Inestabilidad
Seguimos alimentando la incertidumbre urbana con antivalores en nuestra vida cotidiana.
Una vez más la ciudad vive los imaginarios del miedo y del estupor. Una vez más padecemos la realidad, dura e inequívoca, de nuestra inestabilidad terrena. El último evento, trágico y violento, nos sacudió y recordó que estamos afincados en un territorio bello pero deleznable, endeble y fofo. Un territorio que es una bomba de tiempo. Un suelo que en los últimos años parece decirnos “basta, no soporto más”. Llegamos al extremo de la saturación edilicia y quebramos el equilibrio entre la naturaleza y lo construido. Se nos fue la mano abusando de la Pachamama.
En un texto anterior mencioné que la responsabilidad es compartida entre gobernantes y gobernados. Todos practicamos malas costumbres: la práctica de no obedecer normas o la prisa por construir en este suelo geotécnicamente peligroso por angurria o necesidad. En variadas oportunidades los estudiosos y académicos, bolivianos o extranjeros, alertaron sobre la calidad de nuestro suelo. ¿Hacemos caso a ello? No. Impelidos por esos antivalores aplanamos cerros, nos colgamos de los barrancos, y olvidamos todas esas alertas tempranas. Somos como una avestruz irresponsable que hunde su cabeza en greda.
Pero además, esos imaginarios ahora vienen altamente politizados. Pocos realmente se conduelen y muy pocos razonan con ecuanimidad y equilibrio. Es una inestabilidad social que se emparenta con la inestabilidad de nuestros suelos. Iniciamos el siglo XXI y no superamos el drama de ser “Estado fallido”; de no construir una institucionalidad coherente y coordinada; y alimentamos, con nuestro afán de politizar todo, una colectividad sin cohesión social, con una mentalidad retrógrada que será incapaz de construir procesos de sustentabilidad con participación e integración social.
Un experto urbano menciona que: “La sustentabilidad del ecosistema ha de tener en cuenta no solo la diversidad de los componentes naturales o artificiales que lo integran, con sus variadas relaciones en proceso continuo, sino sobre todo y con mucho cuidado los elementos humanos con sus diferentes necesidades y conductas. Precisamente porque son los humanos en estas últimas décadas los que hemos puesto los ecosistemas naturales al borde del colapso”. Se trata pues, más de problemas humanos que del suelo o la geotecnia. Es nuestra inestabilidad de valores la que genera estos desastres. Y al paso que vamos no creo que nos estemos preparando para nuevas formas civilizatorias y urbanas.
Me da pena decirlo pero parece que esto no va a cambiar. Seguimos alimentando la incertidumbre urbana con antivalores en nuestra vida cotidiana, en los partidos políticos, en los medios o en las juntas vecinales.