Los regalos del Presidente
Los regalos otorgados por Evo al Papa revelan el proceso de construcción del nuevo orden simbólico
Carlos Fuentes empezaba un artículo de esta manera: “‘¿Qué hay en un nombre?’, se pregunta Shakespeare en Romeo y Julieta. George Orwell le contesta en 1984: Exactamente lo opuesto de lo que creemos”. Quizás aquí está el meollo de la cuestión en las diversas y contradictorias interpretaciones que un signo puede generar entre seres humanos, dando lugar a un juego lingüístico y, por efecto colateral, a una disputa por la (re)apropiación del sentido político del mismo. Todo depende del cristal con el que se mira o el locus desde donde se articula la enunciación. Estas disquisiciones vienen a propósito de la significación y connotación de los regalos del presidente Evo Morales al papa Francisco.
Más allá del crucifijo con una hoz y un martillo que recibió el líder del Vaticano de manos del Mandatario boliviano, causante de una polémica inusitada en los medios, redes y esquinas, enmarquemos la lectura de los obsequios presidenciales al Sucesor de Pedro en la reflexión sobre la “representación de lo plurinacional”. Dicha lectura responde aquella construcción simbólica estatal en curso. Veamos.
El primer regalo que impresionó fue la tradicional ch’uspa andina, si vale el término, destinada a cobijar hojas de coca. Respecto a este presente, cabe recordar que antes de su llegada el Papa anunció que iba a acullicar para evitar el sorojchi provocado por la altura. Entonces, las primeras imágenes del Pontífice en territorio boliviano resaltaron esa ch’uspa en contraste con la túnica blanca (o simar) que vestía el Papa. Este primer regalo reveló la predominancia aymara-andina que subsiste en el país, central en la simbología del Estado Plurinacional.
Ya en el Palacio de Gobierno el Mandatario le regaló a Francisco el Libro del mar. Este gesto develó dos aristas: la demanda de una salida marítima erigida como uno de los principales horizontes estratégicos de la política exterior del Gobierno y, casi por efecto colateral, el espíritu “bolivianista” que convoca. El mismo se asienta, sobre todo, en aquel imaginario nacionalista devenido básicamente de la revolución nacionalista de 1952; evocando las palabras de René Zavaleta: “Mientras haya gentes que invoquen estos términos, estos términos existen, y aquí existen muchas gentes que invocan esos términos. De manera que resultaría totalmente voluntarista decir que el nacionalismo revolucionario está en extinción” (sic).
Otro de los regalos del Presidente fue un libro sobre su biografía. Este gesto es explicable porque la estructuración de imaginarios en el plano simbólico, tal cual opera desde el Gobierno, ubica a la figura de Evo como el condensador sin igual de la complejidad histórica que sostiene el actual proceso político, enunciado como “proceso de cambio”.
Finalmente, el regalo de la cruz con la hoz y el martillo, réplica de un tallado forjado por Luis Espinal. Según la explicación de Xavier Albó: “es la nueva cruz que Lucho acopló al Cristo de sus primeros votos, con un martillo vertical y una hoz horizontal para expresar el necesario pero huidizo diálogo cristiano-marxista, con los obreros y campesinos”. Quizás en este regalo se condense esos guiños del Gobierno hacia la Iglesia Católica sin abandonar en el ámbito emblemático su impronta izquierdista/socialista que insiste en proyectar. En suma, en el abigarrado lote de presentes otorgados a Francisco no deja de expresarse el señuelo ambiguo, incluso contradictorio y hasta inquietante, del proceso de construcción del (nuevo) orden simbólico en curso.