Manfred y sus muñecos de trapo
El burgomaestre cochabambino, al parecer, le tiene pavor a la fiscalización
Yuri Torrez
En el curso del conflicto municipal en Cochabamba, como parte del performance de los allegados al actual burgomaestre Manfred Reyes Villa, en la plaza 14 de Septiembre colgaron en los faroles muñecos de trapo —pero en realidad eran muñecas— con una soga en el cuello y letreros de los nombres de las dos concejalas de las filas de Súmate, agrupación política del alcalde, a las que se les acusaba de “traidoras” y “tránsfugas”. Aunque, en realidad esas acusaciones son falsas ya que ellas pertenecen orgánicamente a otro partido político (Unidad Nacional), aliado de Súmate.
Esos letreros, al final, se constituyeron en una alegoría que representaba el proceder poco democrático del alcalde cochabambino. Obvio, esos muñecos simbolizaban una acción de amedrentamiento sostenido contra esas concejalas, por el hecho de que ellas habían decidido cumplir con su rol como autoridad edilicia, es decir, fiscalizar la gestión del Órgano Ejecutivo municipal. Desde ese instante, esas concejalas —al igual que sus pares opositoras— vivieron momentos infernales por un ataque impiadoso de sectores vinculados a Reyes Villa. Ese ataque no solo fue simbólico, con despliegue de carteles estigmatizándolas por toda la ciudad, sino también fáctico porque esos grupos afines al alcalde, como si fueran hordas fascistas, llegaron a los domicilios de las concejalas con actitudes violentas e infundiendo miedo.
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Este despliegue violento de atemorizar para que las concejalas no solo dejen sus cargos en la directiva del Concejo Municipal, sino que renuncien a sus curules, fue parte de un matonaje político que, a la vez, es un delito: acoso político contra la mujer. Esas acciones autoritarias y violentas se volvieron en un habitus en algunos sectores políticos. Hace poco otra asambleísta cruceña fue víctima de una brutal paliza por grupos violentos articulados a sectores políticos antidemocráticos, muchos de ellos actores visibles de las movilizaciones desestabilizadoras de la democracia en 2019.
El burgomaestre cochabambino, al parecer, le tiene pavor a la fiscalización. No debemos olvidar que aún pesan, como si fuera una espada de Damocles, sobre él sentencias paralizadas en la Justicia ordinaria sobre casos de corrupción cuando Reyes Villa ejercía el cargo de prefecto. Ese temor, además, se acentúa cuando tiene que fiscalizar una mujer concejala. En la historia reciente del municipio cochabambino se tiene un antecedente insoslayable: cuando la entonces concejala Rocío Molina, en su función fiscalizadora, puso en evidencia los casos de corrupción del anterior alcalde, José María Leyes, actualmente prófugo de la Justicia boliviana.
Se comprueba, una vez más, la fortaleza de la warmi cochabambina. Ayer fue la exconcejala Molina, hoy son cuatro concejalas; a pesar de ese clima atemorizante que viven en el órgano deliberante, se mantienen firmes en su voluntad de fiscalizar, aunque por las chicanearías jurídicas fueron removidas de la directiva las dos concejalas que pretendían fiscalizar a la actual gestión edilicia de Reyes Villa.
Entonces, el actual alcalde cochabambino, que fracasó en su afán de doblegar a las warmis concejales, decidió ir en su estrategia de los muñecos, pero, esta vez, no para colgar alguno en los faroles de la plaza, sino, en su pánico de evitar cualquier fiscalización, Reyes Villa logró sumar para sus propósitos al concejal opositor Joel Flores. Lo peor de esta crisis edil es que confirmó dos cuestiones preocupantes para la democracia municipal: la renuencia a la fiscalización y el acoso político a la mujer.
(*) Yuri Tórrez es sociólogo