Buena suerte y política económica
Aunque no existe un análisis del papel de suerte y el resultado de la economía, generalmente se tiende a exagerar al calificar el desempeño de una política económica como producto de la buena suerte.
En la antigüedad, los gobernantes consultaban antes de declarar o iniciar una guerra con el oráculo de Delfos, cuyos sacerdotes y sacerdotisas en un lenguaje entreverado emitían ciertas profecías. Lo mismo sucede en los tiempos actuales, cuando los gobernantes entes de formular y ejecutar sus programas consultan a los economistas, los cuales con un lenguaje confuso, pero apoyado en modelos econométricos, profetizan lo que pasará con la economía mundial o la economía de un país, o el precio de los commodities.
La economía está muy relacionada con la astrología cuando hace un uso y abuso de proyecciones y pronósticos que no incluyen la salvedad o advertencia, de las novelas de ficción, cuando dicen que son basadas en hechos reales o que cualquier similitud o semejanza con la realidad es mera coincidencia.
Un trabajo seminal y serio es el de Roberto Zahler, quien fue presidente del Banco Central de Chile, que para analizar el éxito del modelo neoliberal chileno hasta 2000, lo relacionó con tres aspectos o variables explicativas: el cambio político, buenas políticas y la buena suerte en el sector externo.
Y si uno analiza el caso boliviano, entre 2006 y 2019, como lo hago en mi libro Neoliberalismo vs Neopopulismo en edición digital, también encuentra que su performance no solo está relacionado con la buena suerte del sector externo sino también está vinculado a la nacionalización-estatización de los hidrocarburos, que fue la contrarreforma o cambio estructural respecto al modelo neoliberal de 1985-2005, a un adecuado manejo de la política monetaria y fiscal y también al boom de precios de los commodities y especialmente del gas natural hasta 2014.
Si solo tomamos la buena suerte, la pregunta es qué hubiera pasado en la economía boliviana si no hubiera existido el cambio estructural que subió la contribución del sector hidrocarburos de un 18% a un 50% hasta aproximarse a un 70% en la época de bonanza. El llamado government take o la parte que toma de la explotación y exploración de hidrocarburos el Gobierno, hubiera quedado reducido a aproximadamente un tercio.
Los expertos habrían dicho, pero si existía el Surtax en el modelo neoliberal. En efecto, en materia de tributación a la minería e hidrocarburos en el artículo 51 de la Ley 843 (incorporado por la Ley 1731 de 25/11/96), se estableció una alícuota adicional del 25% a las utilidades extraordinarias por actividades extractivas de recursos naturales no renovables, denominado Surtax. La base imponible era la misma para el Impuesto a las Utilidades (IUE), es decir la utilidad neta; sin embargo, se permitía deducir una serie de conceptos de tal manera que no fue aplicado a las empresas mineras, puesto que las deducciones superaron el monto de las utilidades obtenidas y solo fue pagado extraordinariamente por algunas empresas del sector de hidrocarburos. El Surtax fue creado para compensar la disminución de ingresos fiscales como resultado de la capitalización de YPFB; sin embargo, no generó ingresos debido a que iba a ser cobrado cuando los campos petroleros entren en “plena” capacidad productiva, pero no se señalaba el porcentaje o volumen. Se rumoreaba que el costo de la consultoría del economista que hizo el estudio sobre el Surtax fue mayor que la recaudación obtenida, aunque otros insisten en que había que haber esperado en época del boom en lugar de nacionalizar los hidrocarburos, es decir en la buena suerte del Surtax.
Lo que quiere decir que la buena suerte por sí sola no contribuye mucho si no va acompañada de buenas políticas o por cambios o arreglos institucionales que permitan una mejor captación del excedente económico.
Asimismo, lo que pareció un alineamiento de los astros en los tiempos de Evo Morales duró exactamente hasta 2011 en la minería y 2014 en hidrocarburos, y parece que la suerte se repite y que un nuevo alineamiento astrológico se está dando, puesto que en 2021 se vive una especie de mini boom de los precios de los minerales y de los hidrocarburos.
Pero en lugar de la complacencia, debería permitirnos reflexionar sobre un mejor uso de los recursos fiscales asociados a la renta petrolera y que habría que evaluar la contribución fiscal del sector minero, especialmente de los cooperativistas mineros del oro, primer producto de exportación. El cuento de que los inversionistas se irían a Perú y Chile parece que ya no es muy válido, dada la tendencia hacia la recuperación de la renta de los recursos naturales no renovables en los países vecinos. El único problema sería un paro opositor contra una buena política, eso sí sería mala suerte.
Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista.