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Friday 26 Apr 2024 | Actualizado a 04:00 AM

Titanes de la tecnología, aburridos

/ 2 de diciembre de 2021 / 01:12

En 2015, cuando Jack Dorsey se reincorporó a Twitter como su director ejecutivo interino, alabó la aplicación con un fervor casi religioso, llamándola “lo más parecido a una conciencia global”. Sin embargo, el lunes, Dorsey abandonó el púlpito. Dimitió, diciendo en un correo electrónico a los empleados de Twitter que creía que la empresa debía “valerse por sí misma, libre de la influencia o dirección de su fundador”.

En cierto modo, la salida de Dorsey está lejos de ser sorprendente. Se ha enfrentado durante más de un año a la presión del inversor activista Elliot Management para impulsar el crecimiento de Twitter y mejorar sus resultados financieros. También ha estado dirigiendo Square, la empresa de servicios financieros de rápido crecimiento que cofundó, y siempre pareció que en algún momento decidiría que un puesto de director ejecutivo era suficiente.

No obstante, a Dorsey y a algunos de sus compañeros magnates de la tecnología les pasa algo más. Parece que están aburridos e inquietos con sus trabajos y están saliendo en busca de aventuras.

El afán viajero de Jeff Bezos lo llevó a abandonar Amazon este año y a cumplir su fantasía de la infancia de ir al espacio. Los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, dejaron su puesto en 2019 y desde entonces invierten en proyectos futuristas como aeronaves y taxis voladores. Mark Zuckerberg sigue dirigiendo Facebook, pero ahora se llama Meta, y el gran eje del metaverso de la compañía parece estar diseñado en parte para infundir algo de novedad y emoción de nuevo en una cultura de gran empresa estancada.

Como escribió Peter Kafka de Recode a principios de este año, la gran oleada de salidas de ejecutivos de tecnología de este año refleja en parte el hecho de que los mayores gigantes de Silicon Valley son tan grandes y rentables que ya no necesitan fundadores visionarios al mando, sino solo gestores competentes que puedan mantener las máquinas de imprimir dinero en funcionamiento y evitar cualquier error catastrófico.

Pero también es un indicio de lo poco que parecen divertirse los titanes de la tecnología. Los fundadores de los principales gigantes tecnológicos de hoy se están cansando de gestionar sus imperios, cada vez más agobiados por la controversia política y los problemas difíciles de solucionar, como la desinformación y el discurso de odio. No ven una salida fácil y les entusiasma más construir cosas nuevas que arreglar las antiguas. Así que están entregando esos imperios a otros y partiendo en busca de nuevas fronteras.

Parece obvio cuál será la próxima frontera de Dorsey. Está obsesionado con el bitcóin (es lo único que aparece en su biografía de Twitter) y habla de la criptomoneda y la web descentralizada con el tipo de celo que alguna vez utilizó para describir Twitter.

Dorsey, cuya oracular barba y extravagantes rutinas de bienestar lo han transformado en una especie de figura de culto en Silicon Valley, se ha convertido en un criptoinfluente en los últimos meses. Los fanes del bitcóin aplaudieron su renuncia el lunes, asumiendo que pasaría su nuevo tiempo libre defendiendo su causa.

Actualmente, dirigir una empresa gigante de redes sociales es, por lo que parece, una tarea bastante miserable. Claro, eres rico y famoso, pero te pasas el día gestionando una burocracia hinchada y siendo culpado del deterioro de la sociedad. En lugar de innovar, te sientas en aburridas reuniones y vuelas a Washington para que los políticos te griten. Los chicos geniales ya no quieren trabajar para ti —están ocupados intercambiando los TNF (tokens no fungibles) y construyendo aplicaciones DeFi en web3— y los reguladores te respiran en la nuca.

En muchos sentidos, el panorama actual de las criptomonedas ha heredado el espíritu suelto y libre de las primeras empresas de redes sociales. Las empresas emergentes de criptomonedas están recaudando toneladas de dinero, atrayendo enormes cantidades de publicidad y partiendo en misiones que suenan utópicas para cambiar el mundo. El universo de las criptomonedas está lleno de genios extraños con pedigríes inusuales y un gran apetito de riesgo, y web3 —una visión de una internet descentralizada construida en torno a las cadenas de bloques— contiene muchos de los tipos de problemas técnicos complejos que los ingenieros adoran resolver. Estos factores, más las enormes sumas de dinero que fluyen hacia las criptomonedas, las han convertido en un tentador lugar de aterrizaje para los empleados tecnológicos agotados que buscan recuperar su optimismo juvenil, y quizás también para los directores ejecutivos.

