Tiempos chabacanos
Las redes sociales estallaron a raíz de una canción que una servidora pública compuso y cantó rodeada de un grupo de cuerdas de la Orquesta Sinfónica Nacional. Las críticas no tuvieron contemplaciones y se pueden resumir en: Uno, por su dudosa calidad interpretativa y compositiva. Dos, por evidencias de un posible plagio. Tres, el uso indebido de bienes públicos. Cuatro, por su sensiblería patriótica.
El punto uno amerita comentarios. Lo nacional popular, que políticamente viene desde mediados del siglo XX, tiene el correlato artístico de lo chabacano que, en estos tiempos de reversiones culturales, está lejos del mestizaje cultivado que se promovió en sus comienzos. El momento presente es el reino de lo chabacano (reggaetón, televisión nacional, cholets, e infinidad de comportamientos kitsch). Estamos en las fases iniciales de una era donde, en arte y cultura, todo es permitido aunque no nos guste. Vivimos los tiempos de la democracia morbosa, de la posverdad política, y del cinismo artístico porque hace décadas se revirtió la ecuación platónica de belleza=verdad por belleza=bizarro; y, como dijo un viejo político, ahora “debes tragarte sapos”. Por todo ello, me parece inocente e hipócrita criticar, desde “un gusto y una estética exquisita”, una audacia más de un medio artístico que está enfangado de las culturas nuestras y ajenas. Somos ya una sociedad plena de expresiones frívolas que dejaron atrás la “alta cultura y las expresiones exquisitas del alma”. La muestra palpable de todo ello es nuestra ciudad que, tanto física como socialmente, involucionó hacia dimensiones extravagantes. Y no hay vuelta atrás, es un condición milenarista que sucede aquí y acullá. En términos de estética contemporánea, ahora prima lo corpóreo sobre lo “racionalmente correcto” y “pulcramente creado”; valga un ejemplo: el grupo Mujeres Creando realiza performances políticas que son glorificadas allende las fronteras.
El punto dos es relativo. Hasta George Harrison fue culpado de plagio y con muestras evidentes de ello.
El punto tres es una tradición vergonzosa. En las esferas del poder se cree que para “servir a la Patria” no hay que escatimar esfuerzos y se usurpan bienes estatales desde los albores republicanos.
El punto cuatro es para destacar. Los egresados DAEN tienen un amor desenfrenado por esa entelequia llamada Patria. Y esa formación académica se vio claramente representada en el escenario. Solo faltó el tronar de cañones y unos Colorados de Bolivia irrumpiendo en el escenario para un épico final. Hubiera sido la obra maestra del teatro surrealista que proclamó el afamado Fernando Arrabal.
Carlos Villagómez es arquitecto.