Colores
Si hablamos de aportes a la carta cromática universal, estamos en la ciudad adecuada
Un dicho popular dice: Sobre gustos y colores no han escrito los autores, que viene del latín: De gustibus non est disputandum, que en lenguaje callejero sería: “Son mis gustos, ¿y qué?”. La ciudad de La Paz, cantera inagotable de exabruptos estéticos, es sorprendente. Más aún, si hablamos de aportes a la carta cromática universal, estamos en la ciudad adecuada, en la ciudad maravillosamente colorida, magníficamente ch’ojcha.
El gusto por lo estridente y lo chillón en esta urbe es una construcción colectiva de muchas décadas, y con aportes de todas las clases sociales, sean marginales o jailonas. Es decir, es un constructo social, una característica cultural. A veces me pregunto dónde nace ese porfiado afán cromático. ¿Será que la estimulación nerviosa del ojo es sobreexcitada por nuestra hiriente luz solar? ¿Será que en nuestro proceso cerebral de la visión la escasa oxigenación reclama un furor tonal? ¿Será que así colorea nuestra chanfaina de creencias y sincretismos? Lo cierto es que todos nos desvivimos por hacer chillar las brochas.
Para poner color a esta nota compararé dos ejemplos históricos. Allá por los años ochenta de la democracia pactada, un alcalde, aliado del MIR, decidió “dar vida” a esta ciudad gris y mandó a pintar cuanta plaza y piedrita se cruzaban a su penetrante mirada. Recuerdo que su avidez cromática recaló en dos jardineras de piedra comanche que estaban al frente del edificio municipal. Ordenó pintarlas, una con colores del Bolívar y otra con los de The Strongest. Obviamente las jardineras quedaron de la patada.
Muy lejos de acá, en Albania, capital de Tirana, en 2000 fue elegido como alcalde un artista, Edi Rama. Este señor decidió llenar de colores todos los espacios públicos y sus respectivos edificios.
Su éxito, reconocido internacionalmente, es un ejemplo de cómo una ciudad lánguida puede remover sentimientos y generar un cambio social a través del color. Diría que Tirana es un ejemplo de cromoterapia urbana. Pero, ¿qué diferencia a Rama del alcalde escribidor? Pues que Albania salía de un proceso político con aislamiento tiránico y le urgía una terapia. En cambio, en La Paz, ya sea en periodos de democracia o de dictaduras, siempre fuimos unos ch’ojchos de remate que no piden cromoterapias.
Va un ejemplo reciente. Cuando pensábamos que el edificio Mondrian de la avenida Arce era el ejemplo insuperable, irrumpe el Museo Nacional de Arte, nuestro mayor repositorio cultural. Lo acaban de pintar de un rosa-fucsia-poliglobúlico (el famoso cholapink fue superado) y la única esquina blanca que quedaba en el centro, la que daba paz visual a la plaza, está que arde. Ahora es la casona más fogosa de todas. ¿Y qué?