Evo, 13 años largos
Morales ingresa a la última etapa de su gestión, tendrá que superarla con creces y pasar a la historia.
La medianoche del 31 de diciembre de 2005, Evo Morales aún se expresaba incrédulo por lo que había conseguido unos días antes: el 53,7% de los votos en los comicios del 18 de diciembre, un resultado que además de histórico instalaba por primera vez a un presidente indígena en el poder. “No lo puedo creer, no he pensado nada aún (sobre la composición del gobierno), estamos festejando (el Año Nuevo) con los compañeros, aquí en el Chapare”, nos contaba vía teléfono. Sin embargo, le esperaba un duro desafío ante la decadencia de los partidos políticos tradicionales y la necesidad de restablecer la confianza de la ciudadanía en el Gobierno.
Aún está fresca la imagen en la que se ve a Morales abrazarse entre lágrimas con el vicepresidente Álvaro García minutos después de ser investido presidente, aquel 22 de enero de hace 13 años. Desde ese día, el país es otro, más para bien. En el recuento de ese largo gobierno, es necesario repasar la personalidad de Morales, quien emergió de los sindicatos para convertirse en el presidente que más tiempo ha gobernado el país de manera continua (el 14 de agosto de 2018 superó los 12 años, 6 meses y 23 días en el poder).
Sincerote, sin los matices que sus antecesores manifestarían para evitarse problemas o cruces diplomáticos, el Mandatario es un animal político que siempre buscó el poder, arropado por sus seguidores y electores, quienes le otorgaron victorias seguidas con votaciones por encima del 50%. De obsesión por el discurso, sus frases siempre generan polémica, especialmente las que rayan en el machismo. Acaba de decir en Colomi que si quieren que baile, las cholitas deben estar “sin calza, por si acaso”. De esas frases, que por cierto las pronuncia con cierta naturalidad, existen decenas.
De toda esa actitud, es llamativo su discurso confrontacionista y poco conciliador. Atenido a su fuerza política, no se guardó palabra alguna para desahuciar a la oposición y a sus contendores políticos, recientemente a Carlos Mesa, a la sazón vocero de la causa marítima. Esa misma forma de encarar a sus detractores fue visible en las relaciones con algunos países, especialmente con Estados Unidos, a cuyo embajador David Greenlee expulsó en 2006.
A diferencia de todo eso, Morales se mantuvo siempre más cerca de los movimientos sociales, su militancia y los municipios especialmente rurales, adonde nunca dejó de ir, sea para la entrega de obras o los aniversarios regionales. Ha visitado casi la totalidad de los municipios.
De ahí se conoce la proliferación de obras en todo el país, desde escuelas, campos deportivos, carreteras o puentes, hasta plantas y megaplantas, con el impulso de los ingresos por la venta de hidrocarburos, los precios internacionales favorables y la gestión de la economía reconocida permanentemente por organismos internacionales. No es sensato decir, como suelen repetir los detractores de Morales, que en los 13 años no se hizo nada o que se despilfarró dinero; basta con ir a comunidades remotas o cercanas para ver la huella de la gestión del Presidente. Eso sí, hay que admitirlo, también existen “elefantes blancos”, muchos de los cuales fueron erigidos al calor de las emociones o las demandas poco racionales de las comunidades.
La corrupción y la desastrosa situación de la Justicia, que fueron siempre ítems pendientes antes, hoy son la contradicción a las buenas intenciones en la gestión. Morales no se librará de la mancha del Fondo Indígena, del robo al Banco Unión o del culebrón con Gabriela Zapata. La construcción de una carretera a través del TIPNIS resultará siempre su karma. Y, por más que pretenda convencer de que su repostulación es legal, el desconocimiento de los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016 será siempre su culpa. Morales ingresa a la última etapa de su gestión, tendrá que superarla con creces y pasar a la historia.
* Periodista.