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Wednesday 29 May 2024 | Actualizado a 12:17 PM

Wittgenstein

Wittgenstein no es cualquier tesista, fue el alumno más brillante de Russell. Había terminado de escribir su Tractatus logico-philosophicus en 1918 mientras era prisionero de guerra.

/ 9 de septiembre de 2019 / 05:11

No se preocupen, sé que jamás lo entenderán”, con esta frase Ludwig Wittgenstein terminaba su defensa de tesis y se acercaba a dar un par de palmaditas en los hombros a Bertrand Russell y a George Edward Moore, ambos tribunales de la defensa de su tesis doctoral, un 18 de junio de 1929. ¿Cómo puede ser posible que Bertrand Russell y G.E. Moore, de lejos los filósofos más importantes de Cambridge, fueran tratados como unos idiotas por un tesista?  Inicialmente, Wittgenstein no es cualquier tesista, fue el alumno más brillante de Russell. Había terminado de escribir su Tractatus logico-philosophicus en 1918 mientras era prisionero de guerra. Y Russell se ocupó personalmente de su publicación en 1921. El Tractatus pasó a convertirse en uno de los libros más importantes de filosofía, compartiendo el firmamento junto con el Discurso del método, de René Descartes; La Ética, de Baruch Spinoza; o la Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant.

Sin embargo, su autor, muy admirado en Austria e Inglaterra, decidió convertirse en un profesor de escuela, renunciar al dinero de su herencia y no optar por el grado académico. Parecía que Wittgenstein quería solo y únicamente vivir tranquilo. Eso no hubiera sido malo si no hubiese ocurrido que ya con 40 años, en 1929, y cosechando las malas decisiones económicas que había tomado, Wittgenstein se encontraba en banca rota.

Fue entonces que optó por regresar a la Universidad de Cambridge en busca de una plaza. Pero el autor del Tractatus, como lo dijimos, no tenía grado académico, y por mucho que gozara de la admiración de los profesores más renombrados, sin credenciales académicas era imposible hacer algo al respecto. Entonces, Bertrand Russell y G. E. Moore le propusieron a Wittgenstein presentar su Tractatus logico-philosophicus como tesis doctoral, y así lograr el grado académico que precisaba. ¿Quién en su sano juicio iba a objetar el Tractatus y a Wittgenstein?

Entonces se montó una “dizque” defensa de tesis, que más pareció una puesta en escena teatral. Wittgenstein dijo al respecto: “No he presenciado en toda mi vida nada tan absurdo”. Pero los rituales de institución son eso, rituales de institución. Imaginamos que Russell y Moore estaban más nerviosos que Wittgenstein esa noche de 1929, pues no querían ser abochornados por uno de los filósofos más importantes de principios de siglo que buscaba un grado académico.

Sin embargo, el bochorno sucedió: “No se preocupen, sé que jamás lo entenderán”, la frase coronaba la defensa de tesis más inusual en la historia de Cambridge. ¿Qué es lo que Russell y Moore no entendían? No hay un registro de esa defensa, solo esta anécdota referida por el biógrafo de Wittgenstein, Ray Monk.

Farit Rojas T.

Es abogado y filósofo

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‘Trivium’

Farit Rojas

/ 27 de mayo de 2024 / 07:14

La educación clásica, descrita por el filósofo Francis Bacon, parte del llamado trivium que supone, en palabras de Bacon, tres etapas, tres vías, tres caminos. La primera, llamada fase gramatical, se refiere a las piezas básicas, a los llamados principios y cimientos del conocimiento en cada asignatura académica, en la formación clásica europea se encuentran como piezas básicas la Iliada y la Odisea. En esta primera fase se trata de absorber información, no se pide a los estudiantes que la evalúen, sino que la aprendan e incluso la memoricen, no es una fase sencilla pues se debe formar al estudiante en el hábito de la lectura. La segunda fase del trivium se denomina lógica y se refiere al estudio analítico de la información adquirida en la primera fase. En esta etapa se pide a los estudiantes dejar la memorización —sumamente útil como método fundamental de aprendizaje en la primera fase— y abrirse a la evaluación de lo que han leído, buscar conexiones causa-efecto, contexto histórico y estado de la ciencia en el momento en que se dijo algo que se leyó, es decir, problematizar aquello que se ha memorizado, por ejemplo si se trata de la Ilíada y la Odisea, comprender el tiempo de Homero, las relaciones bélicas entre griegos atenienses, espartanos, troyanos, etc. En la tercera fase del trívium, denominada retórica, los estudiantes deben aprender a expresar sus propias opiniones en base a lo que han memorizado (primera fase gramatical), lo que han analizado (segunda fase lógica) y, en consecuencia, estar listos para la expresión elegante y elocuente que contribuya a transformar su conocimiento, a darle una voz propia, pero con la rigurosidad de que sabe de lo que se está hablando. La fase retórica, que puede ser, en general, una exposición escrita, un ensayo, una monografía, permite llegar a afirmar una máxima de la escritura académica: la calidad de lo que se escribe depende de la calidad de lo que se lee.

