Te hablo de ese abril
El 9 de abril la gente cerró los cuarteles, que eran prisiones, y abrió puertas al futuro integrador
El 26 de julio de 1946 llegó al Palacio Quemado el industrial Mariano Peró para recoger unos lingotes de estaño que él había dejado al presidente Villarroel tres semanas antes. Quería demostrar que era posible fundir minerales en Bolivia y que él lo hacía en Oruro. La Rosca peroraba que era de idiotas querer fundir metales aquí, y los que creían que sí era posible eran asesinados, como el ingeniero Núñez del Prado.
El capitán de guardia le dijo a Peró que recogiese nomás sus fierritos, porque no eran ni de oro ni de plata. Éste los tomó de un estante y vio que tenían manchas de sangre seca. En esa oficina había sido atacado Villarroel el sábado 21 y empujado del balcón a la plaza Murillo, donde una turba aleccionada lo arrastró y colgó de un farol. Este episodio fue escrito por Augusto Céspedes en El Presidente colgado.
El súper Estado minero recobró así el poder y se puso a salvo con el Ejército y los diarios como cómplices pagados. Duró seis años el sanguinario modo de gobernar de la oligarquía.
El 9 de abril de 1952 estalló la revolución popular y reivindicó a Busch y Villarroel. La gente cerró los cuarteles, que eran prisiones, y abrió puertas al futuro integrador. Se nacionalizaron minas y recuperaron tierras. Los mineros indujeron a los indios a asumirse ciudadanos y el vocabulario patrio ganó mil nuevas palabras liberadoras.
Sin embargo, atorados en su corrupción y mutuas traiciones, en 1964 los nacionalistas pusieron al país de rodillas ante el imperialismo yanqui y su Ejército ya restaurado. Ocurrieron matanzas militares en Pampa Hilbo, la noche de San Juan, Tolata, Todos Santos, Milluni, las calles de La Paz y otros lugares de suplicio; golpes de Estado y saqueo del fisco a la par de gestas liberadoras como las guerrillas del Che y Teoponte, así como las victoriosas guerras del agua y del gas. En esos trances perdimos a los ideólogos Sergio Almaraz, Marcelo Quiroga y René Zavaleta.
Tiempo de sátrapas nacionalistas, golpistas narcotraficantes y corruptos socialdemócratas devenidos privatizadores neoliberales, hasta enero de 2006.
Este recuento se apoya en la memoria histórica para reasentar que somos un pueblo de pie en el orgullo y la verdad, que aquella República nos fue despótica y racista, que la democracia tiene asegunes que hay que asumir con criterios de convivencia porque la patria pervive y la lucha prosigue.