La ciudad desde la cultura
La ciudad es la obra cultural más importante de la humanidad; en ella se condensan los múltiples acuerdos y desacuerdos del ingenio humano. En Bolivia más del 75% de la población vive ahora en ciudades y con proyecciones que ensombrecen la relación campo-ciudad y el equilibrio medioambiental. Sin embargo, y paradójicamente, en esa concentración creciente florecen expresiones culturales de todo tipo fusionando influencias del campo con las del planeta. Así construimos un tejido cultural que evoluciona según las pulsiones sociales y el signo de los tiempos.
Si consideramos cultura en su sentido amplio (sin segregar alta y baja cultura del siglo pasado), todo es cultura en esta ciudad: desde la vendedora en las calles hasta el show político en la tele y los memes, desde la música de las Flaviadas hasta el imponente Gran Poder, desde el cholet del norte hasta el edificio wannabe Dubai de la zona Sur, incluso tu forma de vestir y expresarte. Las paceñas y los paceños, nativos o migrantes, indios o k’aras, hemos construido en más de cinco siglos este tejido cultural con una movilidad social intensa y enrevesada como pocas. Resultado: una ciudad bizarra.
Contra la opinión generalizada del gremio urbanístico pienso que, en ciudades como la nuestra, el factor cultural es más importante que el económico o el físico. Material y económicamente nuestros logros son pueblerinos, pero, culturalmente hablando, tenemos un laboratorio de expresiones colectivas extravagantes en un maremágnum exacerbado. Según la escolástica urbanística eso está mal; pero, ¿por qué no aprovechar esos “atributos” para formular planes apropiados para nuestro desarrollo urbano? ¿Por qué no superar el espíritu dependiente del urbanismo local que copia modelos de Chicago o del suizo Le Corbusier? ¿Por qué no pensar en un desarrollo urbano adecuado con, por ejemplo, industrias culturales y creativas? (Sobre el tema analizaremos en otra entrega las nuevas ideas de personas e instituciones).
El urbanismo actual se basa en datos, supuestamente fiables, para proyectar una planificación “seria y sesuda”. Para desconfiar de la planificación que no considera la dimensión cultural va un dato histórico. La Paz contrató en 1978 a consultoras francesas para el “Plan de desarrollo urbano integral”. Costó un dineral. Y lo que planificaron los urbanistas franceses no sirvió ni para el día siguiente. Solo queda el estudio geotécnico que nos recuerda siempre que 70% del suelo no sirve para construir. A pesar de ello, en suelos altamente inestables, construimos tozudamente nuestra más grande obra cultural.
Carlos Villagómez es arquitecto.