Consulte: Libre determinación

La educación clásica, para Bacon, debe comenzar lo antes posible, pues los primeros dos pasos son complejos y muchas veces demandan mucho tiempo y compromiso de los estudiantes, y es que en la idea del trivium lo que está en juego es una técnica de lectura y una técnica de escritura, en la primera se exige aprender saberes básicos, piezas básicas del conocimiento, y ello demanda tiempo y paciencia. Si se salta la primera fase del trivium es posible encontrar estudiantes que opinan de una obra sin haberla entendido rigurosamente, o escriben ensayos y monografías de baja calidad, por ello es necesario afirmar que primero se debe entrenar a los estudiantes a entender, para luego evaluar y finalmente escribir, para formar y expresar una opinión rigurosa, cercana a la demanda académica clásica. El trivium sigue siendo el ejemplo de una educación clásica.

(*) Farit Rojas es abogado y filósofo

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Libre determinación

Farit Rojas

/ 13 de mayo de 2024 / 11:31

La historia de la formación de los instrumentos internacionales de derechos humanos de pueblos indígenas está atravesada por el debate sobre el reconocimiento del derecho a la libre determinación.

Los trabajos preparatorios del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) así lo revelan, pues mientras los pueblos indígenas reclamaban a la OIT por el reconocimiento del derecho a la libre determinación, los Estados se negaban a ello, al punto que una parte del debate retrata la negativa de los representantes estatales a denominar “pueblos” a las poblaciones indígenas, por el temor de que si se los denomina “pueblos”, ellos, los indígenas, se atreverían a exigir el derecho a la libre determinación. Esta tensión la podemos ver en la manera en que quedó redactado el numeral 3 del artículo 1 del Convenio 169 de la OIT, que señala que: “la utilización del término pueblos en este Convenio no deberá interpretarse en el sentido de que tenga implicación alguna en lo que atañe a los derechos que pueda conferirse a dicho término en el derecho internacional” (sic).

Lea: Inconstitucional

La tensión respecto al reconocimiento del derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas continuó durante los años 90 de finales del siglo XX, en los debates de las comisiones de Naciones Unidas dedicadas a la formación de la declaración sobre los derechos de pueblos indígenas. Si revisamos los trabajos preparatorios de esta declaración, el debate se concentra sobre el alcance del derecho a la libre determinación, es decir, si el mismo puede, o no, poner en riesgo la unidad de los Estados que cobijan pueblos indígenas; las respuestas de los representantes de pueblos indígenas coinciden generalmente en mencionar que lo que se busca es el reconocimiento de las naciones indígenas y con ello el reconocimiento a su autogobierno y su autonomía, es decir, a sus sistemas de autoridades y sus sistemas de resolución de conflictos que se reflejan en el reconocimiento del pluralismo jurídico y político en un Estado que ya no puede ser un Estado nación, sino un Estado Plurinacional. La Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de pueblos indígenas se aprueba en 2007, y en su artículo 3 se señala que: “los pueblos indígenas tienen derecho a la libre determinación”, asimismo, en el artículo 9 se indica que “los pueblos y los individuos indígenas tienen derecho a pertenecer a una comunidad o nación indígena”.

La libre determinación se constituye, así, en el derecho más importante para comprender la formación de los Estados plurinacionales como Ecuador y Bolivia, y la referida Declaración de Naciones Unidas sobre los derechos de pueblos indígenas de 2007 se constituye en el punto de partida para una nueva comprensión, compleja e intercultural, de los derechos humanos.

