Tu casa
Si existe un lugar en la tierra que prolonga — de alguna manera— la sensación de seguridad y cobijo que vivimos en el vientre materno es la casa. Sea propia o alquilada, grande o pequeña, rica o pobre, tu casa es el amparo existencial que tienes en este valle de lágrimas.
Los especialistas llaman práctica social a la ocupación de un espacio físico. En los hogares esa práctica implica muchas más experiencias que la ocupación material; ahí nos “abrazamos” lo humano y lo material para formar una “nueva matriz” —sin duda más dura y terrenal— que nos protege, física y existencialmente, de las adversidades del mundo exterior.
Ese sentimiento matricial se acrecienta cuando la familia crece: se suman padres, hijos, abuelos, nietos, etc. La llamada familia extendida forma un conjunto de seres protegidos por un manto colectivo o una carcaza protectora. Más allá de cumplir con las funciones básicas de la vida material, la casa es también una entidad simbólicamente edificada, ya sea en una barriada pobre en las pendientes paceñas o en una lujosa mansión de la zona Sur. Y, aunque suene absurdo, estas afirmaciones sirven también para esos seres subterráneos que habitan los oscuros parajes de los embovedados paceños; ellos también forman un aura de protección con algunos plásticos o simples cartones. Aunque las condiciones de confort sean diametralmente opuestas el sentimiento matricial y simbólico es el mismo.
Y ese sentimiento estalla cuando una familia pierde intempestivamente su casa como sucede en los trágicos deslizamientos de esta ciudad. No solo pierden su capital, pierden también esa aura de protección y su miedo se asemeja a los primeros minutos de vida de un recién nacido: un espanto indescriptible. Otros también sufren esa carencia vivencial. Los desterrados y los migrantes de este tiempo cargan consigo un desarraigo brutal, como una mezcla de necesidades terrenales con emociones difíciles de explicitar. Vagan por el mundo buscando una “nueva matriz” que los cobije.
Por todo ello, no existe mejor lugar en la tierra que tu casa. Y, a la casa como construcción matricial de memorias, César Vallejo la llamó “el agente en gerundio y en círculo”. Nadie como el peruano para recrear en prosa poética el tema de esta nota: “Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando comienzan a habitarla… Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa. Lo que continúa en la casa es el órgano, el agente en gerundio y en círculo”.
Carlos Villagómez es arquitecto.