Rememorar el pasado maquínico
El cuerpo y lo urbano encontraron desde siempre su expresión en la arquitectura y también en lo citadino.
En los últimos años, muchos se interesaron en escribir nuevamente sobre la ciudad moderna; buscando en algunos casos inspirarse para la proyección de obras minimalistas actuales. Tampoco faltaron los estudiosos que, por la necesidad de descubrir detalles de la evolución de las ciudades y la arquitectura —y por ende del vivir urbano—, ampliaron su análisis al respecto.
Si bien el concebir o analizar el espacio desde la escritura tiene algo de expresión abstracta, también están quienes captan, comprenden y describen los valores y errores tal como se presentan. De ahí que ciertos espacios del pasado son capaces de transmitirnos sensaciones sobre los ciudadanos de una época, y lo mejor es que la afluencia de la que gozan esos sitios ha logrado que pervivan y dejen huellas en la historia de las urbes que los acogen. Por de más está aclarar que nos referimos a sus cualidades atractivas y de interés urbano.
En ese sentido, el escribir sobre ese pasado maquínico (en lo positivo y negativo) nos lleva a recordar al destacado arquitecto Le Corbusier, quien defendía a ultranza lo maquínico y funcional. Su obra arquitectónica, en ciertos ejemplos, no dejó de tener un contraste, ya que es notorio que el arte formó parte de su concepción, como lo refleja la Iglesia de Ronchamp.
Lo que llama la atención, sin embargo, son sus principios, los cuales afirmaban que la arquitectura debía ser inseparable del urbanismo; y quizá lo menos recordado sea su repercusión en el espacio público. Aquello se refería a que ese cuerpo social no debía ser observado solo como aspecto biológico, sino también maquínico; una contradicción para muchos. Quizá lo más novedoso fue que Le Corbusier afirmó desde ese momento que el cuerpo encuentra su espacio y tiempo en la ciudad del futuro, y ésta requiere del pulmón (bosques) y las arterias (calles), que representaban las grandes cartesianas de esa urbe.
Si reflexionamos al respecto, vemos que estas aseveraciones no han cambiado demasiado en el tiempo; por el contrario, han incrementado su sentido, logrando ampliarse con significantes acordes a las necesidades de los tiempos.
En años recientes se realizaron varios análisis del cuerpo en el espacio público, un fenómeno que ya fue abordado por ese urbanista, quien señaló que si existe el espacio es por una vivencia siempre corporal. Así, el cuerpo es la fuente de la subjetividad capaz de generar demandas; una materialidad de discursos culturales hegemónicos que son útiles para hacer ciudad, porque es evidente que el cuerpo y lo urbano desde siempre encontraron su expresión no solo en la arquitectura, sino también en lo citadino. Esto porque todo ciudadano se encuentra en un estado de agitación permanente y ello produce movimiento.
Le Corbusier atinó al afirmar que el cuerpo y lo maquínico formarían parte irrefutable del futuro, pues hoy ese cuerpo y ese movimiento son algo natural del estado agitado de la vida contemporánea.
Es importante recordar que en la historia el cuerpo ha llevado a definir la ciudad con mayor detalle, tanto con escritos que son capaces de relatar su fuerza en el hacer urbano, como para crear una especie de catálogo histórico de sensaciones físicas que impulsaron la evolución del espacio urbano público.
Evidentemente, el siglo XX ha sabido concebir —por qué no decirlo— la mayoría de las bases del espacio urbano del siglo XXI.