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Monday 17 Jun 2024 | Actualizado a 01:47 AM

Íconos urbanos

En el orbe existen importantes íconos que han logrado representar a la cultura de forma valiosa.

/ 1 de septiembre de 2016 / 05:23

Las ciudades desde siempre han buscado muñirse de simbología urbana y construir elementos representativos que rememoren no solo hechos positivos o sucesos que vivieron esas sociedades, sino también los referidos a desastres y guerras que sucedieron en esos territorios.

Cierto es que un ícono debe tener una total relación con la cultura si quiere convertirse en signo representativo de hechos históricos o actuales de las urbes. Por ello, desde siempre, un ícono ha buscado significar algo, tanto es así que esas creaciones fueron y seguirán siendo inspiradas en los acontecimientos más relevantes de las naciones.

La Paz cuenta con algunos íconos urbanos como el Obelisco, el cual se encuentra instalado en un punto estratégico del centro citadino, donde la avenida troncal se bifurca con otras avenidas y calles como la Camacho y la Ayacucho. Lo sorprendente de esa plazuela radica en que funciona solo como lugar de paso del transeúnte o como punto referencial urbano.

A propósito de este tema, se debe recordar que hace tres o cuatro años se construyeron algunos íconos urbanos en pequeños espacios residuales de las laderas. Una idea interesante, aunque triste por ciertos casos en los que no se respetó la propuesta original y menos su altura. Incluso así fue un esfuerzo que dotó de puntos de expresión urbana a esos barrios. Lamentablemente hoy algunos están prácticamente destruidos por el material utilizado en su construcción y por la falta de mantenimiento.

En el orbe existen importantes íconos que han logrado representar a la cultura de forma valiosa, por ejemplo el Museo de Guggenheim de Bilbao, obra arquitectónica que por sus formas escultóricas se ha convertido en una referencia obligada de esa ciudad española y que cautiva a miles de visitantes que encuentran en esa expresión formal la grandeza de la arquitectura.

Este año en Dubái se premió en un concurso privado a un ícono del arquitecto Calatrava: La flor de lis (tercero en el tema floral), resuelto con la forma de un pináculo en cuya parte central será construido un edificio que no se muestra en un primer plano, sino que forma parte del sustento vertical del ícono. Elemento artístico y arquitectónico que, por otra parte, ambiciona convertirse no solo en el más bello de Dubái, sino en el más alto del planeta. Así, esa ciudad, donde se encuentran algunos de los rascacielos más altos del mundo, tendrá un ícono con un valor de $us 1.000 millones.

Otra obra del mismo y polémico arquitecto es la Paloma de Nueva York (estación del metro), considerada el símbolo del renacer de esa ciudad después del 11 de septiembre. Este bello ícono, fiel al estilo de Calatrava ($us 4.000 millones), ha logrado conquistar a miles de habitantes que transitan día a día por ese lugar, convirtiéndolo además en un espacio de encuentro ciudadano.

En La Paz algo difícil de entender es cómo ciertas expresiones culturales o íconos urbanos no son comprendidos como parte de la simbología de la ciudad. ¿Es que acaso no merecen ser bien conservados con un mantenimiento anual? Esto no solo por sus valores, sino por el significado que dotan a ciertas áreas de la ciudad y, por qué no decirlo, por el aprecio de la población.

No olvidemos que cualquier hecho, sea de arquitectura, escultura u otras ramas, que se ha ganado el derecho de convertirse en ícono urbano (tanto por su estética como por su expresión formal o su comprensión de la ciudad) es porque conlleva una carga profunda de sentido cultural.

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Velocidad en la ciudad contemporánea

Patricia Vargas

/ 7 de junio de 2024 / 07:16

Algo que se incrementa día a día en las grandes ciudades es la vida acelerada de sus habitantes. Una realidad que denota que la velocidad en la rutina urbana es un hecho relevante y digno de ser observado. Esto, porque allí se sobredimensiona, cada vez más, el valor del tiempo. Vale decir que éste se convierte en lo más remarcable de la ciudad contemporánea, debido a la vida en continuo movimiento de su gente.

Un escenario ya frecuente en la cotidianidad de las metrópolis más desarrolladas del planeta, donde predomina la ciudadanía joven. Lo interesante es que allí el espacio y el tiempo son extensivos, algo que se detecta mucho más en los lugares de mayor concentración de personas como los aeropuertos, los centros urbanos y las avenidas más importantes de las grandes urbes.

Lea: La ciudad de Nueva York

Allí, los habitantes parecieran moverse en grupos, los cuales se desplazan por las amplias aceras como masas corpóreas que transitan a una velocidad que asombra. Una especie de exigencia que tiene la vida contemporánea de hoy y que forma parte de la riqueza de las metrópolis. De ahí que no sorprende que, con el paso del tiempo, éstas hayan terminado cualificadas por el movimiento de ese gentío que es parte de la rutina citadina.

Un contexto que muestra, sin embargo, que allí predomina la población joven, la cual busca enfrentar diariamente los grandes desafíos que exigen esas sociedades.

Entre esos retos que son parte de la transformación de la vida del habitante en las metrópolis está la formación tecnológica, una destreza que es exigida cada vez más para el desenvolvimiento de la población en diferentes áreas.

Así pues, se observa un sobredimensionamiento del tiempo en la cotidianidad del ciudadano. Algo que implica la aceleración de la dinámica urbana, que podría ser entendida como una especie de círculo de quién llega primero al otro extremo.

Pensadores contemporáneos afirman que esa situación lleva al habitante a olvidarse de sí mismo. Empero, también le exige aprovechar al máximo y apropiarse en el menor tiempo posible de conocimientos, especialmente tecnológicos. Un desafío que pareciera recordarle que el éxito es cíclico, aunque la vida no es lineal.

En ese orden de ideas, conviene no olvidar que el espacio y el tiempo son extensivos, pero también intensivos, especialmente para las realizaciones personales, las cuales recuerdan que los seres humanos también necesitan esparcimiento. Una realidad que no siempre se la evidencia en el hacer. Por tanto, ese esquema del tiempo cíclico pareciera ser del pasado, ya que hoy es una especie de conciencia contemporánea que exige —principalmente a la gente joven— una transformación permanente.

Dado que en las metrópolis la vida se desarrolla en permanente movimiento corporal, algunos escritores han llegado a asegurar que el pasado mediato exaltó la inmovilidad pensativa, mientras que la grandiosidad del mundo se enriqueció con un nuevo sentido, la velocidad.

Una situación que confirma que las multitudes en permanente movimiento, hoy representan mareas multicolores que dinamizan las grandes ciudades. Aunque no siempre sean apreciadas de ese modo por el resto de la población.

A pesar de todo, los tiempos que corren nos llevan a pensar que la vida en velocidad ha trazado singulares puentes, los cuales, sin embargo, parecieran confirmar que solo los grandes gimnastas cruzan los ríos de un salto.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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La ciudad de Nueva York

Patricia Vargas

/ 24 de mayo de 2024 / 11:13

Existen ciudades en el planeta que por su cotidianidad efervescente, su permanente transformación y evolución de la vida citadina, lograron convertirse en grandes metrópolis, como es el caso de Nueva York.

Una urbe que comenzó a edificarse inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que fue en 1940 que nació como la más vibrante metrópoli del orbe. Denominada también la ciudad de los 20 km, se unía con el continente a través de puentes y subterráneos. Una bella ciudad que en ese entonces ya contaba con 1,9 millones de habitantes.

Consulte: El Greenwich Village de Nueva York

 Con ella nació la genial idea del crecimiento vertical de las edificaciones y se hicieron populares los grandes edificios en altura. El primero, el Empire State, de 105 pisos, fue terminado en 1931. Una gran obra que legó a la Arquitectura y la Ingeniería Civil  nuevos conceptos de diseño y cálculo estructural.

Cabe recordar que en la primera mitad del siglo XX se afirmaba que mientras Washington crecía con mecanismos fatigados y la construcción de edificios pomposos del siglo XVIII, Manhattan comenzaba a brillar como “la ciudad nueva”.

Mucho más, en esos momentos Nueva York era una urbe con infinidad de imágenes y realidades, que ya contaba con barrios con identidad propia (nos referimos a uno de ellos en el anterior artículo).

Momentos en que distintos escritos exaltaron la historia de la Nueva York del siglo XX, representada por el gran Empire State, un rascacielos que maravilló al mundo en esos años por su gran altura y su atractivo formal.

