Lo que está detrás de las cifras de la deuda
Detrás de las cifras de deuda está la fortaleza de la economía boliviana.
Días atrás, el Banco Central de Bolivia publicó el Informe de Deuda Pública Externa, en el que se destaca, entre otros datos, que el principal indicador de solvencia —la razón entre la deuda externa y el Producto Interno Bruto (PIB)— fue de 24,9% en 2017, cifra que se encuentra por debajo del límite referencial del 50% establecido por la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Esto quiere decir tres cosas: que el peso de la deuda en la economía no debe preocuparnos, que el país tiene capacidad de pago para honrar sus obligaciones, y que estamos alejados de un riesgo de insostenibilidad de deuda.
Las cifras pueden parecer bastante frías, y lo importante es conocer lo que está detrás de ellas. En el periodo 1970-1985, el peso de la deuda externa en términos del PIB alcanzó el 49% en promedio; mientras que entre 1986 y 2005 empeoró, llegando a un 69%. Es decir que se contaba con una economía sobreendeudada, altamente vulnerable y con escasas fuentes de recursos para cubrir sus necesidades inmediatas. Las preguntas obligadas son ¿por qué este cambio de tendencia?, ¿por qué ahora se tiene una deuda sostenible?
Una primera explicación se debe a la expansión de la economía boliviana. En los años 80 el tamaño de la economía nacional medida por el PIB nominal no superaba los $us 5.000 millones, y en los 90 estaba en torno a los $us 8.000 millones. En cambio, en los últimos 12 años ascendió de $us 9.574 millones en 2005 a $us 37.816 millones en 2017. Es decir que la economía prácticamente se ha multiplicado por tres. Estos resultados se debieron a un nuevo modelo económico, basado en fomentar la demanda interna a través de la inversión pública y una política redistributiva del ingreso que permitieron a Bolivia liderar el crecimiento económico en la región en 2009, 2014, 2015, 2016 y 2017.
Esta nueva posición fue reconocida por los organismos internacionales. Entre 2010 y 2015, según criterios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), Bolivia pasó de ser un país de “ingresos bajos” a uno de “ingresos medios”, logrando no solo dejar en el pasado la caracterización de nación pobre y rezagada en el entorno regional, sino también de tener las mismas ventajas que tiene un país de ingresos medios, como acceso al financiamiento que reciben otros países como Brasil, Colombia, Chile y Perú. En este contexto, se logró apalancar recursos externos frescos para dinamizar la economía, así como también diversificar sus fuentes de financiamiento a organismos internacionales, bilaterales e inversionistas privados que apoyaron y confiaron en el Estado boliviano a la hora de prestarle recursos.
Un segundo factor es el destino de los recursos de la deuda externa. El endeudamiento de un país no es malo si los créditos son destinados a programas y proyectos que generen una rentabilidad social mayor al costo financiero del préstamo. Si revisamos el destino, en el pasado los recursos estaban orientados a cubrir el gasto corriente y el continuo déficit fiscal, sin que se obtengan los resultados esperados. Por el contrario, la situación de las finanzas públicas se agravó, al igual que el riesgo de insostenibilidad. Hoy en día, la nueva política de endeudamiento establece que los recursos se destinan íntegramente a inversión pública, a través de proyectos que diversifican la matriz productiva y mejoran la capacidad de producir en el país.
En conclusión, lo que está detrás de las cifras de deuda es la fortaleza de la economía boliviana y una mayor capacidad de endeudamiento para continuar accediendo a recursos externos, y así poder impulsar el crecimiento económico y un mayor bienestar de la población.