Racismo intelectual
Las ceremonias ancestrales representan el posicionamiento de lo indígena en el Estado Plurinacional
Desde hace mucho tiempo, quizá desde que Bolivia no fue Bolivia, o sea desde la Colonia, se mancilló al indígena. En rigor, con la emergencia de los intelectuales de aquella época: los cronistas fueron los primeros en echar pestes contra el indio (y utilizaron esta palabra —indio— con toda la carga despectiva a cuestas, con el propósito de menguar incluso la propia humanidad del indígena). De allí que la estigmatización por parte de los intelectuales “ilustrados” (criollos y mestizos) hacia los indígenas fue una constante tanto en la Colonia como en la época republicana.
Siempre que hablaban (y hablan) los intelectuales criollos y mestizos con referencia a los indígenas es para denostarlos, es para hablar de su desconcierto en el mejor de los casos, pero, sobre todo, de su crueldad, su dureza, su pesimismo, su soledad, su incomunicación, su mala educación o cualquier otra lacra. En este contexto, el estigma fue una marca indeleble de los indígenas de manera recurrente, apareciendo luego en el imaginario social como un espectro, despertando incluso miedos en los sectores criollos y mestizos.
Por eso no es casual que el primer mes de 2015 estuvo signado por dos acontecimientos que, a mi modo de ver, reactivaron un racismo que está alojado en la mentalidad de algunos intelectuales “ilustrados” bolivianos. Me refiero al apthapi organizado en Irpavi para reparar los actos de racismo que afloraron a propósito de la llegada, por medio del teleférico, de los “malos hábitos” de los vecinos de El Alto a ese barrio residencial paceño. El segundo está asociado a la posesión ancestral por tercera vez consecutiva del presidente Evo Morales.
Ambos acontecimientos, de distinta naturaleza y diferentes características, tienen un hilo en común: la presencia indígena, ora de manera física, ora ritualizada. Posiblemente por esta razón el “problema del indio”, que históricamente provocó escozor entre los intelectuales mestizos y criollos, se (re)actualizó de manera disimulada en algunas ocasiones y en otras de manera más pronunciada.
En efecto, el apthapi organizado para generar un debate contra el racismo avivó un conjunto de comentarios de parte de intelectuales ilustrados que expresaron disimuladamente un sarcasmo irritable, reduciendo este acontecimiento a una simple caricatura. De igual manera sucedió con la posesión ancestral de Evo Morales. Soslayando la dimensión cultural de este evento, muchos intelectuales se esforzaron incluso por ridiculizarlo, a tal punto de vaciar su significación histórica asociada a visibilizar la vivencia cultural de los pueblos indígenas.
Más allá de cualquier consideración política sobre este asunto, las ceremonias ancestrales representan el posicionamiento de lo indígena, aunque sea de manera simbólica, en el centro de la construcción del Estado Plurinacional. En este sentido, el racismo intelectual, a diferencia de otros racismos, muchas veces está oculto en argumentaciones racionales que por ejemplo (pre)juzgan los rituales que rodean a la cosmovisión indígena. Muchas veces en estas percepciones aparecen estigmatizaciones traducidas en discursos que apelan a argumentos elegantes. Aquí se reproduce lo que Silvia Rivera define como el “colonialismo interno”, tan vigente en la tarea de los intelectuales mestizos y criollos que lo expresan de una manera “ilustrada”, especialmente desde la impronta de los indígenas al poder.