Hoy, el planeta tiene grandes metrópolis, cuyos centros urbanos son por demás atractivos y cuentan, en la mayoría de los casos, con edificios que rebasan los 100 pisos de altura. Algo que caracteriza a la ciudad del presente, cuyos orígenes se remontan a 1931, en Nueva York.

Para nadie es desconocido que la ciudad neoyorquina recibió y aún recibe a infinidad de inmigrantes de diferentes culturas, razas y costumbres de todo el orbe, quienes se encargan de construir un entorno urbano rico y diverso, que tiene como sello la pluralidad cultural que allí se respira. Una superposición arqueológica, por tanto, de ciudades en la vertical del tiempo, como afirman ciertos escritos.

Asimismo, las expresiones de orígenes diversos le otorgan signos de identidad a cada uno de esos lugares por las distintas culturas que allí se asientan, lo cual realza el significado de esta metrópoli. Por eso, para los millones de turistas que la visitan anualmente, esa superposición de culturas que reina en Nueva York es inocultable, pues los más de 200 barrios que acoge en su interior la reflejan.

Actualmente, la imagen urbana de Nueva York está remarcada por decenas de edificios en altura que semejan un pentagrama musical donde existen los fuertes acompañados del silencio. Una estampa que no deja de ser armónica en su multiplicidad de formas, alturas, materiales de acabado y colores, sin olvidar la naturaleza que acompaña a la arquitectura. Todo ello, rodeado siempre de la riqueza de la vida urbana que allí se desenvuelve.

Desde la perspectiva que se prefiera, no se puede negar que la ciudad del futuro tendrá un crecimiento urbano cada vez más vertical debido al crecimiento poblacional, lo cual conduce inevitablemente al incremento de las edificaciones en altura. Un detalle simbólico de la ciudad contemporánea y seguramente del futuro. Este, que tuvo su origen en Nueva York, en la tercera década del siglo XX.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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El Greenwich Village de Nueva York

Por donde se lo vea, el Greenwich Village atesora los rasgos distintivos de la vida efervescente del ayer

Patricia Vargas

/ 10 de mayo de 2024 / 07:03

La ciudad de Nueva York vivió periodos relevantes durante su historia urbana. Uno de ellos fue la época del Greenwich Village, que llevó a esa metrópoli a implementar en la década de 1930 nuevas políticas urbanas. Lo singular fue que una de ellas se produjo cuando el arte vanguardista tenía gran presencia.

Aquello colaboró en crear una especie de mística e interés en conocer esa gran ciudad, especialmente en el mundo europeo. Una curiosidad que nació en aquellos años y se mantiene hasta hoy con mucha fuerza.

Lea: Shanghái, la superciudad china

El Greenwich Village de Nueva York fue el sector más excitante de la vida urbana del ayer, pues mostraba —según escritos— una gran vitalidad después de la Segunda Guerra Mundial. Un tiempo —el más singular del siglo XX— en el que esa gran ciudad estaba repleta de señales artísticas gracias a la actividad cultural e intelectual que se desarrollaba. Lo más visible de esos momentos fueron los teatros, las galerías de arte, los museos y las actividades que colaboraban en que la cotidianidad centelleante predominara en ese espacio, lo que fue por demás atractivo para los intelectuales y artistas.

Además, ese lugar estaba cualificado por sus edificaciones de baja altura e influencia europea, lo que inspiró muchos relatos que dieron cuenta de la apropiación de ese espacio público por parte de la ciudadanía. Así, la peculiaridad de la vida urbana logró consolidarlo como el sitio más efervescente de Nueva York en ese entonces. Esto es, el lugar del encuentro citadino. Con ello, ese epicentro de calles arboladas se convirtió en una zona de expresión del movimiento rebelde de esa ciudad.

Allí, los cafés, bares y restaurantes eran la atracción de la población. Su  ubicación, al medio de las casas de piedra rojiza y de los edificios de la Universidad de Nueva York, invitaba a visitarlos. También se asentaban en el lugar los clubes de jazz, teatros y otros locales de atractivo cultural. Una época en la que en Nueva York no solo se presentaban las grandes producciones de teatros urbanos, sino que los intelectuales y artistas, con sus exposiciones, lograban que el museo de arte moderno impusiera las modas culturales y sociales de esos momentos.

