que la retórica nacionalista ha estado circulando en China por un tiempo, la cantidad no parece haber subido bruscamente. En un recuento realizado por el periódico internacional Christian Science Monitor, se encontró que el número de polémicas antioccidentales publicadas en el periódico People’s Daily en 2014, hasta ahora se ha triplicado en comparación con el mismo período del año pasado. Tal vez resulta aún más importante que China ha dado comienzo a una campaña paciente, discreta pero persistente para proponer alternativas a la estructura existente de los acuerdos internacionales en Asia y más allá de ésta. Hay algunos estadistas en Beijing que desean pasar de ser antiestadounidenses a postestadounidenses.

El verano pasado, China encabezó un acuerdo con Brasil, Rusia, India y Sudáfrica (junto con China conocido como los países BRICS) para crear una organización financiera alternativa al Fondo Monetario Internacional (FMI). En octubre, Beijing creó un Banco Asiático de inversión para infraestructura, con un capital de 50.000 millones de dólares, específicamente como una alternativa al Banco Mundial (BM). Y hace dos semanas, Xi declaró que China invertiría 40.000 millones de dólares para restablecer la antigua ruta comercial del Camino de la Seda con el objetivo de fomentar el desarrollo en la región. “Mientras crezca la fuerza nacional entera de China, ésta se encontrará más capacitada y dispuesta para proveer más bienes de interés público para la región de Asia y del Pacífico y del mundo entero”, señaló Xi entonces.

Sería un gran paso adelante si China produjese una mayor cantidad de “bienes de interés público” (jerga para aquellas cosas que las personas necesitan y disfrutan, pero no pueden pagarlas, como por ejemplo parques nacionales o el aire limpio). Pero, aparentemente, Beijing quiere financiar bienes de una manera distinta reemplazando al sistema internacional existente en vez de reforzarlo. Y en los años recientes, China ha realizado denodados esfuerzos para excluir a una nación en particular de todos sus planes: Estados Unidos. Por ejemplo, fue defensora de una Cumbre del Asia Oriental, un foro asiático orientado a estar libre de la influencia estadounidense (no funcionó).

Por otro lado, Xi dio un importante discurso en mayo acerca de la seguridad asiática, en la conferencia sobre la interacción y las medidas de fomento de la confianza en Asia, un grupo poco conocido del cual Beijing era devoto y cuyo mayor mérito parece ser la ausencia de la participación norteamericana. Xi dijo en ese discurso: “los pueblos de Asia tienen la responsabilidad de ocuparse de los asuntos de Asia… y de defender la seguridad en Asia”. Obviamente hay solo un país fuera de Asia que claramente juega un rol central en el mantenimiento de la seguridad de la región.

Que China encaje en un sistema existente va en contra de sus tradiciones históricas más profundas. En su reciente libro World Order, Henry Kissinger comenta que China nunca ha estado a gusto con la idea de un sistema global con Estados igualitarios. “(Históricamente) China se consideraba a sí misma, de alguna manera, el único gobierno soberano del mundo… La diplomacia no era un proceso de negociación entre múltiples intereses soberanos, sino una serie de ceremonias ideadas cuidadosamente, en las cuales se otorgaba la oportunidad a las sociedades extranjeras de afirmar su lugar asignado en la jerarquía mundial”, aquélla en la que China ocupaba el primer lugar.

Éstos son indicios preocupantes, no por el hecho de que los esfuerzos de Beijing seguramente triunfen. Tal vez no lo hagan. Muchos de sus planes han despertado oposición. Sin embargo, si China utiliza su creciente influencia para continuar pidiendo a los países que elijan entre los acuerdos existentes o los nuevos, se podrían crear las condiciones para un nuevo tipo de guerra fría en Asia. Lo que ciertamente ayudaría a socavar y destruir el orden internacional actual, que ha sido una base sobre la cual la paz y prosperidad han prosperado en Asia por siete décadas.