Carlos Fuentes y su crítica al poder
‘La verdad (...) nos aísla y nos convierte en islas rodeadas de sospecha y envidia’ (Carlos Fuentes)
Uno de los legados más perversos de la Colonia es el espíritu inquisitorial fundador del poder; aquel poder colonial que a partir de sus propios espectros extirpaba las creencias indígenas y eliminaba a los rebeldes que osaban trastocar el discurso establecido. Esa mentalidad colonial confinó al destierro los propios orígenes culturales de los pueblos indígenas en América Latina. A cinco años de la muerte del escritor mexicano Carlos Fuentes, el 15 de mayo de 2012, es necesario recordarlo a través de dos de las obsesiones que recorrieron sus novelas y ensayos: la búsqueda de las raíces identitarias de México y la insurgencia indígena contra el poder.
En ese recorrido por la genealogía de la identidad de México Fuentes halló el espíritu indígena de su país. Como si fuera parte de un designio pactado a priori, el autor de La muerte de Artemio Cruz nació el mismo año que asesinaron al último de los héroes míticos de la Revolución mexicana. Poco tiempo después de haber ganado las elecciones presidenciales, el general Obregón murió baleado el 16 de julio de 1928 por un católico fanático. No es casual que 65 años después, al despuntar 1993, cual arrebato utópico, emergieron de Chiapas unos indígenas enmascarados, los zapatistas, interpelando al poder mexicano.
Esta impronta indígena y su cruzada en la capital azteca para conseguir el respeto a sus derechos renovó el entusiasmo de Fuentes, quien en el artículo Chiapas, hasta donde las piedras gritan acusó al sistema político y económico mexicano, antidemocrático e injusto, como corresponsable del estallido chiapaneco. Además, elogió a los zapatistas por ser “los primeros actores del poscomunismo”.
Como decía Roland Barthes, “escribir es un verbo transitivo”. En el caso del escritor mexicano, su postura crítica se patentizaba en sus artículos y ensayos en los que su irreverencia con el poder era una constante. Por eso, el autor de La muerte de Artemio Cruz recomendaba: “Nada está a salvo del destino. Nunca admires al poder”. Ese escepticismo con los tentáculos del poder le convertía en un peligro en ciernes: “El escritor no espera aplausos”, sentenciaba.En Los años de Laura Díaz, Carlos Fuentes escribe: “La verdad existe solitaria y célibe, por eso la gente prefiere la mentira; nos comunica, nos alegra, nos hace partícipes y cómplices. La verdad, en cambio, nos aísla y nos convierte en islas rodeadas de sospecha y envidia. Por eso jugamos tantos juegos mentirosos. Para no soportar las soledades de la verdad”. Esta dimensión ética asumió en su oficio de escritor y columnista en el desarrollo de su trayectoria intelectual.
Ciertamente, uno de los legados intelectuales de Fuentes es la dimensión ética en su postura política. Se podrá decirse cualquier cosa de lo que escribió, pero nadie podrá encontrar en sus ensayos o en sus artículos periodísticos adulaciones interesadas que a tantos otros les permite el progreso personal, el reconocimiento oficial, las palmaditas del agradecimiento cortesano. Se ha visto a muchos intelectuales llegar a la abyección con tal de figurar en las invitaciones de ese olimpo social. Carlos Fuentes no solo puso en cuestión la identidad mexicana, sino que también edificó una muralla inquebrantable distanciándose de las seducciones del poder. Ese aislamiento fue una manera caprichosa e irreverente que halló para (re)encontrarse con la verdad, y de allí, con su redención al infinito.
* es sociólogo.