Voces

Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 03:19 AM

Julio en agosto

/ 1 de agosto de 2020 / 04:15

De vez en cuando, Julio Cortázar se me viene a la memoria. Casi nunca en julio, por razones obvias, por culpa de ese tipo de las iglesias; y algunas veces, como esta noche, la nostalgia por el Gran Cronopio me visita en agosto, quizás porque es el mes de su cumpleaños.  Y nació de casualidad en Bruselas, en 1914, justo el día en que el ejército alemán ocupó Bélgica en los albores de la Primera Guerra Mundial, motivo por el cual definió su nacimiento como algo “sumamente bélico” que “dio como resultado a uno de los hombres más pacifistas que hay en este planeta”.

Y era cierto, porque era un grandulón que no envejecía y fue tan apacible como es su tumba en el cementerio de París, una tumba de mármol brillante como nieve matutina y adornada con una sutil escultura de madera sin forma definida puesto que quiere representar a un cronopio, aquel ser tímido y lúdico creado por Cortázar y que es capaz de provocar que una mano anónima escriba en una pared de Cochabamba: “soy un ladrillito cantante que escribe en el caparazón de una tortuga”. Julio evoca gratos recuerdos que me empujan a salir a recorrer las calles para buscar los “ochenta mundos que dan vueltas alrededor del día” y que él sabía descubrir (escribir) como si nada (nadie) y, luego, plasmarlos en cuentos y poemas (moepas).

Cuando vivía en México, al inicio de los años 80, tuve el atrevimiento juvenil de mandarle una carta a propósito de su cuento Carta a una señorita en París y le dije diciendo que era posible contar esa historia de otra manera, sin dejar de vomitar conejitos. Sabiendo que él adoraba los mensajes de náufrago que son lanzados al mar dentro de una botella, no tuve esperanzas de respuesta. Muchos años después, el Cronopio Mayor contó que cada día recibía cientos de cartas y no tenía tiempo para leerlas, menos responderlas. Quizás actuaba como uno de sus añorados personajes, tal vez aquella tía que recibía postales y fotografías de sus sobrinos queridos y las clavaba en la pared con un alfiler entre ceja y ceja. Pero no creo que Julio haya tenido una cajita de alfileres porque eso es para gente muy organizada, son manías de famas y esperanzas, no es digno de cronopios.

Redacté esa carta después de escuchar su lectura de Queremos tanto a Glenda en el auditorio Che Guevara en la UNAM. Por eso me animé a escribirle, porque sabía que era un fanático de la lectura desde su infancia y que los maestros de escuela le pidieron a su madre —infructuosamente— que le prohibiera sumergirse en los libros durante un par de meses. A los nueve años también escribió su primera novela, aunque de ella solo se acordaba que, al final, los personajes se iban muriendo, quizás de pena. Porque él, desde niño, era un tipo sentimental.

Para suerte nuestra, de tanto en tanto, aparecen nuevos escritos de Julio Cortázar que nos deslumbran y nos alumbran. Cuentos, ensayos, cartas, reseñas. Y ni qué decir cuando se descubre una nueva foto con su gato T.W. Adorno entre los brazos. Recuerdo muchos relatos breves que me dejaron estupefacto y alimentaron mi capacidad de asombro. Entre ellos resalta este breve texto titulado Manera sencillísima de destruir una ciudad, cuya sutileza sigue sorprendiendo: “Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora, la nube se convierte en mármol y el resto no merece comentario”.

Fernando Mayorga es sociólogo

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Confuso y denso

/ 10 de marzo de 2024 / 00:43

Es un tiempo denso y confuso. Estamos padeciendo la judicialización de la política y, para empeorar las cosas, la política está sometida a la racionalidad instrumental y a una escenificación grotesca (diputados/as en modo kachaskán). Las tres fuerzas parlamentarias están divididas y las disputas por la candidatura presidencial ahondan esas fracturas. Y como la deliberación para establecer acuerdos o consensos es una moneda muy escasa (like a dollar), los actores estratégicos utilizan otros recursos (Maquiavelo again) para, supuestamente, obtener ventaja y vencer. Así, estatuto y congreso son los temas y terrenos de batalla en ese artefacto en disputa que se denomina MAS-IPSP para después —si se resuelve ese entuerto— encarar las elecciones primarias. Sobre las primarias, un vocal electoral, un ministro y, después, tres jefes de fuerzas de oposición dijeron que sean abiertas, además de simultáneas y obligatorias, es decir, que no solamente debe votar la militancia (que no tienen) sino la ciudadanía en general. ¿Una estratagema para dirimir la disputa interna en el partido de gobierno y para definir una candidatura única en el campo opositor? Dizqué. Pero así estamos, entre astucia de tahúr y talento de Houdini.