Una interpretación cínica de lo que está sucediendo con Dorsey y sus compañeros es que simplemente están tratando de evadir la responsabilidad: lanzándose al espacio y haciendo tonterías en cripto mientras otras personas limpian los desórdenes que hicieron en sus antiguos trabajos.

Sin embargo, hay que saber cuándo pasar la antorcha. Y después de ver lo que es acabar en el centro del poder, es difícil culpar a Dorsey por querer descentralizar el internet, empezando por él mismo.

Kevin Roose es columnista de The New York Times.

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Lo que no sabemos de la inteligencia artificial y por qué debería preocuparnos

Parte del problema es que las empresas de inteligencia artificial en esencia califican su propia tarea

Kevin Roose

/ 21 de abril de 2024 / 19:43

Hay un problema con las principales herramientas de inteligencia artificial, como ChatGPT, Gemini y Claude: en realidad, no sabemos cuán preparadas están.

Esto se debe a que, a diferencia de las empresas que fabrican automóviles, medicamentos o fórmulas infantiles, las empresas de inteligencia artificial no están obligadas a someter sus productos a pruebas antes de lanzarlos al público. No existe un sello de calidad para los chatbots de inteligencia artificial y son pocos los grupos independientes que someten a estas herramientas a ensayos rigurosos.

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En cambio, nos queda confiar en las afirmaciones de las empresas de inteligencia artificial, las cuales a menudo utilizan frases vagas y confusas como “capacidades mejoradas” para describir en qué se diferencian sus modelos de una versión a otra. Y, aunque hay algunas pruebas estándar para evaluar la capacidad de los modelos de inteligencia artificial, digamos razonamiento matemático o lógico, muchos expertos dudan de la confiabilidad real de esas pruebas.

Esto puede sonar como una queja insignificante. No obstante, estoy convencido de que la falta de una buena medida y evaluación de los sistemas de inteligencia artificial es un problema importante.

Para empezar, sin información confiable sobre los productos de inteligencia artificial, ¿cómo se supone que la gente va a saber qué hacer con ellos?

No puedo contar la cantidad de veces que en el último año un amigo o un colega me preguntó qué herramienta de inteligencia artificial debía utilizar para una tarea determinada. ¿Cuál escribe mejor el código Python, ChatGPT o Gemini? ¿Es mejor DALL-E 3 o Midjourney para generar imágenes realistas de personas?

No queda más que encoger los hombros en respuesta. Incluso para alguien que se gana la vida escribiendo sobre inteligencia artificial y que prueba nuevas herramientas todo el tiempo, me desquicia lo difícil de seguir el ritmo de las fortalezas y debilidades relativas de los distintos productos que aparecen. La mayoría de las empresas tecnológicas no publican manuales de usuario, comunicados ni detalles sobre sus productos de inteligencia artificial. Además, los modelos se actualizan con tanta frecuencia que un chatbot que un día tiene dificultades para realizar una tarea, al día siguiente puede destacar misteriosamente en ella.

Las mediciones deficientes también crean un riesgo para la seguridad. Sin mejores pruebas para los modelos de inteligencia artificial, es difícil saber qué capacidades están mejorando más rápido de lo esperado o qué productos podrían presentar amenazas reales de peligro.

En el Índice de Inteligencia Artificial de este año —un gran informe anual que elabora el Instituto de Inteligencia Artificial Centrada en el Ser Humano, de la Universidad de Stanford—, los autores describen las mediciones deficientes como uno de los principales desafíos que enfrentan los investigadores de inteligencia artificial.

“La falta de una evaluación estandarizada dificulta una enormidad la comparación sistemática de las limitaciones y riesgos de varios modelos de inteligencia artificial”, me comentó Nestor Maslej, editor jefe del informe.

Una de las pruebas actuales más comunes que realizan los modelos de inteligencia artificial, casi el equivalente del examen para ingresar a la universidad de los chatbots, es una prueba conocida como Massive Multitask Language Understanding (MMLU).

La MMLU, lanzada en 2020, consiste en una colección de unas 16.000 preguntas de opción múltiple que cubren decenas de temas académicos, que van desde el álgebra abstracta hasta el derecho y la medicina. Se supone que es una especie de examen de inteligencia general: mientras más de estas preguntas responden de manera correcta un chatbot, más inteligente es.

