Atlas Electoral
Al menos el TSE da muestras de avanzar en esa preciada construcción de institucionalidad estatal
En Bolivia, todos los días enfrentamos un Estado reñido con la institucionalidad. La queja permanente de la ciudadanía es la falta de continuidad en las acciones estatales, la poca transparencia y la escasa predictibilidad del Estado en sus distintas dimensiones. Pues hoy tenemos buenas noticias, al menos el Tribunal Supremo Electoral (TSE) da muestras de ir avanzando en esa preciada construcción de institucionalidad estatal.
La semana pasada, el TSE presentó el Atlas Electoral de Bolivia en su IV versión. Tuvimos que esperar seis largos años para volver a contar con este excelente instrumento de investigación en torno a las preferencias electorales y la normatividad de nuestra joven democracia. Esta versión nos presenta valiosa información de 45 comicios electorales desde 1979, que pueden ser procesados y presentados a gusto de cualquier investigador que quiera escudriñar en nuestra historia democrática.
Este producto implicó un año de trabajo del Servicio Intercultural de Fortalecimiento Democrático (Sifde) y, explorando el resultado, se nota en el equipo a cargo la pasión por la información como un derecho fundamental, lo que implica un profundo compromiso por democratizar los datos. Se trata, como lo expresaron en la presentación, la adhesión del TSE a principios de transparencia que implica brindar información útil, de calidad, utilizable, sin costo ni licencias. Una verdadera revolución en el Estado boliviano.
¿Qué utilidad práctica tiene estos “dos kilos” de información impresa y el documento digital? Pues ayudarnos a comprender mejor la realidad nacional en varios sentidos. Como nos lo planteó Verónica Paz en su comentario, se trata de tener a mano una radiografía de las tendencias del voto con lo que se puede construir hipótesis sobre los determinantes de nuestras preferencias electorales. Así, de manera gráfica y pedagógica podemos ver los cambios y continuidades de los distintos espacios territoriales en sus preferencias electorales. Cuántas historias hay por contar detrás de estos datos.
En segundo término, el aporte del atlas es que nos permite seguir la pista de nuestra propia construcción democrática. A través del registro sistemático de la normativa e institucionalidad que determinan las reglas de la representación y distribución del poder, encontramos nuestra propia tradición de luchas y demandas, tensiones y resoluciones, alianzas y contradicciones propias de una democracia a la boliviana. Cuántos valores, sueños y esperanzas podemos ver reflejados en esa historia.
Por último, y tal vez la agenda de investigación más desafiante es la necesaria relación entre la geografía electoral y los cambios demográficos, sociales, económicos e institucionales que enfrenta el país. Esto puede ser altamente revelador en temas centrales como los condicionantes estructurales del voto, aspectos identitarios de las comunidades con sus preferencias electorales o (y lo más preciado para muchos) los posibles cálculos prospectivos del comportamiento electoral.
Adentrarse en el atlas es tremendamente útil, porque son datos que nos hablan de nosotros mismos y no solo de nuestras preferencias electivas. Nos revelan de forma diacrónica y al mismo tiempo sincrónico los imaginarios sociales en torno a la política que compartimos los bolivianos y bolivianas. Si leemos detenidamente, podemos seguir las pistas de nuestras batallas ideológicas, de nuestros virajes aspiracionales frente a las promesas electorales, pero también de nuestros pactos y consensos y —sobre todo— de nuestros valores democráticos.
* es cientista social.