Por todo lo anterior, Nueva York adquirió gran prestigio en los años de la posguerra. Y es que la huella de la conflagración y la nostalgia de los años 20 hicieron que su vitalidad se multiplicara, y que dicho periodo sea denominado por algunos como la edad de oro. Así, la atractiva ciudad neoyorquina dio el gran salto de la época del plomo a la del oro.

En 1930, el arte vanguardista se convirtió en una leyenda popular y con ello la vida neoyorquina evolucionó hasta transformar ese periodo histórico en un tiempo de creación. Un motivo más para que los artistas y pensadores vanguardistas europeos de esa época buscaran acercarse a la cotidianidad citadina, esencialmente, de ese barrio de Nueva York.

Greenwich Village consiguió así que se lo cualificase como el lugar más singular de la primera mitad del siglo XX. Un criterio del valor de aquel legendario tiempo de los años 50 en la vida urbana de esa gran metrópoli.

Sin duda, la ciudad de Nueva York vive hoy de las peculiaridades de sus distintos sectores urbanos, donde las edificaciones de gran altura son su característica principal. Empero, no olvida al Greenwich Village por las particularidades de su entorno, su bella naturaleza y las potencialidades de su memoria heredada.

Por donde se lo vea, el Greenwich Village atesora los rasgos distintivos de la vida efervescente del ayer.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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Shanghái, la superciudad china

Shanghái es la ciudad más poblada del planeta, con más de 26 millones de habitantes

Patricia Vargas

/ 26 de abril de 2024 / 07:26

Shanghái es una metrópoli de gran desarrollo económico en China, una de las pocas cuyo pasado aún no fue arrasado por el progreso. Una realidad que invita a recorrer sus calles históricas, las cuales conservan algo de su memoria heredada. Aun así, allí tiene lugar una vida citadina terriblemente activa, lo que hace que su tejido urbano esté en constante transformación.

Esta ciudad fue considerada en el pasado (1930) como el París del Oriente. Lo llamativo es que ese pueblo de pescadores, ubicado al medio de una marisma, fue transformado de puerto comercial y control del tráfico fluvial a una de las ciudades más importantes de China. Un lugar que se enriqueció gracias al comercio del algodón proveniente del interior.

Revise: Fragmentos de vida en la ciudad

Su historia es por demás singular y relata que los ingleses, al llegar en sus buques en 1842 —después de la primera guerra del opio—, redujeron los edificios públicos a cenizas y abrieron sus ricos graneros a la población. Y fue justamente a finales de ese siglo que los asentamientos internacionales, especialmente franceses, abarcaron más de 30 km² de territorio.

En la primera mitad del siglo XX, mientras China salía del dominio imperial, la ciudad de Shanghái vivió una doble realidad: como un rico centro comercial y como el foco de una serie de luchas políticas. En 1921, el Partido Comunista chino celebró su primer congreso, y dos años después Chiang Kai-Sheck ocupó Shanghái.

Fueron tiempos en que los obreros trabajaban en condiciones de explotación en las fábricas, durante 10 o 12 horas al día.

En 1948, con la liberación de Shanghái por parte de los comunistas, se anunció la llegada del nuevo tiempo para esa ciudad. En 2008 su población superó los 18 millones de habitantes, incluidos los tres millones de trabajadores itinerantes.

Lo interesante es cómo Shanghái evolucionó hasta el punto en que hoy es considerada una ciudad vibrante que permite a sus visitantes tres cosas: experimentar el ayer gracias a que conserva los rasgos de su pasado tradicional; vivir el presente que se destaca por la dinámica de su comercio; y mirar el futuro a través de sus grandes adelantos tecnológicos, como el tren de levitación magnética y sus rascacielos de línea contemporánea.

También resulta ineludible mencionar los bellos espacios urbanos que alberga Shanghái, como el famoso Jardín Yuyuan, que se remonta a la época de la dinastía Ming y cuenta con pabellones, jardines rocosos y lagunas de sublimes características.

Sin duda, Shanghái es una ciudad particular que supo mezclar la cultura en su cualidad proyectual y para ello construyó un rascacielos, el de Pudong, que resalta el centro urbano.

