El centro de mis ausencias
Quito es el centro de conexiones con el mundo, con la vida, con el futuro, con pertenencias y ausencias.
A inicios del 1800, el sabio Alexander von Humboldt escribió una semblanza de los ecuatorianos, describiéndolos como seres únicos que “duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”. Con algunas variantes, la descripción podría aplicarse a varios otros países, aclarando que “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”.
Me tocó vivir en el Ecuador en tres etapas distintas, llenarme de la riqueza amistosa de sus habitantes y energizarme con sus movimientos tectónicos y sus sismos políticos. Quito es una hermosa ciudad donde fijé mi residencia, aunque mis conocidos suelen decir que es el centro de mis ausencias, por los continuos viajes que me hacen recorrer diversos países. En strictu sensu, Quito se convirtió en el hábitat que me permitió prolongar mi familia, enlazar mis conexiones afectivas con la Patria Grande latinoamericana, e inspirar mi añoranza por Bolivia.
Llegué por primera vez a mediados de los años 80 para un curso de especialización en el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal). Mi estadía prevista para tres meses se convirtió en una de cinco años, entre actividades en el mismo Ciespal que me acogió como docente en temas de investigación y planificación de la comunicación, y una entrañable experiencia en la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER), que me concedió el privilegio de conocer el continente desde sus entrañas y desde las voces de sus múltiples pueblos que hacen presencia en las sociedades con sus culturas, su palabra y sus diseños de sociedades. Aprendí con ellos que la comunicación no es solo intercambio de construcciones discursivas, sino esencialmente un derecho ciudadano.
En los 90 volví a radicarme en Quito para dirigir el Secretariado Conjunto de las Organizaciones Católicas de Comunicación de América Latina y el Caribe, que agrupaba a la Organización Católica de Cine y Audiovisuales (OCIC-AL), la Unión Católica Latinoamericana de la Prensa (UCLAP) y la Asociación Católica Latinoamericana de Radio y Audiovisuales (UNDA-AL). Recorriendo el continente con las experiencias de comunicación educativa de esta red continental y el aporte de los padres de la Escuela Latinoamericana de Comunicación, nos empeñamos en mantener izadas las banderas de la utopía por un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC).
Nuestra tercera estadía gozó del privilegio de un desafío académico que me ofrecieron para sistematizar la experiencia recorrida y las lecturas acuñadas, como base para elaborar propuestas que permitan seguir dibujando las cartografías de la comunicología latinoamericana. En los espacios amigables de Quito, entre tertulias inolvidables e inagotables tazas de café, escribimos páginas que sugieren la comunicación para el vivir bien/buen vivir como la forma contemporánea de la comunicación para el desarrollo; la planificación de estrategias de comunicación desde las mediaciones; y la comunicación para la integración.
A estas alturas de la historia no tengo dudas de que la expresión emblemática de Von Humboldt quedó descontextualizada, porque la idiosincrasia amistosa del ecuatoriano caracteriza, digo yo, a “seres que han asumido en sus personalidades la energía de los volcanes, que viven cansados de la expropiación de sus riquezas y que se alegran con la música de la esperanza integradora”. Quito es el centro de conexiones con el mundo, con la vida, con el futuro, con las pertenencias y con las ausencias.
* Sociólogo y comunicólogo boliviano, exsecretario general de la Comunidad Andina de Naciones (CAN).