El eterno suicidio del centro
Ser centrista en Bolivia parecería ser, desde hace mucho, un sinónimo de masoquismo por la increíble capacidad de esas fuerzas para no aprender de sus errores y seguir golpeándose contra la pared con un entusiasmo que merecería mejores causas. Quizás el fondo de ese padecimiento no tenga tanto que ver con la imposibilidad de encontrar el “justo medio” en un contexto tan polarizado, sino por su dificultad para levantar la cabeza en medio del barullo de los exaltados.
A esta altura del partido, la verdad ya no sabemos qué es más lamentable: la enésima vez en la que las supuestas fuerzas “centristas” acaban de escoltas del extremismo más rudimentario o su ya habitual intrascendencia incluso en el ingrato papel de ayayeros de los vociferantes.
Como en la genial película del Día de la marmota, esa en la que Bill Murray estaba condenado a repetir el mismo pinche día ad eternum, Comunidad Ciudadana y otras expresiones del “centro político” opositor parecen atrapadas en un bucle temporal de sometimiento acrítico a la iniciativa y narrativa política que inventan Luis Fernando Camacho y el comiteísmo cívico en sus versiones más rancias. Es tal el aturdimiento, que a sus liderazgos no les ha quedado otra, por ejemplo, que hacer mutis por el foro, dado que en boca cerrada no entran moscas, ante las expresiones racistas y la poco entendible e impopular lógica de enfrentamiento que se está azuzando desde esos extremos.
En política, el peor error es perder el control de los tiempos y de la agenda, que es lo que viene haciendo sistemáticamente ese centrismo desde octubre de 2019. Cuando uno se resigna a seguir la corriente y no ser el protagonista de los hechos, lo cual implica asumir quizás rupturas y construir una identidad política novedosa, está difícil convencer a los electores y a los ciudadanos de que se podría conducirlos a un buen puerto.
Ergo, la debacle electoral de Mesa en 2020 no tiene, para mí, tanto que ver con sus erradas decisiones tácticas, que las hubo, por cierto, sino con su gran equivocación estratégica consistente en no diferenciarse a tiempo de la extrema derecha, no solo de la que gobernaba por la fuerza el país desde noviembre 2019 sino de la que se camuflaba hábilmente detrás del regionalismo exacerbado.
Parece que a nuestros falsos verdaderos tibios aún no se les apareció su Andie MacDowell, la musa que salvó a Murray de su maldición en la película, esa fuerza vital que les permita entender sus fallos, ver más allá de sus limitaciones y egos, que los anime a perfeccionarse con paciencia, para hacer mejor política, de manera que un día se despierten en otro escenario.
Estoy severo, lo sé, pero irrita la falta de imaginación, no porque sea centrista, sino porque esas fuerzas son necesarias para equilibrar el juego político nacional y viabilizar salidas democráticas a los frecuentes impasses en los que adoramos encerrarnos.
Pero, seamos sinceros, tampoco está fácil retomar la iniciativa, sobre todo si se cree que el fondo de todos los problemas nacionales sigue siendo el odio o el amor por el MAS y Evo. Asumamos que, puestas las cosas de esa manera, no es muy plausible ser equidistante en esa ecuación: medio amar y medio odiar a los azules, suena raro.
Luego, quizás lo inexplorado hasta ahora es más bien un intento de superar dialécticamente esa contradicción, es decir de pensar en las angustias y problemas de los bolivianos más allá de la sombra del gigante azul, en cambiar la cancha misma del juego. En ser consistente y apasionado en defender y promover un debate sobre otras cuestiones, más constructivas y generosas, esas que realmente tienen que ver con los viejos y nuevos problemas concretos de las mayorías.
Conste que esta recomendación no es únicamente para nuestros sufridos centristas, sino incluso para las fuerzas de los polos. Sospecho que estamos alentando, al ritmo del creciente fastidio social frente a una política que produce demasiados espectáculos artificiales y sin encanto, demandas por otra cosa, por algo que supere el estancamiento y las viejas ideas y peleas que paralizan al país desde hace cuatro años. El primero que se anime a trascender la polarización simplona con pasión e inteligencia será posiblemente el dueño del nuevo momento. Al tiempo.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.