Los demócratas y sus enemigos
Éste debería ser el momento del Partido Demócrata. El dominio absoluto de Donald Trump ha llevado al Partido Republicano hacia la periferia. El comportamiento del Congreso republicano recuerda al de un niño intemperante y los fundamentos intelectuales e ideológicos del partido se han desarraigado por completo.
Pero lejos de ser dominante, el Partido Demócrata parece desconectado de las prioridades, necesidades y valores de muchos estadounidenses. Las encuestas actuales muestran que una revancha en 2024 entre Trump y Joe Biden es demasiado reñida para sentirse cómodo. Muchos electores que alguna vez fueron la base confiable del Partido Demócrata se han inclinado hacia el Partido Republicano. En un acontecimiento que ha desconcertado a los demócratas, una mayor proporción de esos grupos votó para los candidatos republicanos en las últimas elecciones.
Algo preocupante le ha sucedido al partido del pueblo. Esta preocupación no es del todo nueva. John B. Judis y Ruy Teixeira, autores del influyente libro de 2002 La mayoría democrática emergente, podrían parecer los últimos en tener una respuesta, dada la fallida profecía de ese libro de que Estados Unidos sería mayoritariamente demócrata en 2010, dados los cambios en el electorado y la población.
Gran parte de la agenda del Partido Demócrata ha sido fijada por lo que Judis y Teixeira llaman el “partido en la sombra”, una mezcla de donantes de Wall Street, Hollywood y Silicon Valley, fundaciones ricas, grupos de activistas, medios de comunicación, cabilderos y académicos.
Los líderes demócratas parecen dispuestos a conformarse con una especie de progresismo barato: una actualización neutral en carbono, que señala las virtudes y marca casillas de lo que alguna vez se llamó liberalismo de limusina. Pero el Partido Demócrata no puede ganar y EEUU no puede prosperar si no prioriza el bienestar económico de la mayoría estadounidense por encima de los intereses financieros y las fijaciones culturales de una minoría de élite.
Biden ha recortado parte de la agenda económica de su partido en la sombra, pero menos sus políticas culturales y sociales. Allí, sostienen Judis y Teixeira, el partido parece empeñado en imponer una postura progresista estrecha en cuestiones como la raza, el “creacionismo sexual”, la inmigración y el clima, a expensas de creencias más ampliamente compartidas dentro del electorado.
Los valores morales pueden diferir en cada extremo de los dos partidos, pero sus esfuerzos por moralizar pueden parecer parecidos para muchos estadounidenses. Durante demasiado tiempo, el Partido Demócrata dependió de los cambios demográficos para apuntalar su bando. Luego confió en el espectáculo de terror del Partido Republicano para asustar a la gente y ponerse de su lado. Ambas han sido una distracción eficaz y dañina. Como lo expresaron Judis y Teixeira, los demócratas “deben mirarse en el espejo y examinar en qué medida sus propios fracasos contribuyeron al surgimiento de las tendencias más tóxicas de la derecha política”. Ya no podemos darnos el lujo de evitar las duras verdades. Si el Partido Demócrata no se centra en lo que puede ofrecer a más estadounidenses, ya no tendrá que preguntarse adónde fueron todos los demócratas.
Pamela Paul es columnista de The New York Times.