Basados en la confianza
Lucía Sauma, periodista
“Señora, por favor tiene que mover su auto, está estacionado en el lugar destinado a las sillas de ruedas”. La señora aludida, sonriente, dice que solo estará 15 minutos, el portero sabiendo que tiene razón, responde: “tiene que tener empatía con las personas que necesitan ese lugar”. Las amigas que rodean a la que se estacionó donde mejor le convino, confabulan para que no haga caso, dicen que es un malhumorado, que siempre es así. Uno piensa qué bien que siempre sea así, que con argumentos defienda lo justo. Sin embargo, con el apoyo de su pequeño grupo, por un momento parecía que la señora se saldría con la suya. La situación cambió cuando alguien del círculo de amigas dijo en voz alta: “él tiene toda la razón, está pidiendo que demostremos que somos personas educadas, empáticas. ¿Por qué no hacerlo? Fue una llamada de atención. Un reclamo por hacer las cosas bien”.
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En una fotocopiadora donde varias personas estaban esperando su turno para solicitar el servicio, un señor se “aviva” y aprovecha que alguien se retira con papeles en mano y logra adelantar la fila por lo menos cuatro puestos, nadie le reclama. Ingresa una señora mayor y con su carnet en la mano dice “solo quiero una fotocopia, ¿me pueden ceder por favor?”. Adivinen, ¿quién reclamó a voz en cuello exigiendo que se respete el turno, que todos estaban apurados, que por algo hay una fila? Estoy segura que acertaron, todos esos argumentos de buen comportamiento venían de quien se había comportado tan arbitrariamente unos minutos antes. No era justo, no estaba bien, la madre y el hijo que atendían hasta cuatro fotocopiadoras al mismo tiempo se encargaron de hacer justicia, recibiendo el carnet de la señora e ignorando al que tan alegremente había obviado la fila.
La justicia comienza en las actitudes más pequeñas, en lo cotidiano. Uno siente satisfacción cuando no deja pasar conductas que dañan a otras personas. La persona que tuvo un comportamiento injusto es posible que en su momento no lo reconozca, pero en algún momento del día sentirá, reflexionará, terminará reconociendo su error y quizás no vuelva a cometerlo.
Imposible de olvidar el día en que una jovencita se puso muy contenta porque la cajera del supermercado se equivocó y le dio de cambio el doble de lo que le costó su compra. Con paso muy apurado se acercó a su madre para abandonar el lugar lo más rápido posible antes que la cajera se diese cuenta. Pero la madre, muy extrañada, le dijo: “¿sabes las lágrimas que le costará a esa cajera su equivocación? Devuélvele el dinero”. Así se forjan las sociedades que se basan en la confianza, es posible que no tengan todas esas reglas escritas, pero las practican y al final eso es lo único que cuenta.
(*) Lucía Sauma es periodista