De esa manera, esa metrópoli de China —que en 2010 acogió la Exposición Universal— luce hoy un urbanismo del futuro. La ciudad conocida también como la “pieza estrella” de la economía china debido a su gran crecimiento, hoy compite para consolidarse como la urbe más grande de ese país.

Actualmente, Shanghái es la ciudad más poblada del planeta, con más de 26 millones de habitantes. Un destino turístico que destaca por monumentos como el Bund y sus calles cercanas al Área Sur que son parte de la vieja urbe, pero dentro de una imagen que exalta su progreso. Todo ello refleja un pasado histórico mezclado con una vida cosmopolita, que ha tenido el talento de entrelazar pasado, presente y futuro.

Así pues, esa gran metrópoli —núcleo financiero y punto de contacto con Occidente— muestra a otras ciudades del mundo la fuerza y la vitalidad urbana de su cultura.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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Fragmentos de vida en la ciudad

La Paz es una ciudad en la que suceden hechos distintos y en tiempos fragmentados

Patricia Vargas

/ 12 de abril de 2024 / 07:15

La ciudad es un espacio que lleva a diferentes mundos, donde la mirada del observador encuentra relatos que dan cuenta de realidades distintas en la vida de los habitantes. Esta última se halla entrecruzada por situaciones particulares, como es el caso de la población dedicada a la venta de productos singulares, a través del caminar por ciertos sectores de La Paz.

Otra forma de comercio que va acompañada por las gesticulaciones del vendedor y que tiene como característica el recorrido por la ciudad. Este tipo de venta se desarrolla en una especie de ritual, que resulta llamativo por la singularidad que tiene de transitar la ciudad de forma cotidiana.

También revise: La ciudad y el mundo del cine

Esos vendedores en movimiento —que transitan y se detienen en lugares estratégicos de calles, plazas y avenidas— no están a la espera de un comprador, sino que van en busca de él.

Un gran número de comerciantes ambulantes en La Paz se movilizan por los sitios más vitales, como la avenida Camacho, la plaza Murillo, la calle 21 de Calacoto, entre otros. Territorios que, precisamente por su afluencia, terminan siendo disputados por los vendedores.

Lugares que son elegidos, además, por ser los más efervescentes de la vida económica de los ciudadanos. Y es justamente eso lo que lleva al ofertante callejero a aprovechar esos sitios para la venta de sus productos, a partir de un permanente movimiento corporal.

En los últimos años, sobre todo desde la pandemia, ese tipo de comercio móvil es practicado con mayor frecuencia, pues responde a la necesidad de sobrevivencia de esa parte de la población. Una realidad de esta ciudad que además demuestra que la venta de ciertos productos tiene lugar en tiempos mínimos.

Así, La Paz es una urbe en la que suceden hechos en fragmentos de tiempo, lo cual es parte de su esencia y cotidianeidad. Sin embargo, también hay que reconocer que la población se siente agobiada por la presencia cada vez mayor de comerciantes que se asientan o deambulan por las vías. Por esa razón, se espera que dicha venta móvil no se amplíe, ya que el libre transitar del habitante correrá más riesgo que hoy con los puestos callejeros en las aceras.

Lo singular de este tipo de comercio móvil es que así como aparece, desaparece en cuestión de minutos, sobre todo cuando los funcionarios ediles salen a hacer controles sorpresa. Son, pues, presencias sorpresivas las que encontramos en nuestro andar por la ciudad y que nos llevan a pensar en cuán creativa es la gente para lograr vender en las arterias paceñas. Esta actividad, empero, podría resultar hasta peligrosa si este comercio se dedicara a expender sustancias nocivas.

Definitivamente, La Paz es una ciudad en la que suceden hechos distintos y en tiempos fragmentados, lo que demuestra la infinidad de realidades que habitan en su interior. Todo en el contexto de una situación económica deteriorada que hoy exige prontas soluciones.

La multiplicación del comercio informal y sobre todo ambulante no solo delata la situación económica agobiante de estos momentos, sino la fragmentación de una economía que hace visible la existencia de otras realidades lamentables que enfrentar, como la de aquella población a la que le urge una fuente laboral oficial y bien establecida.

Es evidente que La Paz nos presenta diferentes mundos. Ciudad hecha de distintas historias que relatan realidades que se desarrollan en un territorio siempre en disputa con los comerciantes informales, quienes están sitiando cada vez más esta ciudad.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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