Estado de bienestar y capitalismo asistido

Antes de iniciar, debo expresar mi vergüenza por la equivocación de mi anterior artículo, en el que confundí el nombre de un respetado escritor, Gonzalo Lema, con el de la persona que debía ser el blanco de mis críticas: Virginio Lema Trigo. Al primero, mis más sinceras disculpas, al segundo, solo le advierto que esto no ha terminado.
En fin.
No soy un experto en economía, pero tampoco confío en los supuestos “analistas independientes” que vienen profetizando un Armagedón para Bolivia desde hace más de tres lustros y cuyos diagnósticos “profesionales” suelen venir acompañados por una crítica elitista hacia el proceso de inclusión social que se viene disfrutando en todo ese tiempo. Sus conclusiones apuntan siempre hacia la condena de la intervención del Estado en la economía, cuando las consecuencias de la aplicación del modelo neoliberal que defienden con tanta vehemencia llevaron a nuestro país a un completo colapso social a inicios de este siglo.
No obstante, a pesar de su terquedad a prueba de toda evidencia empírica, su posición resulta más coherente respecto a sus intereses, que apuntan a la concentración de la riqueza en pocas manos privilegiadas, que la de quienes actualmente aprovechan insólitamente las dificultades que atraviesa nuestro gobierno para posicionar sus ambiciones electoralistas por encima de las clases populares que dicen representar, sin tomar en cuenta que el fracaso de la actual gestión de gobierno se traduciría en la derrota de todo un movimiento que logró, esforzadamente, dar al traste con un régimen de privatizaciones y despojos que lo único que hizo fue multiplicar a los hambrientos. Su mezquindad no será olvidada, ni mucho menos perdonada.
Por un lado, están los partidos de oposición que fustigan al modelo económico implementado por el MAS-IPSP desde 2006, que descansa fundamentalmente sobre la propiedad soberana del Estado sobre los recursos naturales que se encuentran en su territorio. Por el otro, se encuentra una facción desubicada de oportunistas que ahora acusan al Gobierno de un supuesto manejo deshonesto de los recursos de todos los bolivianos, sin tomar en cuenta tres acontecimientos con innegables consecuencias sobre el bienestar de nuestra hacienda pública: un golpe de Estado que llevó al poder a una pandilla que acumuló más de una veintena de casos de corrupción y desfalco económico en tan solo unos meses; una pandemia que obligó a paralizar la economía global de forma total y simultánea; y una guerra en Europa del Este que entre sus primeras consecuencias está el encarecimiento de los alimentos y los combustibles. No son estúpidos, pero la población tampoco. Ésta se percata de sus inocultables pretensiones políticas, que calculan equivocadamente que adelantar el fin del mandato de Luis Arce colocará el poder en sus manos. Aspiraciones peligrosamente estúpidas.
En su ceguera partidaria, ambas posiciones fracasan en identificar la verdadera raíz del problema. No es que el modelo de nacionalización de los recursos naturales y la distribución de la riqueza que estos generan sea equivocado, ni mucho menos que se haya “robado” la riqueza de los bolivianos para sobornar dirigencias sindicales. El modelo económico es inicialmente correcto, pero tiene una contradicción: la distribución de la riqueza vino acompañada por una subvención de los intereses empresariales a través de los carburantes, que distorsiona un germinal Estado de bienestar con un capitalismo asistido que beneficia a élites económicas que se apropian de toda la riqueza que su actividad genera. Una contradicción que está llegando a su límite y que tendrá que resolverse hoy o en 10 años.
El resto son interpretaciones engañosas que tratan de llevar agua a su propio molino, solo que una de ellas está respaldando los intereses de sus enemigos de clase. Vaya líderes. Quieren que el gobierno que ellos mismos eligieron fracase para que su candidato circunstancial vuelva a la presidencia. Lo más curioso es que nadie que haya votado por el MAS se opone a ello en principio, pero sí el resto de la sociedad boliviana, que encuentra como un gesto de mal gusto la desesperación por el poder.
Carlos Moldiz Castillo es politólogo.