Voces

Sunday 8 Dec 2024 | Actualizado a 05:12 AM

A la muerte y sus alrededores

/ 5 de noviembre de 2023 / 00:41

Existen diversas maneras de enfrentar la muerte. En los tiempos del Terror de la revolución francesa, cuando Robespierre mandaba a punta de guillotina, un escritor fue sentenciado a muerte. El día de su ejecución, la víctima se dirigió al cadalso a paso lento y con la mirada clavada en la página del libro que estaba leyendo en las últimas noches, se paró frente al verdugo, quien con un gesto le dijo que basta de lectura y que a otra cosa. El condenado humedeció con sus labios la punta de su dedo índice y dobló la última página que habían visto sus ojos. Puso el libro a un costado de la guillotina con un aire de desaliento, escuchó un redoble de tambor cuando apoyó la cabeza en la madera y… la cuchilla hizo el resto. No sabemos cuándo este personaje volvió a abrir su libro para retomar su hábito de lectura interrumpido por un detalle intrascendente.

De muchas maneras se celebra la muerte. En México, ni hablar. No por nada, la jefa máxima es la Catrina, la mera personificación de la muerte esbozada en los grabados de José Guadalupe Posadas y, también, en las calaveritas de dulce que chupan niños y niñas en el Día de los Muertos celebrando su celebración mientras consumen la golosina que lleva su nombre grabado en la frente. También se puede jugar con ella de múltiples maneras. Así lo hizo, hace casi dos siglos, José Santos Vargas —el tambor Vargas— que, en su memorable Diario de un Comandante de la Guerra de la Independencia, sentenció: “moriremos si somos zonzos” cuando enfrentaba al colonialismo español en Sica Sica y Ayopaya.

Existen variados modos de irse de la vida y quedarse sin la muerte. Antes de fallecer, Luis Buñuel —cuyas películas surrealistas desbordan ironía y sarcasmo— dictó su testamento dejando toda “su fortuna”… a Rockefeller y se confesó a un cura por los pecados y herejías que había cometido contra… la Iglesia. Por estos lares, Jaime Sáenz siempre citaba la frase de Cristóbal Colón: “vivir no es necesario, navegar es necesario”, antes de sumergirnos en los laberintos de su narrativa que transita entre el más allá y el más acá.

Varias son las maneras de arrinconarse ante la vida, de enfrentarse con los muertos. Si no, hay que preguntarle a Ingmar Bergman (seguro que el cineasta no se hará al sueco), a la niña de Guatemala (la que se murió de amor), a Jesús Urzagasti (te hablará desde su ventana que da al parque) o al fantasma de Canterville (en versión de Charly García: “he muerto muchas veces, acribillado en esta ciudad”). Y aunque, aparentemente, sufro de la pesadumbre necesaria para producir una prosa fatalista, prefiero derivar mi difusa congoja y mi amorfo sentido trágico de la vida a un silencio dubitativo y escuchar, simplemente escuchar, el Terremoto del Sipe Sipe, ese bolero de caballería que nuestros antepasados nos hicieron creer que solo sirve para acompañar procesiones religiosas y entierros fúnebres y no para celebrar la vida de los muertos.

En fin, existen varias maneras de enfrentarse a la muerte. A veces, en estas fechas, me sucede de una manera curiosa porque no me acuerdo de mis muertos (pocos, pero tan ciertos), más bien juego con la muerte de los vivos escribiendo irónicos epitafios dedicados a vivos y vivillos. Este año no pude esbozar alguno. No quise. Escribo estas líneas antes de ir a Huayllani para poner velas blancas por las víctimas de las masacres en Sacaba y Senkata. Otro momento esbozaré un par de epitafios dedicados a aquellos vivillos que siguen negando esas masacres de manera cínica desde noviembre de 2019.

 Fernando Mayorga es sociólogo. 

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Filipo en la memoria

/ 2 de junio de 2024 / 00:07

Es junio y mi memoria evoca a Filemón Escóbar. La noche de su fallecimiento, hace siete años, agarré un manojo de hojas de coca para pijchar en su honor y recordé las imágenes de una fiesta marcada por su zapateo con doña Olga, su compañera de vida. Lo recuerdo con un pucho en los labios conversando con voz grave y ojos sonrientes. Siempre diciendo “oye”, cada tanto exclamando “carajo”. Lo conocí en la presentación de su libro Testimonio de un militante obrero (1984) y —casi— nunca dejamos de charlar y discutir.

