Paz para Colombia
El nuevo acuerdo abre la oportunidad de alcanzar la tan ansiada paz en Colombia.
El jueves pasado se firmó en Colombia una nueva versión del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Esta vez el acuerdo, que incorpora al menos el 80% de las sugerencias de los opositores, debe ser refrendado en el Congreso, donde afrontará el rechazo del expresidente y senador Álvaro Uribe y sus adherentes.
En efecto, 40 días después del referéndum en el que el No obtuvo una mayoría de 53.000 votos, los negociadores presentaron y firmaron en Bogotá un nuevo acuerdo que contiene numerosas modificaciones sugeridas por los opositores al documento original, entre ellas que el acuerdo no será anexado a la Constitución; que se pone un límite de 10 años a la justicia transicional, que será administrada por fiscales colombianos y no extranjeros; que cambian los términos para procesar el narcotráfico como crimen conexo; y que obliga a la guerrilla a inventariar sus bienes, que servirán para reparar víctimas; y entregar una lista de todos sus miembros, incluidos milicianos. Lo que no cambió, y es la principal objeción de los opositores, es el permitir a los guerrilleros participar en la política formal como candidatos en elecciones. El presidente Juan Manuel Santos explicó que “las FARC, como un partido sin armas, podrá presentar y promover su proyecto político; serán los colombianos quienes, con el voto, lo apoyarán o rechazarán”.
El trámite congresal, que según el Presidente colombiano debería tardar una semana, para luego dar paso a la desmovilización de los guerrilleros e iniciar la entrega de sus armas a la ONU, será apenas el primero de los retos que deberá superar el acuerdo. Marta Ruiz, periodista de la revista Semana, señaló otros dos desafíos que deberá superar el Mandatario: mostrar resultados pronto y, sobre todo, “mantener un diálogo político con diversos sectores sociales que se sintieron excluidos en el proceso de paz, particularmente las élites locales y emergentes, reticentes a un pacto con la guerrilla y tolerantes con formas de violencia paramilitar”.
Esto último es de particular importancia en un momento en que la sociedad colombiana está polarizada y en un país donde terratenientes, comerciantes e industriales están dispuestos a defender lo que tienen por cualquier medio; y en el que políticos y periodistas han demostrado tener la influencia necesaria para seguir difundiendo propaganda, a menudo mentirosa, en contra de los términos en que se acordó la paz; a ellos se suman numerosas iglesias, que rechazan el acuerdo porque supuestamente pone en riesgo el concepto de familia solo por incorporar el enfoque de género.
Es, pues, una nueva y valiosa oportunidad para la tan ansiada paz en Colombia desde hace medio siglo, que sin embargo tiene al frente a medio país convencido de que, pese a los evidentes beneficios del acuerdo, ese no es el camino para lidiar con la historia.