Audaz pero indiferente
Dos personas de unos 35 años conversaban sobre su trabajo. Al escucharles salían a flote las diferencias entre sus aspiraciones y las que tenían 20 años atrás la gente de su edad. Hasta principios del siglo XXI una ambición era conseguir un trabajo y quedarse allí el mayor tiempo posible “haciendo carrera”, como se solía decir. Los jóvenes de la conversación opinaban que cinco años es mucho tiempo para permanecer en el mismo empleo; ya que a esa altura se empieza a perder impulso. Hablaron de lo importante que era renovarse en el trabajo, de la rutina como un peligro, de entregar calidad, de plantearse desafíos, de exigirse constante capacitación. Estaban hablando de valores, porque asumir un reto o una mayor formación son elementos positivos, es ver el trabajo desde una perspectiva provocadora de avance.
En un taller sobre economía, mujeres de 40 años en promedio querían contar con un capital que les permita realizar su autoemprendimiento. El grupo estaba compuesto por 20 mujeres, de las cuales 17 habían pensado, planificado y hasta probado una actividad para llevar adelante como sustento de vida. Desde elaborar pasteles temáticos, pasando por diseño de poleras personalizadas, hasta proyectos de mantenimiento en construcciones. Un mundo fascinante de voluntades, autoconfianza y conocimiento pleno para emprender su proyecto. Lo mejor es que son capaces de hacerlo, están llenas de audacia; virtud que hace 10 o 20 años faltaba en muchos de los integrantes de la sociedad boliviana. Una sociedad más temerosa, muy cohibida por el qué dirán, más abigarrada en prejuicios de clase y de género.
Esta es una época de mayor ascenso social. Hay una nueva clase media que tiene más ingresos económicos, menos temor a equivocarse, más impulso para emprender retos, y que está más fortalecida para volver a comenzar si algo le sale mal. Frente a esta situación bastante positiva está el otro lado de la medalla. Si bien se ganaron valores como los citados, también se han perdido otros que convierten a esta sociedad en descarnada, muy pendiente de los éxitos económicos, y menos dispuesta a construir núcleos humanos solidarios, respetuosos de los otros, dispuestos a defender principios y valores.
El compromiso con la sociedad y con la familia debe ser una de las pérdidas de valor más sentidas en la sociedad boliviana. A esta falta se le puede atribuir el que bolsas con recién nacidos cuelguen de un árbol, de una puerta, o vayan a formar parte de un basurero. Esa ausencia de compromiso también se nota en varios centros de trabajo donde mecánicamente se cumplen las funciones asignadas, y donde muy bien podría estar un robot sin que se note la diferencia. Hace falta rescatar valores que nos consoliden como sociedad solidaria, respetuosa y compasiva.