La falta de crisis
Ante la escasez de crisis, ésta ha empezado a convertirse en una necesidad para algunos interesados, motivo por el que expresan su disposición a pagar fortunas por ella, inclusive con pagos adelantados para entrega futura en réditos electorales. Más allá de la posible sorna que le provoque esta afirmación, frente a la coyuntura resulta dificultoso negarla por completo.
Las carpas instaladas en las afueras de los cines de la ciudad en diciembre son una manifestación tangible de la falta de crisis. Imagino esa ingente cantidad de niños, jóvenes y no tan jóvenes que decidieran pasar días y horas esperando para comprar una entrada para una función. No se cuestiona la motivación, cada persona es libre de utilizar su tiempo y dinero como le parezca; sin embargo, habrá que evocar que este comportamiento no se ha observado ni siquiera para obtener una vacuna contra el más que famoso COVID-19 y coincidamos que este microscópico virus es un villano real, más certero y con habilidades que ya quisiera poseer el arácnido personaje de la ficción.
Un detalle no menor es que las vacunas son gratuitas y su rentabilidad es elevada considerando los precios de un tratamiento contra la enfermedad en caso de que se agrave; por su lado, el espectáculo es una quimera de costo incierto y que dependerá del bolsillo del comprador, no cuenta con garantía de satisfacción; además, en un final alternativo la muerte no se conmoverá respecto al sacrificio empleado para esta aventura sensorial de dos horas y media.
La acelerada normalidad que observamos en términos de fiesta y alcohol también muestra una crisis esquiva, sin mencionar que el Carnaval no va a detenerse hasta el mes de marzo. No corresponde cuestionar el derecho a divertirse, cada quien es libre de ocupar su vida y salud como le plazca; sin embargo, convengamos que es una demostración de que salvando la emergencia sanitaria la gente dispone de los ingresos suficientes para solventar este tipo de gastos y seguramente otros menos entretenidos.
En otro ejercicio permanente de repetición, todo indica que, a demasiados políticos, empresarios y sus correspondientes analistas les está faltando crisis. Su ahínco en buscarla destapa una ansiedad por mantener vigencia aún a costa de avanzar caminando en círculos y que ante el curso de la historia que no perdona optan por figurar antes que olvidados vivir.
Más que una anécdota, este comportamiento reiterado afecta la percepción y además la predisposición de la gente, en este espectáculo el escenario pinta un paisaje económico en apariencia desolador y de miseria por doquier, tampoco hay esfuerzo o iniciativa que valga ni cifra que convenza, el cálculo político impone una continua e incesante agenda de desprestigio y desmerecimiento de los resultados, a lo lejos en la esquina se escucha que cierto regionalismo recalcitrante pretende establecer diferencias entre “modernos” y aquéllos con visiones, usos y costumbres ancestrales, por derivación ¿son los “primitivos” o “arcaicos”?
Para muestra basta un botón, recuerda alguno de los siguientes conceptos o ideas: el “efecto rebote”, las medidas “insuficientes”, el “desamparo” a la iniciativa privada, el acaudalado “centralismo” frente al pobre “federalismo”, el presupuesto “elefantiásico del horror”, el “creciente” costo del dinero, la “sofocante” iliquidez, el “gigantesco” aparato estatal, la “maquinita” de imprimir billetes, el “terrorismo” tributario, el “maquillaje” de los datos, entre muchos.
El problema con estos guiones es que olvidan convenientemente otros indicadores de empleo, inversión pública, comercio exterior, inflación, tipo de cambio, financiamiento a tasas casi concesionales y la reactivación de los negocios a partir del incremento de las ventas y el pago de impuestos, los cuales son hechos más que ideas o adjetivos.
Si la crisis económica ( faltante) no es palpable como se pretende mostrar, entonces se recurre a anunciarla en todos los medios disponibles, darle ribetes de sensacional estreno, a la espera de que un grupo de adeptos al cine catástrofe la compren, esperen o hasta colaboren para que la profecía se cumpla. La duda razonable es si el país tiene el tiempo y los recursos para esperar plácidamente un futuro indeseable para la mayoría y si podemos convertir a la reconstrucción económica en un lujo del que disfrute un club de eternos afortunados.
Franco Mauricio Guzmán Bayley es economista.