Arce, Áñez ¿y nosotros?
Pretender establecer quién hizo más contra el COVID-19 —aún a sabiendas de quién sí— es un falso debate. Jeanine Áñez enfrentó la pandemia cuando apenas comenzaba su gobierno y Luis Arce, casi en el mismo tiempo que su predecesora. Y ambos lo hicieron/hacen a su modo, con distintas ilegitimidades/legitimidades.
Al mes de jurar a sus funciones, el rebrote de los contagios ocupó al gobierno del MAS, en coincidencia con las políticas iniciales para el impulso de la recuperación económica. Pero en el imaginario popular se ha formado la idea de que Arce no hacía nada por contenerlo.
Su antecesora tuvo su impronta: el discurso de “14 años” de abandono del sistema de salud, los spots para cualquier acto, el bullado nombramiento del “Embajador de Ciencia y Tecnología”, la militarización de las calles, la persecución de los infractores a cargo del despacho del inolvidable Arturo Murillo, la candidatura y la campaña frustradas en plena pandemia, las compras irregulares, la inutilidad de los millonarios 170 respiradores españoles, los frustrados decretos contra la libertad de expresión, la caída de los ministros de Salud, las escasas pruebas de detección de casos, la intervención de los servicios departamentales de salud, los subregistros y, lo rescatable, el desplazamiento de los ministros en distintas tareas en el país, aunque con matices de matón como el que caracterizó a Iván Arias, quien retaba en los pueblos a comunarios que se aglomeraban o no guardaban distancia, u obligaba a parejas de novios a soltarse las manos.
En cambio, Arce, que suele evocar los “oscuros 11 meses” del “gobierno de facto” en una presunta mala gestión de la emergencia o la puesta en bancarrota de la economía, parecía gestionar la emergencia con cierta discreción, pero terminó politizando, por ejemplo, la distribución de las vacunas Sputnik V en cada región del país. Al final, está caracterizándose por la masiva detección de contagios a través de pruebas antígeno nasales o PCR, o la provisión de 15,2 millones de vacunas, que por ahora son solo un lote de 20.000 dosis.
En medio de esos estilos de gestión, cada quien pretende relievar su gestión de la emergencia; Áñez dice que su gobierno tramitó las vacunas Pfizer a través del mecanismo Covax y Arce la desahucia diciendo que aquella no hizo nada más que presentar unas cartas sin haber terminado el trámite, que por eso está rezagada la llegada de las dosis.
Mientras, una población desesperada por los contagios, la letalidad y la pérdida de los suyos, los amigos, compañeros o conocidos a causa del COVID-19, culpando a Áñez o Arce de inacción ante la crisis sanitaria. Presionando por una cuarentena rígida, pero haciendo lo imposible para vivir en “normalidad”.
¿Qué responsabilidad tenemos los ciudadanos de a pie? ¡Toda la responsabilidad!
Falta el aporte ciudadano en esta batalla; la gente parece vivir esta crisis con la normalidad de antes de marzo de 2020, cuando irrumpieron en el país los primeros casos de contagio: salidas callejeras, comidas en restaurantes, paseos, viajes, fiestas, matrimonios, discotecas…
A eso hay que agregarle la indisciplina con las medidas de bioseguridad, la inutilización de los barbijos o la falta de higiene.
Cierto, no todos pueden quedarse en casa; muchos tienen la necesidad de trabajar o ganarse el pan de todos los días a pesar del riesgo que implica salir a las calles. Pero quienes tienen posibilidades, no lo hacen, pero están tan prestos de responsabilizar de la crisis a Áñez o Arce, abstrayéndose de la suya.
Haríamos mucho en cumplir básicamente las medidas de seguridad, salir lo necesario y desmitificar la inexistencia del mal; ayudaríamos a quienes, como el personal de salud, sí está luchando por la vida de terceros y ajenos. La culpa no solo la tienen Áñez o Arce, si quieren, sino también nosotros, ¡así de real!
Rubén Atahuichi es periodista.