Mucha tela para cortar pero me circunscribiré al MAS-IPSP. Y si me cito no es por egolatría ni pulsión cochabambina, sino porque hice un par de investigaciones al respecto y me interesa recuperar algunas ideas que apuntan en dirección opuesta a esta devaluación de la política.

A fines de 2022, presenté mi libro Resistir y retornar. Avatares del proceso decisional en el MASIPSP (2019-2021) con el apoyo de la FES (https://library. fes.de/pdf-files/bueros/bolivien/19716.pdf). Ese libro termina con un posfacio donde se plantea una propuesta para evitar (entonces) los entuertos en el partido más grande del país. Y dice así:

“… es evidente que el MAS-IPSP debe encarar una reforma intelectual y moral, así como un debate ideológico y programático. Sin embargo, estos procesos deben llevarse a cabo bajo condiciones apropiadas para la deliberación democrática y una condición básica es que la racionalidad instrumental — en la cual, el poder es el elemento dominante— no defina las relaciones entre sus actores estratégicos ni sus áreas organizativas. Para que eso ocurra no existe otro camino que el desistimiento a la candidatura presidencial por parte de Evo Morales, Luis Arce y David Choquehuanca. Esas decisiones permitirían establecer un escenario apropiado y un tiempo prudente para el desarrollo de un debate con la mirada puesta en el futuro y con la participación de nuevos protagonistas, con algunas y algunos militantes que demostraron su capacidad en diversas circunstancias y ámbitos, como Andrónico Rodríguez, Adriana Salvatierra, Gabriela Montaño, Diego Pary y Eva Copa —cuya expulsión debe ser reconsiderada— y otros y otras cuyo liderazgo puede manifestarse en un espacio de deliberación democrática. Ese debate debe combinar el balance del proceso de transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales en el país con los aportes de los partidos y gobiernos del nuevo ciclo progresista en la región que articulan demandas y propuestas vinculadas con el ambientalismo, el feminismo y lo informacional, tienen una adscripción plena con la democracia porque no dependen de liderazgos carismáticos y establecen una relación horizontal con movimientos sociales y colectivos ciudadanos”. Sigo pensando que es una vía para resolver los problemas de modo virtuoso —vale para todos los partidos— y para que la política retorne al centro del proceso histórico y proporcione sentido al devenir.

 Fernando Mayorga es sociólogo.

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Alasitas plurinacional

/ 28 de enero de 2024 / 00:18

En el transcurso de la semana pasada se celebraron 15 años de la fundación del Estado plurinacional y, por enésima vez, se inauguró la festividad de Alasitas en Chuquiago Marka/Registrada. ¿Cuál es el motivo para que este columnista relacione ambos acontecimientos? Simplemente porque nada es casual en la vida ni en la muerte/suerte sin blanca. Invoco la figura del hombrecito con sombrero y bigote en estos días de crisis judicial, bloqueos de carreteras y una reyerta discursiva en las filas del partido de gobierno que condujo el proceso constituyente que parió, precisamente, la Constitución Política del Estado —Plurinacional— en 2009. También, y sobre todo, porque casi todos los actores estratégicos de la política, tanto en las filas del oficialismo y de la oposición, han perdido la talla, están chiquitos.

El aniversario en cuestión tiene que ver con la edificación de un modelo estatal que tiene varias novedades institucionales como el reconocimiento de derechos colectivos de los pueblos indígenas y de las naciones originarias, y la vigencia de la democracia intercultural, con la adopción del pluralismo en varias esferas y las autonomías territoriales en el nivel subnacional. Su avance es paulatino y enfrenta muchas barreras, por eso, en algunos libros hablé de la “construcción minimalista del Estado plurinacional”. Sigue y seguirá siendo así porque es un reto materializar sus principios en instituciones y políticas públicas, y también es un desafío consolidarlos en las ideas y creencias de la sociedad. Me refiero, por ejemplo y sobre todo, a la descolonización y a la despatriarcalización, metas que no pueden ser comprendidas por personajes bizarros como un expresidente (por sucesión constitucional, no por votación) que acostumbra escribir en rima pero k’aima y hace chistes opas, esta vez se refirió al “cumpleañero quinceañero”; o como otro expresidente (elegido por el parlamento puesto que salió tercero en las urnas con 18% de votos) que esgrime esa curiosa idea de “volver a la república” como si ésta hubiera desaparecido en el Estado plurinacional.

