Masacres, democracia
En el ineludible informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), hoy engavetado, se menciona 39 veces la palabra masacre para relatar los hechos de Sacaba y Senkata, con los cuales, en noviembre de 2019, se estrenó el régimen de Áñez. Extraña “pacificación” avalada por decreto y asentada en fuerzas militares y policiales que dispararon con la intencionalidad de matar, incluyendo torturas y ejecuciones sumarias.
El magullado debate público sobre la coyuntura crítica de 2019 se ha concentrado en la disputa de relatos “fraude” versus “golpe”. Por su naturaleza, que implica contraponer verdades y creencias, tal disputa no tiene solución. Ningún hecho o evidencia modificará la percepción de quienes están convencidos de que hace dos años hubo fraude, hubo golpe, se produjeron ambos o no sucedió ninguno. Así, además de irresoluble, la disputa es inútil. Y agota.
Es posible en cambio discutir sobre la ruptura constitucional (plan B) que permitió a una senadora de oposición autoproclamarse primero, en 37 segundos, presidenta del Senado; y, luego, en menos de cinco minutos, presidenta del Estado. Sin quórum, sin admitir renuncias, sin votación, sin debate. Ipso facto suplantó ipso iure. La malograda estrategia del vacío de poder derivó en sencilla/voraz toma del poder. Y se ocupó, biblia en mano, el Palacio de Gobierno.
Ya está. Hubo régimen transitorio. Y también un gran acuerdo político para encaminar nuevas elecciones. Y pandemia/cuarentena sin respiradores, pero con agua bendita caída del cielo-helicóptero. Y cacería por mano del ministro corrupto, con policías, fiscales y jueces a su servicio. Y (des)equilibrio entre un Ejecutivo verde-naranja y un Legislativo azul. Y fractura social: nosotros (ciudadanos) versus ellos (salvajes). Y etcétera. Un año sombrío que la historia juzgará y/o absolverá.
¿Y las masacres de Sacaba y Senkata? ¿Se pueden archivar, tornarse “necesarias”, borrar? ¿Deben dejarse atrás, en pro de la reconciliación, sin verdad, sin reparación, sin garantía de no repetición, sin justicia? ¿Seguirán enterradas, junto con la veintena de muertos por armas de la fuerza pública, o cual solo cicatrices, como las que cobijan centenares de heridos? ¿Habrá alguno, hoy, que todavía se atreva a titular “fuego cruzado”? ¿Quedarán en la impunidad?
No, señorías: las masacres ni se olvidan (están llenas de memoria) ni se perdonan (exigen justicia). Casi todo lo demás cabe en la disputa-negociación política. Pero ninguna democracia ni sociedad pueden tolerar, justificar o encubrir masacres. Serían indignas, democracia/sociedad. No serían.
FadoCracia chelera
1. La derecha, como el diablo, no saben para quién trabajan. Siempre fue así. Pero esta vez han ido demasiado lejos. 2. Según denunció Santos, gobernador electo de La Paz, al amparo de la nocturnidad, la derecha colocó en su despacho bolsas negras con cerveza. “Me han implantado”, lamentó. 3. La cosa es así: Santos consumió bebidas alcohólicas en una comunidad. Con gran sentido de responsabilidad, en lugar de ir a su domicilio, fue a descansar a la oficina. Había que trabajar temprano. Cuando despertó, decenas de latas de cerveza estaban allí. 4. No fue suficiente. La derecha también implantó en el refugio de Santos algunas carteras y hasta nueve personas encerradas en el baño. 5. La imagen del gobernador parado delante de su escritorio con tendal de latas rojas a sus pies es la síntesis de la maldad. Está clarísimo: el propósito de la trama/trampa es derrocarlo. 6. Lo paradójico es que “la derecha”, que odiaba al padre, implantó al hijo. El voto póstumo, como el voto anti, no saben para quién trabajan. 7. Si hasta nos regalaron un búhosarna en la (cada vez más) hundida ciudad.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.