Corrupción e impunidad
a única respuesta que tengo es exhibiéndolos. Es decir, mostrar los trapos sucios al sol, cuantificar sus costos económicos y sociales para tocar la conciencia, el corazón y la indignación visceral de los ciudadanos.
Si quieres derrotar a la corrupción, debes estar listo para enviar a la cárcel a tus amigos y familiares”. Con esa cruda y certera frase, el líder de Singapur Lee Kuan Yew y el Partido de Acción del Pueblo transformaron un país en el que gran parte de los habitantes eran pobres y oprimidos por la corrupción, la cual se redujo sustancialmente. Su éxito pasó por crear una cultura de lo lícito que condena a los corruptos, y que generó una transformación social.
¡Un ratito!, ¿pero cómo se cambia la apatía y el desinterés ciudadano para frenar la impunidad campante? Porque hay que dejar en claro que la indiferencia nos hace cómplices. “Callar es lo mismo que mentir”, decía el padre Luis Espinal. La única respuesta que tengo es exhibiéndolos. Es decir, mostrar los trapos sucios al sol, cuantificar sus costos económicos y sociales para tocar la conciencia, el corazón y la indignación visceral de los ciudadanos.
Entiendo como corrupción el abuso de cualquier posición ligada al poder para generar un beneficio indebido a costa del bienestar colectivo. Cuando un funcionario público comete un hecho de corrupción, la víctima es el Estado; y eso quiere decir que nos roba a todos, en especial a los más pobres, condenándolos a la miseria. Pero no son los únicos afectados, también se ven perjudicados los empresarios que trabajan lícitamente, invierten y generan empleos, pero su producción no es impulsada cuando por ejemplo una licitación es adjudicada no a la mejor oferta, sino a la que tiene negociados de por medio o favorece al “cuatacho”. La clase media tampoco se salva. Una prueba de ello es el recurrente lamento “mi hijo no tiene trabajo porque no tiene muñeca, pese a que ha sido uno de los mejores estudiantes en su carrera”.
La corrupción nos afecta a absolutamente todos los que no somos corruptos, y solo enriquece a los que sí lo son. Tal es su grado de podredumbre que daña a la democracia, porque el Estado de derecho se construye a través de una agenda integral dedicada a prevenir, denunciar, sancionar y erradicar la corrupción y la impunidad que prevalecen en el sistema. Ahí recae una gran responsabilidad en las autoridades que pueden sancionar estos hechos, que va más allá del color político “coyuntural” o una parcialización con algún poderoso por solidaridad de clase.
En esta lucha no debe existir el “¡Pobrecito, solo se robó unos miles de dólares!”. La lucha contra la corrupción debe ser frontal y debe constituirse en un cimiento ideológico que aporte al desarrollo del país. Cuando atacas a la corrupción, ella te ataca, pero si somos muchos los bolivianos contra la corrupción y la impunidad, podremos ganarles muchas batallas.
Es periodista de La Razón.