La festividad de Alasitas no es un invento del Papirri, también conocido como Manuel Monroy Chazarreta, aunque merece serlo. Es la fiesta de la abundancia en miniatura, el deseo de Vivir Bien por obra y gracia del Ekeko, un amuleto del don, de un intercambio sin condiciones, excepto el cumplimiento de unos ritos aplicados con k’oa, cerveza y tabaco para que se cumplan ciertos pedidos: morlacos en Bs y $us, maletas para viajes, certificados de estudios y hasta maridos gallitos. Es una fiesta muy propiamente andina pero siempre abierta a los intercambios comerciales en modo globalización, por eso, ahora, las miniaturas artesanales, las figuras religiosas y los ekekos se mezclan con dragones, sapos y elefantes made-in-China en una suerte de orientalización de las ofrendas. Es lo pluri(inter)nacional. Así funcionan las cosas. Por mi parte, compré 11 jugadores de plomo y ch’allé mi banderita celeste, puesto que Aurora jugará en la Copa Libertadores de América y tiene que tener suerte, esa ñata esquiva. También busqué figuritas de actores/as políticos/as para que fortalezcan los cimientos del Estado plurinacional, pero no tuve suerte. Entonces, le pedí a mi Ekeko que nos ayude a auscultar en los meandros de la política, en los caminos de la vida y en los misterios del corazón puesto que, como susurra Dante Uzquiano mientras suena la guitarra del Grillo Villegas: lo que fue, lo que es, lo que será. Porque, como sentenció René Zavaleta: Bolivia será india o no será. Es decir, plurinacional. Como las Alasitas.

Fernando Mayorga es sociólogo. 

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¿Un Milei boliviano?

/ 31 de diciembre de 2023 / 01:09

“Votando por un Milei boliviano” dice el informe de una empresa encuestadora que saca dudosas conclusiones sobre intenciones de voto. Dudosas, equívocas y tendenciosas puesto que afirma que “el 28% de los entrevistados están dispuestos a votar por un ‘candidato nuevo’ que enarbole las propuestas de Milei. Si a ello se suma el 36% de indecisos, se tiene que un 64% podría apoyar a un ‘Milei boliviano’… Hay pues una disposición a apoyar a un ‘líder emergente’ de extrema derecha”. No interesa ahondar en tales suposiciones ni resaltar la impertinencia de esa lectura. Ese párrafo sirve como una excusa para hablar de los adscritos a las ideas libertarias y al carisma histriónico de Milei en estos lares.

Por cierto, ya tuvimos un “Milei boliviano” y fue un coreano que obtuvo 8% de votos en las elecciones de 2019. Chi entró al ruedo electoral con discurso liberal en la economía y ultraconservador en lo social, aderezado con retórica evangelista. También tuvimos otro “Milei boliviano” en 2019, de raigambre cruceña y talante católico, que hizo arrodillar a medio millón de seguidores para rezar pidiendo “libertad” y la renuncia de Evo Morales, mientras su padre “cerraba” con policías y militares un plan que condujo al golpe de Estado. Su liderazgo traspasó las fronteras de oriente y fue recibido como héroe en La Paz, sin embargo, era un carisma de situación (como todo carisma) y un año después obtuvo un pálido tercer lugar en las elecciones de 2020. Fueron candidatos “nuevos” y “emergentes”, con posiciones liberales y ultraconservadoras como, precisamente, Milei que, por entonces, delineaba su ingreso a la política argentina al compás del rechazo a las medidas “dictatoriales” adoptadas por el Estado para enfrentar a la pandemia con su famosa consigna: “viva la libertad, carajo”.

Esa frase empezó a ser utilizada por algunos políticos locales para dar cuenta de que “necesitamos un Milei y aquí estoy” bajo el absurdo supuesto de que la combinación de una dosis de histrionismo y unos cuantos improperios pueden producir carisma. Y como aderezo esgrimen una retórica individualista y antiestatista con aditamentos antiecologistas, antiderechos, antifeministas. Lo curioso es que en las filas opositoras bolivianas se vincula la consigna de libertad de Milei con lo democrático, lo republicano y el Estado de derecho, es decir, “lo institucional”, esa palabra mágica que usan para denostar nuestro modelo político cuando los resultados no les agradan.