Tuve la suerte de verlo en acción en el congreso de la Federación de Trabajadores Mineros de Bolivia en 1986. En la mina San José, Filemón planteó la Tesis de Catavi enarbolando la defensa de la democracia para frenar posturas radicales de izquierda que proponían derrocar el gobierno de Hernán Siles, acorralado por fuerzas opositoras que controlaban el parlamento. Comisiones y plenaria, tesis por mayoría y minoría, enérgicos debates entre oradores que respaldaban sus posiciones con citas de Lenin y Trotsky. Esa era la cultura política de la poderosa clase obrera del siglo XX. Él afirmaba que había que preservar la democracia como escenario decisivo para la acción política de los sindicatos, a los que concebía como órganos de poder. En ese entonces, su noción de coyuntura democrática lo distinguía de sus detractores políticos que, por miedo o desprecio, eran un montón —por derecha y por izquierda—. Años después, cuando Filemón asumió posturas críticas sobre Evo Morales, varios de esos personajes —de derecha e izquierda— se pusieron una máscara hipócrita de admiración de su estilo y remedaron su retórica para desplegar sus afanes opositores. La contracara fue la ingratitud del MAS que, desde su ruptura con Evo Morales, puso un manto de olvido a los aportes de Filemón para la formación del “instrumento político”, afín a su visión de los sindicatos como órganos de poder.

Su recorrido político e intelectual estuvo signado por la creatividad y la pasión. En 1985 fue candidato vicepresidencial de Genaro Flores, líder del katarismo y ejecutivo de la CSUTCB, bajo una idea anticipatoria: “la clase obrera ya no es la vanguardia, debe ir detrás de los indios”. Cuatro años después fue elegido diputado merced al voto rural; esos años realizaba una incesante labor de formación política y sindical en el Chapare impulsando la opción por una vía democrática cuando los campesinos cocaleros estaban sometidos a una brutal represión y discutían la formación de grupos de autodefensa. La consolidación del MAS como “instrumento político” y su victoria electoral en 2005 fueron la confirmación indirecta de las ideas de su Tesis de Catavi, esa de 1985.

Esas ideas fueron enriquecidas en 2008, cuando Filemón publicó De la Revolución al Pachakuti que planteaba la complementariedad entre opuestos, en un desplazamiento de su marxismo clasista a un indianismo de corte nacional-popular. Tuve el privilegio de dirigir el acto de presentación de ese libro en un auditorio de la universidad. Al inicio del evento, Víctor López ingresó en la sala y, con ojos llorosos, se fundieron en un largo abrazo con Filemón. Ellos, junto con Simón Reyes, fueron destacados dirigentes del proletariado minero en la fase de su ocaso. Frente al reto de la historia, Filemón sembró ideas decisivas para que la izquierda se identifique con la democracia, la política se sustente en los sindicatos y el cambio tenga como protagonistas a campesinos e indígenas. Ese es su legado, lo recuerdo con respeto.

Fernando Mayorga es sociólogo.

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De la política, su judicialización

/ 5 de mayo de 2024 / 00:54

Abril terminó con una noticia que no causó sorpresa: una “sala constitucional” dio curso a una demanda dejando sin efecto la convocatoria a las elecciones judiciales y disponiendo que debe realizarse un nuevo proceso de preselección de candidatas/os. Una vez más se intenta postergar las elecciones que debieron haberse realizado el año pasado. El argumento es válido puesto que se refiere a la defensa del derecho a la participación de mujeres e indígenas bajo los principios de paridad y pluralismo, empero es una máscara retórica. Es una excusa puesto que se trata de una pieza más en la estrategia oficialista dirigida a evitar la realización de las elecciones judiciales y mantener la ilegal —y antiestética— figura de “autoprórroga” de las autoridades del Órgano Judicial y del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) que, en los últimos meses, ha asumido posturas que inciden negativamente en el proceso político. Por ejemplo, los argumentos contra la reelección presidencial que, aprovechando una sentencia relativa a la convocatoria a las elecciones judiciales, fueron incluidos para dar pábulo a una supuesta inhabilitación de Evo Morales como candidato. Entremedio, dando curso a un amparo constitucional, suspendió las interpelaciones a los ministros y, en otra ocasión, cuestionó las atribuciones del presidente del Senado para convocar a sesiones. Es decir, el TCP restringe las labores de la Asamblea Legislativa Plurinacional, nada más ni nada menos.