(*) Farit Rojas es docente investigador de la UMSA

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‘Amathia’

Farit Rojas

/ 29 de abril de 2024 / 12:30

Para Sócrates, la ignorancia no es solo la carencia de saber, sino la existencia, hasta el hartazgo, de opiniones erróneas con las que se ha llenado el lugar que debía ocupar el saber. Para entender este tipo de ignorancia recordemos lo que Platón nos narra en la llamada Apología de Sócrates.

Se nos cuenta que Querefonte, viejo amigo de Sócrates, había preguntado al oráculo de Delfos si había en Atenas hombre más sabio que Sócrates, a cuya pregunta el oráculo respondió que no. Pero Sócrates, que no se consideraba sabio, empezó una búsqueda de hombres más sabios que él. Comenzó con un político que se decía sabio, es decir, que creía que era sabio pero, luego de un examen al que Sócrates lo sometió, no lo era, simplemente creía que sí lo era y exhibía como sabiduría una colección de opiniones erróneas que llenaban su aparente saber. Luego Sócrates visitó a los poetas y pese a que estos escribían hermosos poemas y profundas composiciones, no lograban dar razón de los mismos, lo cual llevaba a pensar que esos poemas y esas composiciones eran fruto de la inspiración y no de la sabiduría. Finalmente, Sócrates buscó a los artesanos, quienes sabían sobre su arte, pero este conocimiento los llevaba a creer que sabían de todo, lo cual no era cierto y oscurecía lo poco sabían. Entonces, Sócrates se dio cuenta de la existencia de una ignorancia mucho más compleja que la sola carencia de conocimiento, esta ignorancia se la nombra como amathia y consiste en creer que se sabe cuando no se sabe, es decir, estar lleno, hasta el hartazgo, de un saber que no es saber y estar convencido tercamente de que sí lo es. Fue entonces que Sócrates comprendió su sabiduría: sabía que no sabía, mientras los otros no tenían ese conocimiento.

Lea: Izquierda

La enseñanza de Sócrates consiste en que la ignorancia no es, en muchos casos, la falta de educación, sino que también una mala educación puede ser la culpable de una ignorancia grosera y altanera, pues si solo se dijera “no sé”, no habría mayor problema que empezar a aprender, pero responder con un “sí sé” cuando no se sabe, obliga a que la educación deba comenzar por una fase crítica de desaprender antes de empezar a aprender, y ésta es justamente la tarea de una enseñanza y un pensamiento crítico.

Los ignorantes, resultado de la amathia, eran muy peligrosos para los griegos, pues estos están llenos de ideas falsas y no preguntan ni investigan, pues solo repiten lo que creen saber, y lo más temible es que podían ejercer cargos sensibles para la existencia de la polis, desde ser maestros hasta ser gobernantes. Este tipo de ignorantes siguen siendo muy peligrosos hoy en día, pues al igual que el temor que tenían los griegos hoy podemos temer que muchos puedan acceder a cargos, funciones y puestos tanto públicos como privados.

(*) Farit Rojas es docente investigador de la UMSA

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Izquierda

Farit Rojas

/ 15 de abril de 2024 / 07:07

Una de las distinciones que realiza Norberto Bobbio, en su libro Derecha e Izquierda, se refiere a la diferencia entre estos dos términos en sus expresiones y derivas políticas. Para Bobbio, la diferencia se encuentra en la manera en la que se trata la idea de “desigualdad”. Si se considera que la mayoría de las desigualdades entre los hombres son construcciones sociales, políticas, económicas y, ante todo, históricas, se admite que frente a ellas se pueden desarrollar iniciativas sociales, políticas y económicas para desmantelarlas, y así arribar en distintos tiempos a una igualdad. Si se piensa así estamos en la llamada izquierda, que varía entre los métodos para lograr la igualdad y los matices de lo que se entiende por igualdad. Por otro lado, si se considera que la mayoría de las desigualdades, por no decir todas, son naturales y, en consecuencia, vienen dadas por la suerte o una especie de lotería natural, se admite que por mucho que se intente cambiarlas el ser humano no puede ir contra natura, es decir, las desigualdades son y serán imposibles de eliminar, al punto que ni siquiera se debe perder el tiempo en pensar en políticas y alternativas para lograr la imposible igualdad, sino en fórmulas para la convivencia entre desiguales. Si se piensa así, estamos en la derecha, que varía entre los métodos para lograr la convivencia entre desiguales y los matices de lo que se entiende por desigualdad.