Ahora bien, Milei presentó un decreto y una ley que, entre otras cosas, plantea que se deleguen facultades legislativas al presidente en asuntos económicos, sociales, financieros, fiscales, de seguridad y defensa, tarifarios, energéticos, sanitarios y sociales —durante dos años, prorrogables a cuatro. Se trata de una inaudita concentración de poder en la figura presidencial que implica la eliminación de la división de poderes. ¿Qué dicen los mileístas criollos? Estaremos atentos a que manifiesten su orgullo republicano y su respeto por “lo institucional”. Y si no les queda clara la deriva autoritaria de Milei, es suficiente imaginar lo siguiente: no habrá conflicto por la redistribución de escaños después del Censo 2024, puesto que el presidente Arce definirá, mediante decreto, que en las elecciones de 2025 solamente se elegirán diputados uninominales para conformar el Órgano Legislativo. Es decir, una decisión presidencial redefine el sistema electoral y la representación política. ¿Qué tal?

Fernando Mayorga es sociólogo.

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Desorden y desconcierto

/ 19 de noviembre de 2023 / 00:54

El campo político se tornó más complejo en los últimos meses porque se han producido mutaciones en sus unidades constitutivas y en las interacciones partidistas. Fisuras, divisiones y disyunciones caracterizan el funcionamiento y desempeño de sus protagonistas. Fractura en las filas del MAS-IPSP, ruptura en Creemos —aparte de la cisura inicial con la bancada de UCS— y quiebre en Comunidad Ciudadana que incluye expulsiones de diputados/as. Una consecuencia de este desbarajuste se puso en evidencia en la elección de las directivas camarales puesto que se produjeron distintas composiciones del voto a la hora de ratificar los nombres propuestos por las jefaturas de las bancadas. Ese comportamiento no fue producto de la clásica antinomia entre oficialismo/ oposición, sino de una convergencia episódica y circunstancial entre fracciones del oficialismo y de la oposición. Y aconteció de una manera en la Cámara de Diputados y de otro modo en la de Senadores. En ambos casos, la oposición tuvo mayor incidencia que en años anteriores merced a la fractura en la bancada oficialista entre “radicales” y “renovadores”, una curiosa distinción que no se sabe qué denota.

Es necesario destacar lo acontecido en la Cámara Alta. Las dos fuerzas de oposición intentaron condicionar su voto ratificatorio de las listas partidistas a la aceptación de una propuesta de agenda legislativa. Esta propuesta contenía —entre nueve temas— algunos tópicos que no corresponden a esa instancia (por ejemplo, “presos políticos”, “primarias abiertas” y “padrón electoral”). Esa iniciativa opositora quiso aprovechar la división en la bancada del MAS-IPSP puesto que una fracción minoritaria cuestionó la reelección de Andrónico Rodríguez como presidente del Senado y pretendió presentar una lista alternativa —un acto antirreglamentario— y conseguir la conducción de la directiva camaral con apoyo opositor. Ese diferendo en la bancada oficialista se convirtió en una oportunidad para la oposición que optó por presentar una suerte de “pliego político petitorio” que, sin embargo, resulta más interesante que la mera distribución de cargos y espacios de poder.

Largo debate de por medio se impuso el prestigio y liderazgo de Andrónico Rodríguez, que se yergue como un actor situado al margen —¿por encima?— de la pugna entre “arcistas” y “evistas”, es decir, entre gobierno y partido e invoca la unidad, aunque esta palabra cada vez más carece de sentido en las filas de esa organización política. Un prestigio que se reforzó con el respeto de sus colegas opositores/ as por su conducción del Senado durante tres gestiones, promoviendo un diálogo sin la polarización imperante en otros ámbitos político-institucionales.

Por eso, su respuesta a la propuesta opositora fue una invitación a iniciar un debate que concluya, precisamente, con la confección de una agenda legislativa que sea resultado de una deliberación democrática. Algo tan difícil de conseguir, como la unidad, pero igualmente necesaria en esta época plagada de desaciertos y desconcierto. Ojalá esa cámara legislativa se convierta en un espacio de convergencia que proporcione cierta racionalidad al proceso político.