Pero eso no es todo. En los albores de mayo, otra “sala constitucional” decidió que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) debe “acompañar” un congreso partidista convocado por organizaciones sindicales que respaldan al presidente Arce, pese a que dicha convocatoria no fue reconocida como válida por el propio TSE. Es decir, se instruye a un órgano del Estado para que actúe en contra de sus propias determinaciones (y en beneficio de los aliados del Presidente).

La judicialización de la política es resultado de la disputa interna en el MAS-IPSP respecto a la candidatura presidencial en 2025. La pugna provocó la fractura de la bancada oficialista y, por ese motivo, Luis Arce carece de mayoría parlamentaria para ejecutar sus planes, entre ellos su postulación a la reelección. Ante ese escenario, el Gobierno despliega su accionar en consonancia con el TCP que, mediante sentencias arbitrarias, se ha convertido en un actor relevante en el proceso político decisional. En el pasado prevalecía la politización de la Justicia mediante la instrumentalización de los fallos judiciales para beneficiar a los gobernantes de turno, un hecho recurrente desde la recuperación de la democracia en 1982. En la actualidad estamos frente a un hecho concomitante —la judicialización de la política— con consecuencias negativas para la democracia. Cuando esto acontece, el proceso decisional ya no depende directamente de los actores políticos sino de las instancias judiciales que establecen acuerdos instrumentales con algunos aliados para conseguir mutuos beneficios. Si eso sucede, la política pierde su capacidad estratégica para delinear el futuro y se convierte en mera astucia táctica de carácter coyuntural. Por esta razón, el proceso político se encuentra sometido a una creciente incertidumbre y corre el riesgo de encaminarse a una crisis de gobernabilidad. Más grave inclusive, puesto que la judicialización de la política está socavando la arquitectura político/institucional del Estado plurinacional. Hay tiempo para detener esta erosión, pero no sabemos si existe capacidad, lucidez e interés en los actores estratégicos de la política.

Fernando Mayorga es sociólogo. 

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Sobre el nacionalismo revolucionario

/ 24 de marzo de 2024 / 01:40

Hace meses, Alfredo Ballerstaedt me dijo que debería publicar otra vez mi primer libro, que data de 1985, pero acompañado de otros ensayos que fui escribiendo sobre ese tema en el paso del tiempo. Por su culpa acaba de salir mi libro El discurso del nacionalismo revolucionario en Bolivia y otros ensayos. Cuento algunas cosas al respecto.

A principios de los años 80 estudiaba sociología en México, en la UNAM. El marxismo era la teoría predominante, por suerte en las versiones de Gramcsi y la Escuela de Frankfurt, pero también descubrí a Foucault y Barthes. Esa época, México albergaba al exilio y el debate político era intenso en las filas de una generación de intelectuales latinoamericanistas, de izquierda y humanistas, sensibles a la literatura, la pintura y la música. Tenía 20 años cuando asistí a una mesa redonda entre Ernesto Laclau, Emilio de Ípola, José Nun y Carlos Pereira. Ahí tuve una epifanía porque decidí que mi tesis versaría sobre ideología, política, nacionalismo y temas afines. El giro lingüístico y el análisis del discurso empezaban a influir en varias disciplinas y de manera intuitiva adopté algunas de sus premisas, aunque —y para siempre— con una dosis de eclecticismo y paranoia crítica.

Esa revelación se enlazaba con mi interés por el pensamiento de Carlos Montenegro, cuya obra encontré en mis lecturas juveniles sobre la Revolución de 1952. A fines de 1983, defendí mi tesis de licenciatura y, de manera casual, la primera persona que la tuvo entre manos fue René Zavaleta por un encuentro imprevisto. Había terminado de escribirla en la víspera y le entregué advirtiéndole que era un estudio sobre Nacionalismo y coloniaje de Carlos Montenegro, sabiend0 que también era su ídolo. Al rato, le pregunté su opinión y me dijo con los dientes chirriando: “los títulos están bonitos”.

Regresé a Cochabamba para refugiarme durante 40 años en la Universidad Mayor de San Simón con una vocación suicida de la que nunca me arrepiento. La tesis se convirtió en mi primer libro, publicado en 1985 con un título sugerido por Luis H. Antezana que, además, escribió el prólogo. Desde entonces, con Cachín no hemos parado de conversar sobre pensamiento político boliviano, fútbol, música y literatura. Ese texto es parte de la primera parte de mi libro junto con ensayos sobre Carlos Montenegro, Sergio Almaraz y René Zavaleta.

