Del mestizaje idílico al mestizaje conflictivo
“Cochabamba única, tierra de encuentro” se leía en un letrero ubicado en el puente de Cala Cala que condensaba la visión idílica del mestizaje cochabambino. En diciembre de 2006 ese letrero se erigió para una Cumbre presidencial y se quedó allí. Como si fuera una carnada del designio, un mes después, el 11 de enero de 2007, fue testigo silencioso de hechos luctuosos que se patentizaron en un enfrentamiento con ribetes raciales entre los cochabambinos. Algo parecido ocurrió en el curso de la crisis política de noviembre de 2019: un grupo de motoqueros golpeaba a mujeres de pollera. Así, como si fuera un castillo de naipes, el discurso del mestizaje idílico se desmoronó.
El próximo miércoles, día de Cochabamba, quizás se reactivará, una vez más, al unísono aquella narrativa histórica que hace a los valerosos criollos y, especialmente, mestizos como los protagonistas en aras de lograr la ansiada liberación del yugo ibérico. Esa narrativa está asociada con el mestizaje idílico: los cochabambinos vivimos en un lugar paradisíaco, idea propalada a doquier y con creces por intelectuales, artistas y creadores literarios cochabambinos. Esa visión casi celestial, entre otras cosas, estuvo vinculada a ese denominativo de “granero de Bolivia” y su infaltable clima prodigioso.
Esa visión cuasi celestial descrita por los cochabambinólogos (historiadores, sociólogos, antropólogos y arqueólogos) tenía su argumentación histórica: el mestizaje venía del periodo incaico. Entonces, Cochabamba era vista como un espacio multiétnico donde se establecían relaciones armoniosas. O sea, describían a Cochabamba como un espacio tejido por un mestizaje idílico y, por lo tanto, un lugar que aparentemente había zanjado las tensiones raciales. Esa visión fue reforzada tras la revolución nacionalista de 1952, cuando el discurso del mestizaje tenía a los valles cochabambinos como su epicentro. Entonces, ese rasgo constitutivo de la identidad cochabambina: el mestizaje era sostenido por un discurso histórico.
La historiadora norteamericana Brooke Larson, preocupada por los entretelones identitarios cochabambinos, sostuvo la tesis de que el mestizaje se había forjado a través de las interacciones sociales en espacios de la cultura popular, inclusive uno de sus ejemplos caricaturescos para sostener esta tesis decía que las chicherías eran casi un oasis democrático donde el pongo y el terrateniente se encontraban y, a raíz del néctar de los dioses (la chicha), limaban las asperezas raciales. Así se configuró el discurso del mestizaje idílico cochabambino. En todo caso, esta mirada iba en contrarruta de lo que decía Michel Foucault: “las relaciones sociales son fundamentalmente relaciones de poder”.
A nuestro juicio, un hecho histórico constitutivo que pasó inadvertido para el imaginario discriminador/excluyente cochabambino es aquella sublevación indígena de 1781 en Oruro que fue detenida por los “mozos cochabambinos” en Cochabamba, el año 1786. La importancia de esta lealtad a la corona española es significativa, inclusive por orden del rey Carlos III, la entonces Villa de Oropesa cambiaba de denominación por la de la ciudad de Cochabamba. Esa marca indeleble de “leal y valerosa” signó aquella construcción civilizatoria, discriminatoria y excluyente que, recogiendo los resabios de la mentalidad colonial en el decurso del periodo republicano, se prolonga hasta nuestros días. Entonces, se hace necesario mirar el mestizaje cochabambino desde otra perspectiva. Por ejemplo, la socióloga Silvia Rivera diría: la génesis del mestizaje es colonial, y, por lo tanto, violento.
Yuri Tórrez es sociólogo