Se ha vuelto el criterio de referencia para las empresas de inteligencia artificial que compiten por el dominio. (A principios de este año, cuando Google lanzó su modelo de inteligencia artificial más avanzada, Gemini Ultra, la compañía presumió de haber obtenido un 90% en la MMLU, la puntuación más alta que se haya registrado).

Dan Hendrycks, un investigador en seguridad de la inteligencia artificial que ayudó a desarrollar la MMLU cuando estudiaba su posgrado en la Universidad de California, campus Berkeley, me contó que nunca se pensó que la prueba se usara para presumir. Le alarmaba la rapidez con la que mejoraban los sistemas de inteligencia artificial y quería animar a los investigadores a tomarlo más en serio.

Hendrycks señaló que, aunque pensaba que la MMLU “pueda tener uno o dos años más de vida útil”, pronto la tendrán que remplazar pruebas distintas y más difíciles. Los sistemas de inteligencia artificial se están volviendo demasiado inteligentes para las pruebas que tenemos ahora y cada vez es más difícil diseñar nuevos.

También puede haber problemas con las mismas pruebas. Varios investigadores con los que hablé advirtieron que el proceso de administrar pruebas de referencia como la MMLU varía un poco de una empresa a otra y que las evaluaciones de varios modelos podrían no ser directamente comparables.

Hay un problema conocido como “contaminación de datos”, cuando las preguntas y respuestas de las pruebas de referencia se incluyen en los datos de entrenamiento de un modelo de inteligencia artificial, lo que en esencia le permite hacer trampa. Además, estos modelos no se someten a pruebas o auditorías independientes, es decir que las empresas de inteligencia artificial en esencia califican su propia tarea.

En resumen, la medición de la inteligencia artificial es un desastre: una maraña de pruebas descuidadas, comparaciones de manzanas con naranjas y publicidades voluntarias que han dejado en la oscuridad a los usuarios, reguladores y los propios desarrolladores de inteligencia artificial.

Es probable que la solución para esto sea una combinación de iniciativas públicas y privadas.

Los gobiernos pueden y deben idear programas de pruebas sólidas que midan tanto las capacidades brutas como los riesgos de seguridad de los modelos de inteligencia artificial y deben financiar subvenciones y proyectos de investigación destinados a idear nuevas evaluaciones de alta calidad.

(*) Kevin Roose es columnista de tecnología del New York Times

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Tres lecciones de la quiebra de Silicon Valley Bank

En economía, cualquier corrección que se haga, por sutil que sea, puede desencadenar consecuencias no previstas.

Kevin Roose

/ 19 de marzo de 2023 / 08:17

¿Qué nos puede enseñar el colapso de Silicon Valley Bank sobre la industria de la tecnología?

Por un lado, no mucho. Es cierto que SVB, como lo llamaban los expertos en el sector, era una institución de Silicon Valley, y que tenía como clientes a muchas de las empresas emergentes y firmas de inversión más conocidas de la industria de la tecnología. También es verdad que el fracaso del banco tendrá un efecto multiplicador en todo el sector tecnológico a corto plazo porque las empresas que tenían su dinero depositado ahí batallarán para retirar sus fondos y pagar sus nóminas.

Pero lo que contribuyó al derrumbe de Silicon Valley Bank no fueron los préstamos a empresas emergentes riesgosas, ni las apuestas por criptomonedas poco confiables, ni cualquier otro esquema tecnológico poco meditado. Fue un clásico pánico bancario (también conocido como corrida bancaria), detonado ya en 2021 por una serie de clásicas malas decisiones.

Ese año, el mercado de valores estaba en auge, las tasas de interés eran de casi cero y el dinero fluía en el sector tecnológico. Muchas empresas emergentes depositaron sus fondos en Silicon Valley Bank, y el banco, a su vez, tomó los fondos y los invirtió, entre otras cosas, en un montón de bonos a largo plazo. En ese entonces, esas inversiones parecían relativamente seguras, pero se volvieron más riesgosas el año pasado, cuando las tasas de interés ascendieron y los bonos perdieron parte de su valor. Este año, cuando la inversión en tecnología se desaceleró y las empresas emergentes buscaron retirar efectivo del banco para pagar sus gastos, Silicon Valley Bank se vio en la necesidad de vender algunos de sus bonos con pérdidas y buscar capital nuevo para cumplir sus obligaciones.

