Pequeñas cosas y líneas estratégicas
El tiempo de las cosas pequeñas. Así se titula el segundo capítulo de un estupendo libro publicado por Sergio Almaraz Paz a fines de los años 60 del siglo pasado. Réquiem para una república se denomina el libro y no es una necropsia sobre esa forma de gobierno sino un balance del decurso de la revolución del 52 que ingresó, después del golpe de Estado del 4 de noviembre de 1964, en una fase regresiva y autoritaria bajo la conducción de un gobierno antinacional y antiestatal. Había transcurrido más de una década desde la insurrección de abril de 1952 y el tercer gobierno movimientista —Víctor Paz Estenssoro era el presidente— se debatía entre las disputas internas y la presión norteamericana. La Revolución Nacional llegaba a su fin. La perspicacia y claridad de esa sencilla frase invita a su uso extendido y por eso aparece — estos días— en algunos comentarios despectivos que se refieren al manejo del gobierno de Luis Arce como una gestión intrascendente, mediocre, deficiente, carente de política. Se equivocan o, en todo caso, esa caracterización se sustenta en una supuesta analogía con el derrotero de la Revolución Nacional. Esa analogía apunta a destacar que hubo una fase heroica en el “proceso de cambio” conducido por el MAS que se cristalizó —en la primera gestión de Evo Morales— en la instauración de un modelo económico de carácter Estado-céntrico y redistributivo, así como en la fundación del modelo de Estado plurinacional. Entonces, por contraste, la coyuntura actual es caracterizada con ese criterio minimalista (“el tiempo de las cosas pequeñas”) sin percibir que el desafío es, precisamente, continuar con el proceso incremental de construcción de la nueva institucionalidad estatal. Un proceso que, en algunos casos, exige reformas radicales —en el sistema de justicia, por supuesto— y, en otros, implica encarar su profundización, como el régimen de autonomías territoriales que exige —después del Censo 2022— un nuevo pacto fiscal. El sustrato y viabilidad de estas acciones son, qué duda cabe, la estabilidad macroeconómica y la reactivación productiva. Ahora bien, el Gobierno es eficiente en ambos tópicos y responde a las expectativas de la sociedad que, azotada por la pandemia y el nefasto gobierno de Áñez, apostó por el retorno del MAS al poder. Además, esas apreciaciones despectivas no consideran que el momento constitutivo del gobierno de Luis Arce es —nada más ni nada menos— la recuperación de la democracia, después de un golpe de Estado que tuvo como objetivo una —fracasada— restauración oligárquico señorial y neoliberal.
Con todo, es importante trazar nuevas líneas estratégicas para dar un renovado impulso al “proceso de cambio” en consonancia, además, con los aires de cambio en el continente. El flamante gobierno de Gabriel Boric dio algunas señales de renovación programática con la articulación de lo plurinacional — tema central del proceso constituyente chileno— y el feminismo. La candidata vicepresidencial de la izquierda colombiana —Francia Márquez, afrodescendiente y activista medioambiental— también representa ese vínculo. Esta fórmula discursiva tiene vocablos precisos en nuestro medio y son principios constitucionales: descolonización y despatriarcalización, aunque el desafío es transitar del desmontaje a la construcción, de la crítica a la propuesta, de las demandas sociales a las políticas públicas. La cuestión es combinar esa agenda política y cultural con una propuesta alternativa de modelo de desarrollo. Es decir, pensar en términos de economía política.
Fernando Mayorga es Sociólogo.