Pasiones y falsos afanes
Otra vez somos espectadores de la manía de cierta política por dramatizar y complicar cualquier controversia. Más que resolver los problemas concretos detrás de los conflictos, a algunos les encanta solazarnos con su puesta en escena teatral y emotiva. La obra puede resultar hasta entretenida si no fuera porque su repetición con actores y escenarios desgastados se está volviendo irritante.
¿2023 o 2024?, parece ser el dilema del momento de nuestros Hamlets criollos. Nos preparemos para una nueva “batalla final”, el enésimo Stalingrado en el que dicen que nos jugamos la vida y la democracia. El año pasado, al final, todo el barullo no fue en vano: salvamos la pega de don Francisco Figueroa y los patrimonios de algunos miles de informales platudos de las garras del autoritarismo izquierdista, algo es algo.
A este paso, habrá que irse acostumbrando a que, igual que febrero suele ser el mes del Carnaval y septiembre el de la primavera, octubre será por mucho tiempo más el momento de los conflictos para “derrotar al masismo”. Si hace tres años la obra resultó siendo un hit, por qué no seguir intentando romper la taquilla. La dificultad es que, por lo general, las secuelas de grandes películas suelen ser sonados fracasos. Nadie parece tirarle mucha pelota al viejo Marx que nos advertía que la historia se repite, pero primero como tragedia y luego como farsa. Así que vamos por la tercerita.
En medio de los afanes de unos y otros, de los aprestos bélicos, las multitudes movilizadas y las escaramuzas verbales, hay poco espacio para pensar en los problemas de fondo que justifican tanto falso afán y sobre todo en sus soluciones. Las cuales a veces suelen ser sorprendentemente menos complejas si nos diéramos el tiempo para escuchar al otro.
En el caso que nos convoca en este caluroso octubre, se debería, primero, entender que la realización del Censo requiere de algunos procedimientos operativos imprescindibles, los cuales no se pueden hacer de la noche a la mañana por mucho que a un millón de nosotros nos dé la gana de que sea así. En eso, no hay pierde, hay protocolos y experiencias internacionales desde hace al menos 50 años que pueden orientarnos y restricciones financieras, operativas y de tiempo que no podemos dejar de considerar. No es un problema de deseos, sino de procedimientos y técnica.
Resuelto el dilema práctico sobre cuándo es materialmente posible hacer un censo con una calidad razonable, viene recién el segundo problema, que ese sí es esencialmente político, pero tampoco tan complejo como nos lo pintan. Se trata de reconocer que una eventual postergación del Censo tiene impactos en algunas decisiones y cosas relevantes para algunos actores nacionales, afectaciones que se debe aliviar en la medida de lo posible. Ciertamente, hay cosas que se pueden compensar mejor que otras, pero la imaginación política nacional es suficientemente grande para encontrar opciones.
Como verán, desde esa óptica no debería haber tanto drama, hay una ruta sensata para encontrar una salida y llegar a Navidad sin estrés adicional: definir cuándo se puede realizar el Censo a la vista desde una racionalidad puramente técnica y compensar las posibles afectaciones de su casi inevitable retraso. ¿Qué sentido tiene entrar, entonces, en una surrealista batalla por fijar una fecha que quizás luego no puede cumplirse porque operativamente es inviable?
Sin embargo, no soy ingenuo, aunque la cuestión tiene soluciones relativamente simples, nuestros bloqueos son nomás el reflejo de nuestras bajas y altas pasiones, de malestares irresueltos y sobre todo de una política absorbida por una polarización desvinculada de las necesidades de las mayorías y que está renunciando a su tarea más noble que es la de racionalizar y orientar positivamente nuestras emociones e intereses.
Estos conflictos donde todos perdemos van a contramano del deseo de la mayoría de que sus líderes les simplifiquen y no les compliquen aún más sus vidas. Son, de igual modo, el síntoma de la ausencia de proyectos políticos de largo alcance que deliberen sobre los problemas reales del país. En ese vacío, las dirigencias parecen seguir en el jueguito del “espejito, espejito, ¿quién es el más fuerte y bonito?”, con el riesgo de que un día de estos venga la bruja y los haga desaparecer a todititos.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.