Confesión preelectoral
Ante la inminencia de las elecciones y saliendo de los temas que suelo tratar en esta columna, permítanme una confesión: me aburren las columnas y las notas televisivas sobre temas políticos; me cansan los análisis de los llamados politólogos, así como las especulaciones de los actuales ideólogos me hacen dormitar. Son, a mi humilde entender, pensamientos elementales, mañosos, que manifiestan la nula creatividad de un sector de la sociedad que busca endulzar los oídos de su bando político para enardecer los del rival, en un elemental intercambio de obviedades e intereses pueriles.
Todos los días recibimos esos mensajes a raudales multiplicándose ad infinitum en periodos electorales. En La Paz, una ciudad pequeña que no llega al millón de habitantes, tenemos tres horas diarias de esa telenovela política en cada canal. Y son más de 20 canales de televisión. Una cifra escandalosa al servicio de la idiotización colectiva. Tenemos, además, programas radiales que machacan en minibuses o radiotaxis la misma cantaleta sobre la azarosa vida política de esta pequeña sociedad. Ahora, y con las redes sociales en auge, estamos hasta el cogote con la batahola de esa política criolla que heredamos hace más de 500 años. Y, para mi persona, esa gimnasia verbal es el signo más evidente de nuestro espíritu colonizado. Si observan unos minutos de debate en el Parlamento español, entonces podrán comprender de dónde vienen esas manías.
En estos últimos años, el campo de la opinión y el ejercicio de la politiquería se ha multiplicado y, paradójicamente, también la muerte del verdadero pensamiento político. Son tiempos de la posverdad y del cinismo pleno. Son signos de la sociedad del hiperconsumo que fluye por las vías del escándalo, de las encuestas o del rating que generan dinero. A toda esa construcción cultural la he denominado (sin permiso de Milan Kundera) “la insoportable bolivianidad del ser”; un pernicioso constructo que todavía cree que “todo es política”.
Pero el tema es para alarmarse. Ese interminable machacar de los medios con la “insoportable bolivianidad del ser” ha generado daños profundos en nuestro espíritu. Daños que no queremos o no podemos ver. Son lesiones profundas que han forjado un sentimiento derrotista, de bajísima autoestima, y de pérdida de valores. Al entrar a este nuevo milenio, nos ufanamos de esa manera de ser con declaraciones altisonantes donde abundan las comparaciones con otras realidades y los alegatos de supuestas transformaciones.
Somos, creo, excesivamente monotemáticos y, sin “querer queriendo”, traspasaremos esa tara a futuras generaciones.
* Arquitecto.