El banco podría haber sobrevivido a todo esto, pero cuando les explicó a sus clientes (de mala manera) lo que había ocurrido, a algunos les preocupó que el banco estuviera en problemas. Los inversionistas de capital de riesgo se espantaron y les dijeron a las empresas emergentes de su portafolio que retiraran todos los fondos que habían depositado en SVB. Otros clientes vieron eso y también se asustaron, ¡y listo! Pánico bancario.

Tal vez esa es la única moraleja de la historia de Silicon Valley Bank: si eres un banco y muchos de tus clientes son empresas emergentes tecnológicas cuya capacidad para financiarse fluctúa cuando las tasas de interés están al alza, no inviertas sus depósitos en bonos a largo plazo que perderán su valor si las tasas de interés se elevan. Pero creo que podemos aprender otras lecciones de esta situación.

La primera es que, aunque Silicon Valley Bank era pequeño, según los parámetros de Wall Street (hasta enero, era el decimosexto banco más grande del país, con alrededor de $us 200.000 millones en activos), ocupaba un lugar privilegiado en la comunidad tecnológica. Fundado en 1983, el banco gozaba de una reputación dorada dentro de Silicon Valley. Se le conocía por tomar riesgos con empresas emergentes que ningún otro banco estaba dispuesto a tomar. Cuando colapsó, varios fundadores de empresas emergentes contaron historias de cómo habían obtenido sus primeros préstamos empresariales o sus primeras tarjetas de crédito de Silicon Valley Bank. Algunos trabajadores del sector consiguieron las hipotecas de sus casas o los préstamos de sus autos con ese banco.

Relaciones como esas son valiosas, y lo más probable en este caso es que, en el futuro cercano, un banco grande de Wall Street adquiera Silicon Valley Bank en un concurso de acreedores. El banco grande asumirá los activos y pasivos de Silicon Valley Bank, compensará a sus depositantes y nadie sufrirá pérdidas catastróficas (excepto los accionistas de SVB).

En el mejor de los casos, se hará una transferencia rápida y ordenada de los activos y pasivos de Silicon Valley Bank a un nuevo banco. En el peor de los casos, o sea que no surja ningún comprador, los clientes del banco tendrán que esperar semanas o meses para acceder a sus fondos y todo el ecosistema de empresas emergentes colapsará porque muchas no podrán pagar su nómina, lo cual sería catastrófico.

Pero incluso si las consecuencias de la quiebra de Silicon Valley Bank se contienen, quedan muchas preguntas por responder. ¿Hay otros bancos vinculados a la industria tecnológica que sean vulnerables al riesgo de los tipos de interés, como lo era Silicon Valley Bank? Si un gran banco adquiere SVB, ¿será tan amigo de las empresas emergentes como Silicon Valley Bank? Y después de lo que acaba de ocurrir, ¿volverá algún fundador de una empresa emergente a confiar su dinero a SVB o a cualquier banco?

La segunda lección es que es posible que la clientela de Silicon Valley Bank, que pasa tanto tiempo en línea, haya contribuido a su ruina.

En la mayoría de los bancos regionales normales y medianos, lo que ocurrió en Silicon Valley Bank quizá no habría provocado un pánico bancario. Los bancos venden activos todo el tiempo. Cuando enfrentan problemas de liquidez, recaudan capital a corto plazo para resolverlos. La mayoría de las veces, los clientes ni siquiera se enteran o no les interesa.

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Pero los depositantes de SVB no son clientes normales. Son fundadores e inversionistas de empresas emergentes, el tipo de personas que escudriñan los registros de valores de los bancos, que prestan especial atención al riesgo y la volatilidad y que —lo más importante— hablan entre sí todo el día en internet. En cuanto a algunos miembros del sector empezaron a plantear dudas sobre la solvencia de la firma, los canales de Slack y perfiles de Twitter se activaron con advertencias graves de capitalistas de riesgo y, al poco rato, muchas personas tenían miedo.

La tercera lección que podemos aprender es que la regulación bancaria funciona. El 10 de marzo, en cuanto quedó claro que el banco no se recuperaría, la Corporación Federal de Seguro de Depósitos hizo lo que siempre hace cuando un banco quiebra: intervino, tomó el control e intentó compensar a los clientes del banco. Como resultado, los clientes que tenían $us 250.000 o menos depositados en cuentas aseguradas pronto podrán acceder a esos fondos. Con suerte, un banco grande va a subsumir al antiguo SVB sin problema y compensará a quienes depositaron sumas más cuantiosas.

Kevin Roose Columnista del área de tecnología para el New York Times.

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