India y Bolivia
India es un ejemplo de que las instituciones democráticas pueden adaptarse a sociedades complejas.
La visita del presidente de India, Ram Nath Kovind, a Bolivia constituye un hito en la relación con el gigante asiático. Este relacionamiento no es importante únicamente por el peso que tiene la economía india a nivel global, sino también por la riqueza que implica vincularse con la democracia multiétnica y pluricultural más grande del mundo.
Los números dan vértigo cuando se describe a India: más de 1.240 millones de habitantes, 3,3 millones de kilómetros cuadrados de superficie, un Estado federal conformado por 29 estados y siete territorios, más de 20 idiomas reconocidos, una decena de grandes religiones practicadas, 71 millones de pobres y 24.000 doctores graduados cada año. Se trata de un país muy diverso y desigual, pero al mismo tiempo formidablemente dinámico e innovador.
Por si esta complejísima realidad socioeconómica no fuera suficiente, India es también la democracia representativa más grande del mundo, desde mediados del anterior siglo. La nación asiática es un claro ejemplo de que las instituciones democráticas son capaces de adaptarse a sociedades extremadamente complicadas en términos sociales y étnicos. Es además un país federal, en el que coexisten diversas expresiones políticas de todos los signos que resuelven, no sin tensiones, sus problemas por medio del voto y la negociación.
Hoy se dice que India podría ser en unos 20 años la segunda o tercera economía global, y que podría competir con EEUU, la Unión Europea y China, pero con una combinación de políticas que heredan del dirigismo estatal que la caracterizó a mediados del siglo XX, junto con la liberalización económica que sus líderes vienen impulsando desde principios del siglo XXI. Algunos dicen que esa sana heterodoxia, a veces más lenta y complicada de gestionar pero con mayor sostenibilidad social en el largo plazo, se explica justamente porque las decisiones políticas deben ser procesadas en un marco democrático que no puede soslayar su intrínseco pluralismo.
Obviamente, nuestra relación con este país-continente se debe focalizar en acuerdos concretos para exportar más productos bolivianos a ese enorme mercado, alianzas para aprovechar la infraestructura tecnológica con la que cuenta este posible socio, y quizás una sólida alianza diplomática a favor de la promoción del no-alineamiento y el multilateralismo a escala global.
Aunque esta fascinante sociedad está lejos de Bolivia, no estaría demás tomarla como un espejo positivo para tratar de solucionar nuestros dilemas; en particular por su capacidad para equilibrar inteligentemente, aunque no sin conflictos, democracia, diversidad socioétnica y heterogeneidad económica. Cierto pragmatismo, paciencia y flexibilidad no nos vendrían mal ante el reto de ir más lejos después de un decenio que nos ha dejado transformaciones, pero igualmente retos socioeconómicos e institucionales insoslayables que precisan de todos para su resolución.