Carne y piedra
Carne colla y piedra andina forman la materia con la que se construye la historia urbana de este pueblo
El título del libro de Sennett Carne y piedra, un clásico de la sociología urbana, me sirve para reflexionar sobre dos manifestaciones que suceden en el centro urbano de nuestra ciudad. En este nuevo milenio, los paceños y paceñas todavía realizamos protestas sociales, actos festivos y encuentros cívicos alrededor del centro paceño. En la plaza Murillo y sus alrededores, que son los espacios públicos más importantes y significativos de La Paz, concentramos cuanta fiesta y protesta tengamos en agenda. En palabras del sociólogo americano, nuestra carne, con toda su poderosa motricidad y sus interminables efluvios, se encuentra con las piedras patrimoniales del centro urbano. Carne colla y piedra andina forman la materia con la que se construye la historia urbana de este pueblo que, por desgracia, en estos años tiene una forma desmesurada y excedida cuyo destino no me atrevo a predecir.
La última verbena paceña fue una fiesta urbana que terminó en un funesto bacanal. Hace años compruebo el crecimiento geométrico de estos excesos en las noches conmemorativas de julio y octubre.
Entre humos y música, entre bancos e interminables ollas, la verbena paceña convoca a la juventud que decide romperse la madre en un kilómetro de expendio de bebidas alcohólicas de dudosa procedencia y factura. Una vez concluidos los espectáculos, los fuegos artificiales y el fervor cívico, se instala un bacanal desenfrenado desde la plaza Pérez Velasco hasta la plaza del Estudiante. Es, como mencioné en otro texto, la pérdida colectiva de neuronas más grande de nuestra sociedad por el consumo de bebidas adulteradas sin control municipal alguno y que ya empieza a sumar muertos por intoxicación. En suma, una materia urbana de carne ebria y piedra meada.
En otras horas y en la misma zona tenemos nuestras arterias y nuestro corazón urbano bloqueados por el conflicto de otro departamento. Pagamos una vez más, y de manera inclemente, ser la sede de los poderes del Estado. Nuestros hermanos potosinos han aprendido, como tantos otros manifestantes, a paralizar brutalmente nuestro centro político y financiero. En retribución perversa, las autoridades de gobierno deciden dar largas al asunto hasta agotar la paciencia de los protestantes. En el ínterin, los paceños y paceñas debemos sobrevivir sitiados por dinamitazos y petardos, por gases y gritos, o asistiendo heridos y contusos. En suma, los nervios crispados de una materia urbana de carne enardecida y piedra ensangrentada.
Qué historia urbana la nuestra. Sobrevivimos con nuestras carnes amontonadas y presionadas sobre unas remotas piedras andinas. Qué materia urbana tan blanda e ingenua, pero, también, tan dura y tan torpe.