Reflexiones sobre la integración de América del Sur

La reciente reunión de presidentes de los países de América del Sur, convocada por el presidente Lula, demuestra una vez más lo difícil que es establecer un mecanismo de diálogo político e integración eficaz para responder a los desafíos del desarrollo en esta coyuntura de aceleración del cambio tecnológico, conflictos geopolíticos y grandes reacomodos globales. Conviene recordar que las iniciativas desplegadas desde 1969 en el ámbito andino no culminaron con éxito, y que tampoco se ha perfeccionado plenamente el Mercosur, y mucho menos todavía el proyecto de la Comunidad Suramericana de Naciones, que es el antecedente inmediato de la Unasur, la cual fue abandonada por Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Paraguay y Uruguay a mediados de la década pasada por diferencias ideológicas y políticas aparentemente insalvables.
Dichas diferencias son las que han impedido una y otra vez que la región suramericana cuente con una voz y participación unitarias en los diversos foros en que actualmente se abordan los principales temas internacionales como la paz y la seguridad global, las consecuencias de la guerra de Ucrania, el cambio climático, el financiamiento del Sur Global, la atención humanitaria a las diversas corrientes de migrantes y refugiados por causas de las guerras locales o la pobreza extrema, que no pueden resolverse en las instancias multilaterales de las Naciones Unidas.
La propia reforma de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad en particular, forma parte de la agenda pendiente de reformas necesarias para adecuar el sistema multilateral a las nuevas circunstancias de la geopolítica y la distribución del poder en el mundo.
Ningún país suramericano puede defender en solitario sus intereses primordiales y presentar sus posiciones respecto de ninguno de los temas mencionados más arriba. Las ventajas de la integración regional para aumentar la capacidad negociadora de los países no necesitan por consiguiente la reiteración de argumentos conocidos. El problema estriba, en cambio, en un diseño institucional que permita la participación eficaz de una decena de países, algunos de los cuales acostumbran cambiar cada cierto tiempo radicalmente las orientaciones políticas de sus gobiernos, así como sus alianzas internacionales preferidas en términos de comercio, inversiones y posición respecto de los conflictos internacionales.
Por otra parte, no es un dato menor que América del Sur cuente con más de 440 millones de habitantes, mayormente urbanos y con importantes niveles de desarrollo social y cultural, acompañados por cierto todavía de bolsones de pobreza y severas carencias de acceso a servicios de educación y salud. Se trata también de uno de los territorios mejor dotados del mundo en términos de recursos naturales, agua dulce, biodiversidad, riquezas minerales y abundantes fuentes energéticas. Por último, la extensa Amazonía cumple con una importantísima función de reducción de los gases de efecto invernadero.
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Vistas las cosas desde dicha perspectiva, pareciera que lo único que falta es la voluntad política fundamental de emprender un proyecto basado en coincidencias pragmáticas, con diversas iniciativas a geometría variable, y un diseño flexible de aprendizajes institucionales y generación gradual de confianza.
A tales efectos, tres son los requisitos mínimos que deberían considerarse desde un comienzo. Primero, se trata de una reforma profunda de la Unasur y no de un nuevo mecanismo. Segundo, se requiere asegurar el financiamiento a mediano plazo para la Secretaría General y sus funcionarios gerenciales y técnicos. Tercero, es imprescindible un acuerdo unánime respecto de los procedimientos, criterios y temporalidad de la elección del Secretario General.
Horst Grebe es economista.