El Sector Eléctrico de Bolivia pasa por transformaciones estructurales importantes y estratégicas. La base de este proceso está en la decisión del Gobierno de transformar la Empresa Nacional de Electricidad (Ende) en un holding estatal para que actúe como principal instrumento de acción de la política energética, en los moldes de los grandes grupos como Eletrobras y Eletrifique de France (EDF).

Desde 2008-2009, siguiendo esta determinación estratégica, Ende y su cuerpo técnico vienen desarrollando grandes esfuerzos en la estructuración de un ambicioso plan a largo plazo para ampliar la capacidad de producción de energía eléctrica en 12.000 megawatts (MW), con dos objetivos complementarios. El primero es atender la creciente demanda del mercado interno a corto plazo, a través de la construcción de centrales térmicas. El segundo es transformar a Bolivia en un gran exportador de energía eléctrica para países vecinos, y en particular para Brasil, el mayor mercado eléctrico de la región. Recientemente, para dar soporte y conciencia institucional a este estratégico programa de desarrollo, se creó el Ministerio de Energías, decisión coherente con los objetivos de la política energética boliviana.

En relación a Brasil, foco central de este artículo, se destacan cuatro cuestiones. La primera es la experiencia positiva del gasoducto Bolivia-Brasil, que ha permitido generar una fuente segura y constante de divisas, contribuyendo al desarrollo económico y social reciente de Bolivia. Para Brasil, el gas boliviano viabilizó una importante diversificación de su matriz energética, permitiendo mayor seguridad en el suministro. Esto ha tenido un papel fundamental a la hora de enfrentar la crisis hídrica de 2012-2015, permitiendo evitar un nuevo “apagón”. Hoy Bolivia aporta el 30% del consumo de gas en Brasil.

La segunda cuestión se refiere a la complementariedad energética natural impar y especial entre los dos países: el 94% de las aguas de todos los ríos de Bolivia desembocan en la cuenca del río Madera, asentado en la frontera que comparten ambos países. De esta forma, la construcción de centrales hidroeléctricas en Bolivia, como Cachuela Esperanza, El Bala y otras más, va a traer beneficios para todas las nuevas centrales hidroeléctricas previstas en el programa de Ende, y en particular la construcción de la central binacional en inmediaciones de la ciudad brasileña de Guajará Mirin.

La tercera cuestión se refiere al hecho de que la integración eléctrica entre los dos países ya fue, de hecho, iniciada con la construcción en el río Madeira de las centrales de Santo Antonio y Jirau. Estas dos centrales exigieron el enfrentamiento y la superación de desafíos tecnológicos y ambientales que serán utilizados y mejorados en la construcción de otras centrales. El caso más evidente fue la construcción de la central de Jirau, ubicada río arriba.

Un cuarto aspecto que cabe destacar es la prioridad de la política energética de Bolivia en alterar radicalmente la composición de su matriz eléctrica. Actualmente, el 72% de la matriz eléctrica boliviana se genera a partir de centrales térmicas, que consumen gas natural, que podría ser utilizado para otros fines en el mercado interno y externo. Con el programa de inversiones de Ende se pretende revertir esta composición, de tal manera que el 74% de la energía provenga de centrales hidroeléctricas en 2025. Bolivia solo aprovecha cerca del 1% de su potencial hidroeléctrico, teniendo el menor índice de aprovechamiento de América del Sur.

Frente a todas estas cuestiones técnicas y energéticas que fundamentan el proceso de proceso de integración, un punto clave que se plantea es examinar y evaluar los beneficios económicos y sociales para Bolivia. El más importante y de largo plazo es la posibilidad de ampliar la integración económica con Brasil, el mayor mercado económico de América Latina. Exportar energía eléctrica, insumo de infraestructura esencial para Brasil, a través de contratos de 30 años y con valores predefinidos, será una ventaja competitiva para Bolivia, mucho mayor y mejor que la exportación de gas natural, por no necesitar inversiones continuas en prospección, ya que la energía eléctrica vinculada al programa de desarrollo de Ende es un recurso renovable, limpio y competitivo, lo que significaría un diferencial estructural positivo para la economía boliviana.

Con la construcción de las nuevas centrales hidroeléctricas, empezando por la binacional, la economía de Bolivia podrá beneficiarse de un gran volumen de inversiones a través de la generación de empleo y la ampliación y creación de nuevas empresas,  desarrollando así una cadena productiva en la economía nacional con impactos en el crecimiento económico sostenible.

Por otro lado, la represa binacional podría construirse bajo subordinación de un programa de desarrollo regional sostenible, que promueva inversiones en educación, salud, agricultura y navegabilidad de los ríos (con la construcción de esclusas) en las regiones afectadas. De esta forma, buena parte de la producción mineral y de los agronegocios podría ser exportada a través de la hidrovía que va desde Porto Velho hasta el océano Atlántico, con más de 4.000 km de extensión.

En estos términos, y como conclusión, el proceso de integración eléctrica de Bolivia con Brasil, firmado por la planificación del Ministerio de Energías a ser ejecutado por la Ende, tiene condiciones para generar impactos positivos y duraderos en favor del desarrollo.