A fines de los años 90 volví a México para hacer un doctorado en Ciencia Política en FLACSO. Entonces estaban en boga temas como gobernabilidad democrática y sociedad civil y enfoques como neoinstitucionalismo y elección racional, pero seguí transitando los meandros del análisis político con énfasis en lo discursivo, simbólico e identitario. Mi interés estaba enfocado en Condepa y UCS y decidí hacer mi tesis sobre esos partidos con base popular y líderes peculiares que tuvieron un fin trágico: Carlos Palenque y Max Fernández. La defendí, en agosto de 2000, con el título Neopopulismo y democracia en Bolivia. Compadres y padrinos en la política. Precisamente, un ensayo derivado de esa tesis doctoral inicia la segunda parte de mi libro que incluye textos que abordan la fase política iniciada en diciembre de 2005 con la primera victoria del MAS-IPSP y caracterizada por la construcción del Estado plurinacional y la democracia intercultural como aspectos cruciales de un proceso que implica cambio y continuidad respecto al discurso del nacionalismo revolucionario.

Así, este libro es un compendio, pero también una memoria.

 Fernando Mayorga es sociólogo.

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Confuso y denso

/ 10 de marzo de 2024 / 00:43

Es un tiempo denso y confuso. Estamos padeciendo la judicialización de la política y, para empeorar las cosas, la política está sometida a la racionalidad instrumental y a una escenificación grotesca (diputados/as en modo kachaskán). Las tres fuerzas parlamentarias están divididas y las disputas por la candidatura presidencial ahondan esas fracturas. Y como la deliberación para establecer acuerdos o consensos es una moneda muy escasa (like a dollar), los actores estratégicos utilizan otros recursos (Maquiavelo again) para, supuestamente, obtener ventaja y vencer. Así, estatuto y congreso son los temas y terrenos de batalla en ese artefacto en disputa que se denomina MAS-IPSP para después —si se resuelve ese entuerto— encarar las elecciones primarias. Sobre las primarias, un vocal electoral, un ministro y, después, tres jefes de fuerzas de oposición dijeron que sean abiertas, además de simultáneas y obligatorias, es decir, que no solamente debe votar la militancia (que no tienen) sino la ciudadanía en general. ¿Una estratagema para dirimir la disputa interna en el partido de gobierno y para definir una candidatura única en el campo opositor? Dizqué. Pero así estamos, entre astucia de tahúr y talento de Houdini.

Mucha tela para cortar pero me circunscribiré al MAS-IPSP. Y si me cito no es por egolatría ni pulsión cochabambina, sino porque hice un par de investigaciones al respecto y me interesa recuperar algunas ideas que apuntan en dirección opuesta a esta devaluación de la política.

A fines de 2022, presenté mi libro Resistir y retornar. Avatares del proceso decisional en el MASIPSP (2019-2021) con el apoyo de la FES (https://dev-qa.la-razon.com//library. fes.de/pdf-files/bueros/bolivien/19716.pdf). Ese libro termina con un posfacio donde se plantea una propuesta para evitar (entonces) los entuertos en el partido más grande del país. Y dice así:

“… es evidente que el MAS-IPSP debe encarar una reforma intelectual y moral, así como un debate ideológico y programático. Sin embargo, estos procesos deben llevarse a cabo bajo condiciones apropiadas para la deliberación democrática y una condición básica es que la racionalidad instrumental — en la cual, el poder es el elemento dominante— no defina las relaciones entre sus actores estratégicos ni sus áreas organizativas. Para que eso ocurra no existe otro camino que el desistimiento a la candidatura presidencial por parte de Evo Morales, Luis Arce y David Choquehuanca. Esas decisiones permitirían establecer un escenario apropiado y un tiempo prudente para el desarrollo de un debate con la mirada puesta en el futuro y con la participación de nuevos protagonistas, con algunas y algunos militantes que demostraron su capacidad en diversas circunstancias y ámbitos, como Andrónico Rodríguez, Adriana Salvatierra, Gabriela Montaño, Diego Pary y Eva Copa —cuya expulsión debe ser reconsiderada— y otros y otras cuyo liderazgo puede manifestarse en un espacio de deliberación democrática. Ese debate debe combinar el balance del proceso de transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales en el país con los aportes de los partidos y gobiernos del nuevo ciclo progresista en la región que articulan demandas y propuestas vinculadas con el ambientalismo, el feminismo y lo informacional, tienen una adscripción plena con la democracia porque no dependen de liderazgos carismáticos y establecen una relación horizontal con movimientos sociales y colectivos ciudadanos”. Sigo pensando que es una vía para resolver los problemas de modo virtuoso —vale para todos los partidos— y para que la política retorne al centro del proceso histórico y proporcione sentido al devenir.

