El trabajo: ¿un factor más de producción?
La nueva narrativa del otro desarrollo plantea una revalorización del trabajo de la mujer, la reducción de la jornada laboral
Gabriel Loza
En mi nuevo libro: Más allá del PIB: el otro desarrollo, postulo la búsqueda del “otro desarrollo”, centrado en el bienestar pluridimensional que equilibre el crecimiento económico inclusivo con el medio ambiente y con la realización en el trabajo.
Para los pensadores clásicos, Smith, Ricardo y Marx, el trabajo era el determinante principal de la creación del valor del producto y de la riqueza de una nación. Con John Stuart Mill se posicionó como un “requisito de la producción”, junto al capital y la naturaleza. Encontró que el costo del trabajo estaba en función de la eficiencia del trabajo, el salario y el costo de los bienes necesarios para su alimentación. Sin embargo, en el ideal del estado estacionario esperaba «un cuerpo de trabajadores bien remunerados y ricos… dado que el adelanto industrial producirá su legítimo efecto: el de abreviar el trabajo humano”. Marx le rebatió, señalando que ese no era el objetivo de la tecnología, sino la de generar una mayor plusvalía.
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Para los neoclásicos, el trabajo siguió siendo un factor más de producción y su remuneración en función de su productividad marginal; en cambio, para Keynes, el estado ideal en el futuro sería aquel donde la jornada de trabajo baje a 15 horas semanales y sea de tres días laborables.
Los modelos de crecimiento, con Robert Solow (1956), dieron más importancia a la acumulación del capital y la tecnología, mientras que para los modelos endógenos, con Paul Romer (1989), se sustituye el factor trabajo por el capital humano relacionado con el sector de investigación y desarrollo (I+D). Así, la tasa de desempleo no sería un problema central y el elevado crecimiento podría seguir indefinidamente si se junta cada vez más gente muy calificada y que “a medida que surgen los límites, los superamos con más I+D”.
El problema de que el cambio tecnológico tiende a sustituir y desplazar el trabajo no es reciente y se remonta a la primera revolución industrial, cuando los obreros querían destruir los telares (los ludditas) y siguió con la segunda revolución industrial, con la tecnología mecánica. Marx relievó el desarrollo de las fuerzas productivas, pero también la tendencia al empobrecimiento de los trabajadores dada la función del ejército de desempleados para mantener bajos salarios y que, solamente en la sociedad socialista, se daría el máximo desarrollo de las fuerzas productivas sin entrar en contradicción con las relaciones sociales de producción.
Según Handel (2022), con la tercera revolución en los años 50 y 60 se argumentó, igualmente, que las computadoras y la automatización industrial podrían conducir a pérdidas masivas de empleos, situación que no ocurrió dadas las altas tasas de crecimiento y bajas tasas de desempleo. Pero la preocupación resurgió debido a que la nueva tecnología favorecía cada vez más a los trabajadores más educados, el llamado cambio tecnológico sesgado por las habilidades, puesto que reducía la demanda de trabajadores menos calificados. Posteriormente, la atención se centró en la posibilidad de que la disminución de la demanda de mano de obra iba a afectar más a los empleos de calificación media que a los trabajos de baja calificación, porque sus tareas eran más codificables, rutinarias y programables.
Los recientes avances a partir de 2005 en robótica e inteligencia artificial (IA) han planteado la posibilidad de un desplazamiento generalizado de puestos de trabajo en un futuro próximo, estimándose que un 47% de los empleos de los EEUU estarían amenazados por el riesgo de automatización entre 2010 y 2030.
En contraste, la nueva narrativa del otro desarrollo plantea una revalorización del trabajo de la mujer, la reducción de la jornada laboral y una mejora del ambiente laboral. Para el “joven Marx”, el trabajo era la realización de las facultades físicas y mentales, no un medio para sobrevivir sino un fin de la actividad humana. La tendencia actual no solo es a “la gran renuncia” sino a la “renuncia silenciosa”, puesto que los jóvenes buscan cada vez más flexibilidad rechazando el trabajar solo para sobrevivir.
Así, el otro desarrollo no solo postula una sociedad en armonía con la naturaleza, sino con una plena realización en el trabajo.
(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista