Poder urbano
La ciudad es la obra cultural más importante. Con sus virtudes y defectos, es la representación física en el territorio de cualquier sociedad. Y ese valor intrínseco ha sido aprovechado por teóricos como Edward Glaeser para alabar el triunfo de las ciudades como una victoria histórica del capitalismo. Y algo de razón le asiste. La concentración urbana, cuya fuerza motriz es el mercado liberal, ha conquistado sociedades tan cerradas como la china, cuya costa oriental está llena de paquidérmicas ciudades a lo Houston y su occidente es un páramo rural.
Ahora la población mundial es casi urbana. El 80% del PIB mundial se genera en las ciudades. Y es tal el avance de esta obra cultural que ahora se recicla un estamento urbano del pasado: las ciudades-Estado. Según varios pensadores, el siglo XXI será testigo del triunfo de las ciudades-Estado por encima del modelo Estado-nación, todo para repensar temas trascendentales: democracia, desarrollo sostenible, lucha (real no demagógica) contra la desigualdad, acceso a los servicios básicos y vivienda; entre otros, temas donde los Estado-nación fracasaron estrepitosamente. Malas noticias para los gobiernos centralistas y muy malas para los gobiernos autoritarios.
En Bolivia casi el 70% de la población vive en las ciudades y el 30%, en el campo y con elevadas tasas de urbanización. Las ciudades bolivianas son la construcción de la pluralidad, el melting pot de una posmodernidad abigarrada o c'hixi, a decir de Zavaleta o Rivera. Y los levantamientos ciudadanos de estos días, que son pluri-multis, deberían sacudir al estamento más conservador de la sociedad boliviana: los políticos. En muy pocos días estos movimientos ciudadanos se ubicaron entre el poder central y los partidos de oposición. Ahora la ciudadanía urbana marca la agenda política del país, desorientando a los partidos de oposición y empujando al oficialismo a declaraciones funestas como cercar ciudades o vietnamizar el país. Es decir: cercar la plurinacionalidad e iniciar una guerra a los centros vitales de la bolivianidad. Vaya desvarío.
Algunos afirman, con razones de sobra, que vivimos en una oclocracia. Hoy en día esa oclocracia se enfrenta a la ciudadanía de los centros urbanos que es multiforme, intensamente transversal y aleatoria, con nuevos actores en primera línea. En este nuevo milenio una juventud, hace poco apática e indolente, llena las calles sin miedos, sin patrones políticos, protestando con paradigmas viralizados en internet, y diseñando estrategias contra la autoridad presente y futura. Es un emergente poder urbano que ve más allá y expresa con furia la amarga distopía que le tocará vivir.
* Arquitecto.