 Fernando Mayorga es sociólogo.

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Alasitas plurinacional

/ 28 de enero de 2024 / 00:18

En el transcurso de la semana pasada se celebraron 15 años de la fundación del Estado plurinacional y, por enésima vez, se inauguró la festividad de Alasitas en Chuquiago Marka/Registrada. ¿Cuál es el motivo para que este columnista relacione ambos acontecimientos? Simplemente porque nada es casual en la vida ni en la muerte/suerte sin blanca. Invoco la figura del hombrecito con sombrero y bigote en estos días de crisis judicial, bloqueos de carreteras y una reyerta discursiva en las filas del partido de gobierno que condujo el proceso constituyente que parió, precisamente, la Constitución Política del Estado —Plurinacional— en 2009. También, y sobre todo, porque casi todos los actores estratégicos de la política, tanto en las filas del oficialismo y de la oposición, han perdido la talla, están chiquitos.

El aniversario en cuestión tiene que ver con la edificación de un modelo estatal que tiene varias novedades institucionales como el reconocimiento de derechos colectivos de los pueblos indígenas y de las naciones originarias, y la vigencia de la democracia intercultural, con la adopción del pluralismo en varias esferas y las autonomías territoriales en el nivel subnacional. Su avance es paulatino y enfrenta muchas barreras, por eso, en algunos libros hablé de la “construcción minimalista del Estado plurinacional”. Sigue y seguirá siendo así porque es un reto materializar sus principios en instituciones y políticas públicas, y también es un desafío consolidarlos en las ideas y creencias de la sociedad. Me refiero, por ejemplo y sobre todo, a la descolonización y a la despatriarcalización, metas que no pueden ser comprendidas por personajes bizarros como un expresidente (por sucesión constitucional, no por votación) que acostumbra escribir en rima pero k’aima y hace chistes opas, esta vez se refirió al “cumpleañero quinceañero”; o como otro expresidente (elegido por el parlamento puesto que salió tercero en las urnas con 18% de votos) que esgrime esa curiosa idea de “volver a la república” como si ésta hubiera desaparecido en el Estado plurinacional.

La festividad de Alasitas no es un invento del Papirri, también conocido como Manuel Monroy Chazarreta, aunque merece serlo. Es la fiesta de la abundancia en miniatura, el deseo de Vivir Bien por obra y gracia del Ekeko, un amuleto del don, de un intercambio sin condiciones, excepto el cumplimiento de unos ritos aplicados con k’oa, cerveza y tabaco para que se cumplan ciertos pedidos: morlacos en Bs y $us, maletas para viajes, certificados de estudios y hasta maridos gallitos. Es una fiesta muy propiamente andina pero siempre abierta a los intercambios comerciales en modo globalización, por eso, ahora, las miniaturas artesanales, las figuras religiosas y los ekekos se mezclan con dragones, sapos y elefantes made-in-China en una suerte de orientalización de las ofrendas. Es lo pluri(inter)nacional. Así funcionan las cosas. Por mi parte, compré 11 jugadores de plomo y ch’allé mi banderita celeste, puesto que Aurora jugará en la Copa Libertadores de América y tiene que tener suerte, esa ñata esquiva. También busqué figuritas de actores/as políticos/as para que fortalezcan los cimientos del Estado plurinacional, pero no tuve suerte. Entonces, le pedí a mi Ekeko que nos ayude a auscultar en los meandros de la política, en los caminos de la vida y en los misterios del corazón puesto que, como susurra Dante Uzquiano mientras suena la guitarra del Grillo Villegas: lo que fue, lo que es, lo que será. Porque, como sentenció René Zavaleta: Bolivia será india o no será. Es decir, plurinacional. Como las Alasitas.

Fernando Mayorga es sociólogo. 

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