También lea: Platt, ‘in memoriam’

Una idea similar la encontramos en la historia que se cuenta sobre el acto de ocupar la izquierda o la derecha. Se dice que en la sala de la asamblea francesa, en agosto de 1789, los conservadores y leales al rey que defendían las desigualdades que no deberían cambiar, entre ellas la sobrevivencia de la monarquía, la nobleza y el clero, se sentaron a la derecha, en cambio, los revolucionarios que consideraban que se debía llevar a cabo un cambio radical que tenía como horizonte la igualdad de todos los hombres, se sentaron a la izquierda. Es curioso que la expresión “hombres”, en 1789 aún excluía a las mujeres, y no era un término genérico que las incluía. Sin embargo, la idea de la izquierda, si bien aún patriarcal, buscaba la eliminación de las distinciones sociales y se abría al cuestionamiento de la desigualdad.

La tarea de la izquierda, si se siguen las distinciones de Bobbio y las sugeridas por los revolucionarios franceses del siglo XVIII, sería la de denunciar las desigualdades existentes y naturalizadas y proponer las formas y procedimientos para desmantelarlas y superarlas, por ello, en distintos momentos, la izquierda encontró alianzas y traducciones de sus demandas de igualdad en las reivindicaciones feministas, indígenas, inmigrantes, del precariado laboral y de varios otros grupos humanos que viven en desigualdades naturalizadas.

(*) Farit Rojas es docente investigador de la UMSA

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Platt, ‘in memoriam’

Farit Rojas

/ 1 de abril de 2024 / 07:00

Tristan Platt escribió uno de los textos fundamentales de la historiografía boliviana: Estado boliviano y Ayllu andino. La reedición de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) cuenta con un prólogo de Silvia Rivera que brinda información sobre las circunstancias de redacción del texto y otorga datos sobre la reconstitución de los ayllus en los años posteriores a la publicación de la primera edición del libro de Platt, retratando la importancia de su trabajo para la organización de las primeras asociaciones de ayllus y la creación del Conamaq.

El libro de Platt hace un recorrido por la historia de las relaciones entre Estado y Ayllu, desde los pactos de reciprocidad de origen colonial —mediante los cuales las comunidades indígenas pagaban un tributo y, a cambio, el régimen reconocía a las autoridades tradicionales de los ayllus, sus jurisdicciones y el manejo autónomo de la tenencia de la tierra—, la exvinculación de tierras de 1874, hasta la reforma agraria de 1953 y sus efectos.

Lea también: Política, sesgos e ideología detrás de la CIJ

El libro nos permite comprender que si bien Bolívar había abolido el tributo indígena, la medida no duro más de un año, en 1826 se restituyó el tributo indígena y en 1842 mediante la figura de la enfiteusis los indígenas pasaron a ser una suerte de inquilinos de la tierra. En 1874 se promulgó la ley de exvinculación que cambió el régimen de tenencia de tierras y, por ello, Platt la denomina la primera reforma agraria. Mediante esta ley se elimina el reconocimiento de mallkus, curacas y caciques como autoridades, y se obliga a las comunidades indígenas a que busquen un apoderado que gestione sus intereses en la ciudad. Los apoderados engañan a las comunidades y se produce una serie de resistencias y movilizaciones entre 1899 y 1921.

El libro finaliza con la llamada segunda reforma agraria, la de 1953 motivada por la Revolución Nacional, que si bien determina que los indígenas son propietarios de la tierra que poseen (artículo 57 del decreto 3464 de Reforma Agraria, del 2 de agosto de 1953), condiciona la restitución de ésta a una reglamentación especial (artículo 42 del referido decreto). En 1954, la reglamentación especial privilegia a los pequeños propietarios y al solar campesino, así la restitución únicamente procede ante la asimilación de tierras de grandes terratenientes. Platt nos muestra las maneras en las que los ayllus y las comunidades indígenas tuvieron que resistir frente a un Estado sordo y ciego respecto a una parte mayoritaria de su población.

El trabajo de Platt constituye una importante veta para una historia del Derecho boliviano aún pendiente, pero que no podrá dejar de lado sus trabajos, pues nuestras reformas jurídicas, en apariencia liberales y sociales, en el fondo fueron una continuidad de la mirada colonial sobre el indígena.

(*) Farit Rojas es docente investigador de la UMSA

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