Ahora bien, otro efecto de la desagregación en las organizaciones políticas —sobre todo en el MAS-IPSP— es la configuración de un esquema de “gobierno dividido”. Esto significa que el presidente Arce no tiene respaldo de una mayoría parlamentaria y, en consecuencia, su capacidad decisoria está mermada. No es poca cosa puesto que una relación conflictiva entre el Órgano Ejecutivo y el Órgano Legislativo conduce a la parálisis, preámbulo de la inestabilidad que puede poner en cuestión la gobernabilidad.

Fernando Mayorga es sociólogo. 

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A la muerte y sus alrededores

/ 5 de noviembre de 2023 / 00:41

Existen diversas maneras de enfrentar la muerte. En los tiempos del Terror de la revolución francesa, cuando Robespierre mandaba a punta de guillotina, un escritor fue sentenciado a muerte. El día de su ejecución, la víctima se dirigió al cadalso a paso lento y con la mirada clavada en la página del libro que estaba leyendo en las últimas noches, se paró frente al verdugo, quien con un gesto le dijo que basta de lectura y que a otra cosa. El condenado humedeció con sus labios la punta de su dedo índice y dobló la última página que habían visto sus ojos. Puso el libro a un costado de la guillotina con un aire de desaliento, escuchó un redoble de tambor cuando apoyó la cabeza en la madera y… la cuchilla hizo el resto. No sabemos cuándo este personaje volvió a abrir su libro para retomar su hábito de lectura interrumpido por un detalle intrascendente.

De muchas maneras se celebra la muerte. En México, ni hablar. No por nada, la jefa máxima es la Catrina, la mera personificación de la muerte esbozada en los grabados de José Guadalupe Posadas y, también, en las calaveritas de dulce que chupan niños y niñas en el Día de los Muertos celebrando su celebración mientras consumen la golosina que lleva su nombre grabado en la frente. También se puede jugar con ella de múltiples maneras. Así lo hizo, hace casi dos siglos, José Santos Vargas —el tambor Vargas— que, en su memorable Diario de un Comandante de la Guerra de la Independencia, sentenció: “moriremos si somos zonzos” cuando enfrentaba al colonialismo español en Sica Sica y Ayopaya.

Existen variados modos de irse de la vida y quedarse sin la muerte. Antes de fallecer, Luis Buñuel —cuyas películas surrealistas desbordan ironía y sarcasmo— dictó su testamento dejando toda “su fortuna”… a Rockefeller y se confesó a un cura por los pecados y herejías que había cometido contra… la Iglesia. Por estos lares, Jaime Sáenz siempre citaba la frase de Cristóbal Colón: “vivir no es necesario, navegar es necesario”, antes de sumergirnos en los laberintos de su narrativa que transita entre el más allá y el más acá.

Varias son las maneras de arrinconarse ante la vida, de enfrentarse con los muertos. Si no, hay que preguntarle a Ingmar Bergman (seguro que el cineasta no se hará al sueco), a la niña de Guatemala (la que se murió de amor), a Jesús Urzagasti (te hablará desde su ventana que da al parque) o al fantasma de Canterville (en versión de Charly García: “he muerto muchas veces, acribillado en esta ciudad”). Y aunque, aparentemente, sufro de la pesadumbre necesaria para producir una prosa fatalista, prefiero derivar mi difusa congoja y mi amorfo sentido trágico de la vida a un silencio dubitativo y escuchar, simplemente escuchar, el Terremoto del Sipe Sipe, ese bolero de caballería que nuestros antepasados nos hicieron creer que solo sirve para acompañar procesiones religiosas y entierros fúnebres y no para celebrar la vida de los muertos.

En fin, existen varias maneras de enfrentarse a la muerte. A veces, en estas fechas, me sucede de una manera curiosa porque no me acuerdo de mis muertos (pocos, pero tan ciertos), más bien juego con la muerte de los vivos escribiendo irónicos epitafios dedicados a vivos y vivillos. Este año no pude esbozar alguno. No quise. Escribo estas líneas antes de ir a Huayllani para poner velas blancas por las víctimas de las masacres en Sacaba y Senkata. Otro momento esbozaré un par de epitafios dedicados a aquellos vivillos que siguen negando esas masacres de manera cínica desde noviembre de 2019.

 Fernando Mayorga es sociólogo. 

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